Cinco preguntas sobre Libia

Por El_situacionista
Desde que la coalición de Estados occidentales, liderada por Francia y EEUU, comenzó la intervención en Libia has sido varias las incógnitas que me han planteado diversos amigos sobre el conflicto. Este es un humilde intento por contestar algunas de ellas.
¿De dónde salen las armas de la resistencia?
Una de las cosas que han llamado la atención han sido la cantidad y el tipo de arsenal militar del que disfrutan los miembros de la resistencia. Para entender esto debemos primeramente observar quiénes constituyen la resistencia.
El clima de protestas y rebeliones que respira el mundo árabe tras la caída de Túnez y Egipto, sumado a la voluntad de Gadafi de reprimir violentamente cualquier manifestación en su contra, provocó que cierta parte del ejército libio abandonase su disciplina militar y se sublevara. Esto explicaría una parte del arsenal con que cuenta la milicia y las imágines de ésta siendo aleccionada e instruida por personas de uniforme.
Pero además se ha de contar con que Libia era una de las puertas de entrada del tráfico de armas para los conflictos africanos. Un informe del Grupo de Investigación e Información sobre la Paz y la Seguridad (GRIP) con sede en Bruselas informaba en 2008 de que las armas empleadas en conflictos como el de la República Democrática del Congo señalaba a Libia como una de las plataformas del tráfico ilegal de armas. De ahí que la primera resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre Libia, 1970 (2011), fuera en el camino de endurecer las medidas para evitar el tráfico ilegal de armas y, por tanto, limitar los arsenales oficiales y rebeldes.
¿Por qué la bandera de los rebeldes es la misma que la de la monarquía pre-Gadafi?
La bandera que enarbolan los rebeldes y que tan ampliamente han difundido los medios de comunicación occidentales como bandera monárquica es, en realidad, la primera bandera del país. Libia fue el primer país en obtener la independencia tras la Segunda Guerra Mundial, cuando los aliados la liberaron de su periodo colonial italiano y pasó a establecerse una monarquía. En 1969 Gadafi da el golpe de Estado por el que se alza con el poder y no es hasta 1975 cuando decide cambiar la bandera del país por la que hasta hoy es la bandera oficial. Al llegar al poder Gadafi se intenta reinventar a sí mismo como uno de los líderes del socialismo no alineado. Escribe un texto que bautiza como Libro Verde reproduciendo los pasos de Mao Tse Tung y su Libro Rojo. Uno de sus principales idearios era la consecución de una unidad árabe, idea muy popular en esos años y sobre la que se imponía un color como símbolo : el verde. El mismo del que coloreó la nueva y, hasta hoy, oficial bandera de Liba.
¿Se trata de otra guerra por el petróleo? ¿Qué intereses económicos hay?
Cuando estalla una guerra en la que interviene un país occidental todo el mundo corre a ver las cuentas corrientes de dicho país para explicar los motivos. Que las guerras son movimientos de los poderosos para acaparar más riqueza o más poder que le conduzca a la riqueza es algo que ya está inventado, como la pólvora. Por eso que en el caso de Libia miremos las cuentas corrientes y no veamos nada claro a primera vista desorienta un poco.
EEUU y Francia lideran la coalición militar y han guiado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en la resolución 1973 (2011) que permita el uso de la fuerza. Y sin embargo ninguno de ellos tiene intereses económicos aparentemente comprometidos con la estabilidad del país.
El principal socio comercial de Libia es Italia. Ya se ha movido por la web un vídeo de Berlusconi besando la mano de Gadafi y el Parlamento italiano, el día que votó el apoyo a la intervención, notó la ausencia del Primer Ministro italiano, que se ausentó inexcusablemente. Con la caída del régimen, es el país europeo que más tiene que perder.
La ausencia de Gadafi abriría a otros actores la negociación de contratos en materia de energía. Los franceses ya han perdido concursos de concesiones estatales libias frente a los italianos, y un cambio en el poder libio quizás haría inclinar la balanza a su favor.
EEUU no se suministra con petróleo libio, aunque sí China –y de ahí se explica su predisposición a vetar la intervención. Sin embargo los primeras voces a favor de la exclusión aérea –término que implica el ejercicio de la fuera aérea- vinieron del grupo de asesores del presidente George W. Bush, los conocidos como halcones, que planearon la invasión de Iraq en 2003. Interpretar que si EEUU gana el acceso al petróleo libio China lo pierde es hacer un falso juego de suma cero.
