Cinco mil kilómetros por segundo

Publicado el 17 octubre 2011 por Alvaropons

Sigo manteniendo la costumbre de hojear un tebeo antes de leerlo. Hojear y ojear, que para evitar la duda de la hache dichosa, nada hay como pasar rápido las páginas del tebeo mientras se saca una impresión visual tan apresurada como espontánea. Rutina que, todo sea dicho, dejaba además un sutil y agradable cosquilleo olfativo por el fuerte aroma de las tintas de entonces, hoy reconvertido en tufillo acre a costa de ser más respetuosos con la salud y el medio ambiente, qué se le va a hacer. Ya no lo hago con demasiada pasión, lo reconozco, es más un automatismo, o los rescoldos que quedan de la adicción a oler los tebeos, pero mantengo esta rutina que pocas alegrías me había dado hasta recibir la nueva obra de Manuele Fior.
Pedí Cinco mil kilómetros por segundo nada más enterarme de su premio en el Salón de Angoulême (siguiendo otro hábito, más moderno, el de aprovechar las bondades de internet para hacerme rápidamente con los premiados o seleccionados en el salón francés) y, nada más abrir la caja, lo hojeé/ojeé con los gestos mecánicos de siempre. Pero fue distinto. Aquella rápida pasada me dejó una imagen tan atípica como sugerente: un torrente de colores, un arco iris casi perfecto formado por la tonalidad imperante en cada capítulo, desde agresivos amarillos a discretos violetas pasando por pardos, rojizos, azules y verdes… Volví a pasar las páginas y ahí estaba, de nuevo, ese curioso y fascinante efecto cromático que logró que todos mis prejuicios se cayeron de golpe. Y tenía muchos, porque el premio al italiano me pareció en su momento excesivo, habida cuenta de que competía con genios como Robert Crumb, Joe Sacco y una larga lista de pesos pesados de la historieta. Pero ese efecto era tan hipnótico, que era fácil dejar de lado todas las ideas preconcebidas para lanzarse a la búsqueda del caldero lleno de monedas de oro que prometía.
Y vaya si escondía un tesoro… Nada más y nada menos que una gran historia de amor.
Todo un atrevimiento, porque en estos tiempos de cinismo y decepción, parece que contar historias de amor es de cursis o sosainas, olvidando que las grandes historias de amor han pervivido en nuestra cultura, desde Ulises y Penélope hasta Romeo y Julieta. No voy a comparar, evidentemente, la historia de Piero y Lucía con estas obras maestras, pero Fior logra plasmar en Cinco mil kilómetros por segundo un bello y sosegado retrato de la descomposición del amor, de cómo la distancia va poco a poco deshaciendo la pasión para dejar un retrato desenfocado de aquél primer amor, pintado con cariño y afecto, pero sin esa esencia de definición imposible del amor.
Creo que, desde el título, Fior toma como punto de partida el anime Cinco centímetros por segundo, dirigida por Makoto Shinkai con una cuidada factura que habla, también en tres momentos del tiempo, del amor a distancia entre dos jóvenes. Pero el dibujante abandona pronto la cuidada y aséptica factura del japonés – esa narración inanimada basada en desplazar el foco a los objetos alejándose de los seres humanos-, para mostrar un trazo vital, enérgico y orgánico, que se fundamenta en las caras, en las expresiones y gestos modulados por el omnipresente cromatismo que traslada sensaciones y sentimientos. Opta por una sencilla cuadrícula fija de nueve viñetas por página para que todo el ritmo de la composición delegue en el dibujo de cada viñeta, en el color, ganando en lo fisiológico, en lo palpable. Y deja también de lado el hermoso romanticismo adolescente de la obra japonesa para abordar un tratamiento más adulto, más naturalista, más real. Despoja el relato de amor de los tópicos propios para centrarse en aquellas cotidianeidades de la existencia, del día a día, que van minando esa ilusión adolescente, siguiéndola a lo largo del tiempo y de la distancia. Y, en cada, paso, aportando esas zancadillas que la vida pone al amor no como terribles y dramáticos sucesos, sino como la vida que es, con todo lo bueno y malo que tiene.
Desde los silencios, Fior va adentrándose en los sentimientos, en los conflictos que un amor siempre caprichoso e indeciso va creando a cada paso de nuestra vida, dejando ver las incoherencias de la duda y las felicidades de la razón con la misma evidencia que sus contrarios. Lentamente, Lucía y Piero van contándonos su historia de amor, llevando al lector hacia esa conclusión tan descorazonadora que espera tras recorrer el camino que lleva del romanticismo a la melancolía, de la ilusión adolescente a sincera adulta.
Es curioso el efecto que produce la lectura de Cinco mil kilómetros por segundo: acostumbrados a la tópica dinámica del romanticismo que parece marcada en los manuales de los guionistas de cine, la materialidad final de la historia de Lucía y Piero duele. Quizás estamos tan habituados al canon de lo que debe ser una historia de amor, que descubrir que la realidad no se parece en nada a la ficción deja poso amargo. O quizás es que Fior ha sido cruel hasta al extremo, labrando una historia que despierta esas esperanzas adolescentes para luego echar el jarro de agua fría de la realidad. Para los que quieran seguir viviendo la ficción, recomiendo encarecidamente la película de Makoto Shinkai. Para los que prefieren la realidad, el tebeo de Manuele Fior. Aunque, quizás, lo más sensato y humano es poder vivir con ambos. (4)