Aparte de ser un novelista con enormes éxitos internacionales (y con algunas decepciones también enormes, para qué negarlo), Umberto Eco lleva décadas siendo un ensayista de prestigio, un pensador respetado, un cirujano de su tiempo y de sus circunstancias. Y para quienes desconozcan esta vertiente de su producción, nada mejor que adentrarse en estos Cinco escritos morales, de agradable formato y amena lectura.En él, Umberto Eco opina (con la solvencia y el rigor esperables de un intelectual de altura) sobre el tiempo en que vivimos, sobre la guerra, la intolerancia religiosa, el mestizaje, la libertad de prensa y el futuro. Pero que nadie se espante, sospechando erudiciones difíciles, ni párrafos que sólo las personas preparadísimas pueden leer. Nada más lejos de la realidad. Eco ha conseguido dirigirse a todos con profundidad solemne, pero sin renunciar a las palabras de la tribu, al lenguaje cotidiano y directo.El primero de estos escritos se titula Pensar la guerra y se sitúa en la coyuntura del conflicto del Golfo Pérsico (1991). Yo diría que es el ensayo más áspero de todo el volumen, y su potencia argumentativa es algo endeble. En el segundo (Un fascismo eterno), Umberto Eco analiza todos los ingredientes que, a su juicio, posee la doctrina fascista pura, a la que él llama con gran acierto “Ur-fascismo”: culto a la acción, rechazo de la modernidad, racismo a ultranza, apelación a las clases medias frustradas, nacionalismo, elitismo, etc. Es un análisis que asombra por su nitidez y contundencia. El tercero, titulado Sobre la prensa, es una petición para que el mundo del periodismo retorne a la seriedad y también al rigor, olvidando los populismos y mentiras del Poder, en cuyos brazos tan fácilmente se ha rendido en las décadas pasadas. Y los dos siguientes escritos, con los que cierra el volumen, son dos bravas defensas de la ética natural, de la tolerancia y del respeto a nuestros semejantes, que serán las normas de actuación que permitirán avanzar con orgullo por el siglo XXI, para el que Umberto Eco preconiza una Europa multirracial (“coloreada”, dice él) y una cultura mestiza, en la que todos nos veremos fecundados por las ideas y la piel de los otros.
En un mundo en el que tantos novelistas y ensayistas cometen el pecado de querer aturdirnos con su palabrería, se agradece que intelectuales como Umberto Eco hayan tenido el coraje y la caballerosidad de frecuentar el camino contrario: el de hablarnos de cosas complejas con palabras sencillas. Y eso no constituye un desdoro ni para el autor ni para los lectores. Es, más bien, un soplo de aire fresco que alivia los pulmones y los ojos. Usar el culteranismo para decirnos que los ombligos son redondos es matar moscas a cañonazos.