La sinopsis literal de Cinco lobitos nos remite a un pequeño drama familiar y cotidiano, sin demasiada trascendencia, en el que una joven se siente abrumada por la maternidad y recurre a sus padres, a los abuelos, para hacer frente a sus nuevas responsabilidades. Esta situación nos permitirá conocer a los personajes de una familia y sus relaciones. Pero la ópera prima de Alauda Ruiz de Asúa, ganadora en el Festival de Málaga, propone también una segunda lectura sobre las diferencias entre dos generaciones. Un guión cuidadísimo se esmera en establecer un juego de espejos entre padres e hijos, representados por dos parejas. El detonante de la trama es el estupor ante la maternidad de una millennial, Amaia (Laia Costa), que se siente superada tras la llegada al mundo de su primer bebé. Del otro lado del espejo está su madre, que le muestra un reflejo inalcanzable, una idea de la maternidad perfecta, pero también, de la dureza de la vida, cuyos sinsabores hay que aceptar sin más: a todas nos han dado puntos. Esa madre/abuela, Begoña, es interpretada por una magnífica Susi Sánchez, que es el principal pilar de la película. Amaia se preguntará desesperada cómo pudo su madre criarla, darle el pecho, pasarse las noches sin dormir, echando en falta la ayuda de un marido asustado por la nueva situación. Este miedo juvenil a la responsabilidad se suma a la precaria situación laboral actual: sí, hemos progresado y tenemos, por ley, bajas de paternidad más largas que nunca, pero lo que no tenemos es un puesto de trabajo fijo que nos permita hacer uso de esos derechos. La película establece muy pronto cómo la generación presente parece tenerlo mucho más complicado que la anterior. Pero entonces el relato se traslada al hogar de los padres de Amaia, donde comenzaremos a descubrir matices: que no todo fue tan fácil para Begoña, que hubo sacrificios tremendos para mantener unida esa familia que parece tan perfecta. El otro vector de la historia es la parte masculina: el moderno Javi (Mikel Bustamante) se revela como una versión juvenil del padre de Laia, Koldo -estupendo también Ramón Barea-, que parece condenado a repetir sus mismos errores. Así, Cinco lobitos nos sumerge en una historia río en la que veremos claramente a tres generaciones (de mujeres). Desde el presente atisbaremos el pasado y un poco también el futuro que le espera a la bebé recién llegada a la familia. El principal mérito de la cinta es dotar de vida a ese universo familiar, uniendo lo antiguo con lo nuevo, mostrándonos cómo la vida da paso a la muerte en un ciclo que no tiene final. Todo se repite, como demuestra la emocionante secuencia dedicada a los vídeos caseros de la familia. El mencionado juego de espejos invita a la reflexión sobre cómo eran las cosas antes y cómo son ahora; pero también apela a los sentimientos más humanos al mostrarnos las cosas que no cambian: la cobardía de la mayoría de los hombres -para qué engañarnos- ante la vida real; el mote cariñoso que se mantiene de madres a hijas; y una canción de cuna que, por alguna razón mágica, sigue calmando el llanto de los bebés de generación en generación. Cinco lobitos es una película sobre aprender de nuestra historia, sobre madurar y hacerse adulto y sobre cómo evitar los errores del pasado o, al menos, intentarlo, sin olvidar que, quizás, incluso en los momentos más complicados, somos felices, sin saberlo.
La sinopsis literal de Cinco lobitos nos remite a un pequeño drama familiar y cotidiano, sin demasiada trascendencia, en el que una joven se siente abrumada por la maternidad y recurre a sus padres, a los abuelos, para hacer frente a sus nuevas responsabilidades. Esta situación nos permitirá conocer a los personajes de una familia y sus relaciones. Pero la ópera prima de Alauda Ruiz de Asúa, ganadora en el Festival de Málaga, propone también una segunda lectura sobre las diferencias entre dos generaciones. Un guión cuidadísimo se esmera en establecer un juego de espejos entre padres e hijos, representados por dos parejas. El detonante de la trama es el estupor ante la maternidad de una millennial, Amaia (Laia Costa), que se siente superada tras la llegada al mundo de su primer bebé. Del otro lado del espejo está su madre, que le muestra un reflejo inalcanzable, una idea de la maternidad perfecta, pero también, de la dureza de la vida, cuyos sinsabores hay que aceptar sin más: a todas nos han dado puntos. Esa madre/abuela, Begoña, es interpretada por una magnífica Susi Sánchez, que es el principal pilar de la película. Amaia se preguntará desesperada cómo pudo su madre criarla, darle el pecho, pasarse las noches sin dormir, echando en falta la ayuda de un marido asustado por la nueva situación. Este miedo juvenil a la responsabilidad se suma a la precaria situación laboral actual: sí, hemos progresado y tenemos, por ley, bajas de paternidad más largas que nunca, pero lo que no tenemos es un puesto de trabajo fijo que nos permita hacer uso de esos derechos. La película establece muy pronto cómo la generación presente parece tenerlo mucho más complicado que la anterior. Pero entonces el relato se traslada al hogar de los padres de Amaia, donde comenzaremos a descubrir matices: que no todo fue tan fácil para Begoña, que hubo sacrificios tremendos para mantener unida esa familia que parece tan perfecta. El otro vector de la historia es la parte masculina: el moderno Javi (Mikel Bustamante) se revela como una versión juvenil del padre de Laia, Koldo -estupendo también Ramón Barea-, que parece condenado a repetir sus mismos errores. Así, Cinco lobitos nos sumerge en una historia río en la que veremos claramente a tres generaciones (de mujeres). Desde el presente atisbaremos el pasado y un poco también el futuro que le espera a la bebé recién llegada a la familia. El principal mérito de la cinta es dotar de vida a ese universo familiar, uniendo lo antiguo con lo nuevo, mostrándonos cómo la vida da paso a la muerte en un ciclo que no tiene final. Todo se repite, como demuestra la emocionante secuencia dedicada a los vídeos caseros de la familia. El mencionado juego de espejos invita a la reflexión sobre cómo eran las cosas antes y cómo son ahora; pero también apela a los sentimientos más humanos al mostrarnos las cosas que no cambian: la cobardía de la mayoría de los hombres -para qué engañarnos- ante la vida real; el mote cariñoso que se mantiene de madres a hijas; y una canción de cuna que, por alguna razón mágica, sigue calmando el llanto de los bebés de generación en generación. Cinco lobitos es una película sobre aprender de nuestra historia, sobre madurar y hacerse adulto y sobre cómo evitar los errores del pasado o, al menos, intentarlo, sin olvidar que, quizás, incluso en los momentos más complicados, somos felices, sin saberlo.