Cinco libros que marcaron mi infancia

Por Maru

Mientras leo y preparo y organizo (con una lentitud asombrosa, como siempre) las próximas reseñas que quiero publicar, y en vistas de que se viene Navidad y la nostalgia está a flor de piel, se me ocurrió concretar un post que venía pensando desde hace tiempo:

¿Qué pasa si me pregunto qué cinco libros que haya leído durante mi infancia me marcaron?

Me echo al piso a llorar porque de primeras me parece imposible. ¡¿Sólo cinco?! ¿Y a qué se refiere con "marcar"?

Pero después me di cuenta de que algunos libros se habían quedado dando vueltas más tiempo que otros (y que quizás eso era "marcar": haberse ganado un lugar en el corazón y en la memoria) y me pareció que esto podía ser una gran aventura.

Empecé a leer cuando era muy chica y mirar para atrás revela una lista infinita de títulos de libros. Así que me voy a limitar: ¿qué libros marcaron mis años de primaria, de primero a séptimo? Las respuestas son muy variadas y las voy a enumerar a partir de lo que recuerdo hoy, que tengo 24 años, qué me generaron estos libros cuando los leí.

1. Más chiquito que una arveja, más grande que una ballena, Graciela Montes

El primer libro oficial que recuerdo haber leído en mi vida. Era la "bibliografía obligatoria" de primer grado (¡para todo el año!). Una mañana mamá me pasó a buscar por el colegio y cuando salí, me dio el libro. "Esto es lo que van a leer con la seño", aclaró. Y nos subimos al colectivo, que iba desde Flores hasta Floresta (o sea, un suspiro) y yo, parada, porque no había donde sentarse, me leí el libro entero. Entero. "Me gustó, ma, ¿qué más hay para leer?". Y creo que ahí mamá se dio cuenta de que iba a tener que empezar a rellenar la biblioteca con libros para una nueva lectora.

2. Marisa que borra, Canela

Ay, no sabía que era de Canela, me acabo de enterar. Este libro lo compró mamá en una feria del libro del cole (dato importante dentro de esta sección: mi colegio organizaba una feria del libro en el salón de actos; invitaba editoriales de libros infantiles y por toda una gloriosa semana el salón de actos se llenaba de stands con libros, muñecos y muchas páginas por revisar). Qué extraño y qué emocionante: Marisa borraba las cosas que no le gustaban y atravesaba la ciudad dejando una huella muy particular. Me encontré con una versión nueva, divertida y muy cercana de algo que en ese momento decidí que era una bruja.

3. Socorro diez, Elsa Bornemann

Algunos de estos cuentos los leí con una amiga, otros, sola. Sólo me acuerdo que fue la primera vez que sentí miedo, miedo puro y real, leyendo un libro, objeto que no debería tener la posibilidad de generar semejante cosa. Ahí, creo que a los 11 años, me di cuenta que leer libros no era chiste. Los libros hacían cosas. Y mi teoría se confirmó cuando llegué al último cuento, "Socorro diez", y conocí el horror. Todavía hoy recuerdo con escalofríos lo mal que me sentí (y lo bien que la pasé: ¡un libro me estaba dando un miedo paranoico impresionante!).

4. Los hijos del vidriero, María Gripe

Creo que este fue un regalo. De Navidad, de cumpleaños. Pero lo recuerdo adentro de mi casa, nunca en la escuela. Y me pasó hace muy poco que mamá quiso hacer limpieza profunda y trató de regalar este libro y yo le salté al cuello como un animal herido. "¡No, ese no que me encanta!". Pero ese "me encanta" venía de muchos años antes. Este libro abrió otra posibilidad: ¿y si una historia te hace sentir lejos, triste, melancólico? Quizás fueron las descripciones hermosas del arte de moldear vidrios, los nombres extraños de sus personajes, la bruja y su cuervo merodeando en la feria, todavía no lo sé. Pero esta novela le hizo lugar a otra dimensión porque descubrí que la lectura también podía hacerme extrañar lugares y gente que todavía no conocía.

Este libro fue una aventura. Como no teníamos plata ni podíamos pedirles a mamá y papá, con una amiga, en sexto grado, empezamos a leer Frin en el primer recreo del lunes de la semana de la feria del libro en el cole. Religiosamente bajamos todos los recreos de toda la semana para leer juntas esta novela. Recuerdo que cada vez que tocaba el timbre nos mirábamos con complicidad, dejábamos el libro casi intacto en el stand, subíamos al aula y yo anotaba en una hoja en que página nos habíamos quedado. Así, en una semana, en recreos de diez y quince minutos, nos leímos la novela entera.

Yo ya era más grande y ya sabía, o empezaba a sospechar, que la literatura me podía hacer moños en el corazón. Y Frin me trajo la primera historia de amor de verdad, entre chicos, sencilla, en medio de la vida y de las cosas comunes que le pasan a cualquiera, y algo de todo eso se me quedó adentro. Frin y Alma se me quedaron adentro.

Ahora tengo unas ganas terribles de releer todos estos libros que no creo que pueda resistir. Y también de releer todos esos otros que se me fueron ocurriendo pero que no pude incluir en esta lista (quizás otro día llegue otra).

Ojalá hayan leído alguno, ojalá se animen a leerlos. Si después de tantos años estos libros siguen despertándome emociones tan viscerales es porque merecen un lugar en la biblioteca de todos los niños-jóvenes-adultos-señoras-señores-brujas.