En realidad, la salida de Gadafi permitiría a EEUU abrir una nueva fuente de petróleo, si bien no con un peso muy importante, sí con un peso relativo muy necesario en su política de diversificación del suministro. Además, no hay que olvidar que la península arábiga, de donde procede la mayor parte de su petróleo, está también envuelta en un clima de rebelión democrática que puede no favorecerle. China podría consentir –como ha hecho- a cambio de asegurarse seguir manteniendo sus cuotas de suministro o poder participar más en otras regiones. Y es así como obtenemos un juego win-win que permite el voto favorable de uno y la abstención del otro en el Consejo de Seguridad.
Pero aquí no acaba la cosa. Tras Túnez y Egipto, Libia podía haber caído o, al menos, desestabilizarse. Es muy probable que Francia no tenga más intereses en Libia que los de asegurarse algún contrato, pero lo que sí es seguro es que la clave en la estructura político-económica francesa tiene un nombre: Argelia. La desestabilización libia podría dar alas a una ya de por sí soliviantada rebelión argelina de consecuencias impredecibles, con actores islamistas contrarios al comercio con Francia y unas inversiones energéticas europeas ya comprometidas. Demasiado que perder explica el liderazgo francés en la intervención –junto con otras cuestiones de carácter interno que no nos detendremos a explicar.
¿Qué necesidad de atacar a Libia hay ahora, después de que Gadafi se hubiera vuelto de nuevo un aliado del mundo occidental?
Gadafi promocionó en el pasado intervenciones terroristas contra intereses occidentales. También financió a todo tipo de guerrillas que se levantaban contra gobiernos cómodos a los ojos de Europa y Estados Unidos. Así fue como, poco a poco, con el continuo pasar del fracaso de los movimientos revolucionarios mundiales, el país se quedó aislado de la política internacional del centro del sistema. Incluso en 1986 EEUU realizó un bombardeo sobre el país con el fin de atacar los intereses de Gadafi.
Desde el 11S la estrategia de occidente con respecto a Libia cambió. Se le requirió como vigía de occidente en los campos de entrenamiento yihaddistas en el Sahara y como Estado tapón frente a la inmigración africana hacia Europa. Además de ser suministrador de petróleo para el continente, Tony Blair llegó a proponer en la cumbre de la UE de 2002, en Sevilla, la construcción de campos de internamiento en suelo libio con la finalidad de enviar allí a los demandantes de asilo político en territorio europeo hasta que se resolviera su expediente.
Los motivos del nuevo bombardeo a Libia sólo se explican, por tanto, si se tiene en cuenta el contexto internacional del momento. Cuando las revueltas de Túnez y Egipto estaban en su punto álgido, especialmente esta última, los países occidentales comenzaron a acusar las presiones de la sociedad civil internacional que les demandaban un mayor compromiso con la democracia global y las revueltas pacíficas. Los tiempos entre el final de la revolución en Egipto y el comienzo en Libia –y sus similitudes de protesta pacífica- coincidieron y los discursos de apoyo a la democracia egipcia se interpretaron como un apoyo a las protestas libias. Los países occidentales han sido, por tanto, esclavos de sus palabras, demostrando que, por cínico que nos parezcan los discursos, muchas veces estos tienen su importancia y obligan a los Estados a seguir una línea política y no otra.
¿Es una intervención para salvaguardar los Derechos Humanos? ¿Qué tiene esta guerra de humanitaria?
Defender los Derechos Humanos a bombazos es una actividad que recuerda mucho al Ministerio de la Paz de 1984. Sin embargo, en ocasiones, tomar este camino es irremediable. Una vez que, como bloque de Estados, te has posicionado a favor de la caída de un dictador alegando que viola los Derechos Humanos y que, además, en dicho país ha surgido una resistencia armada que es interpretada como democratizadora del país, te quedan pocas escapatorias para no intervenir militarmente. Itziar Ruíz-Giménez lo explica muy bien en su libro La historia de la intervención humanitaria. Durante los años 90 se estableció la norma de intervenir militarmente a favor de la defensa de los Derechos Humanos. Es cierto que dicha norma se quebró tras la salida de Somalia, pero los Estados occidentales quedaron colgados de ese discurso intervencionista y rompedor con el régimen de soberanía estatal.
Eso sí, como hicieron en el caso de Kosovo, las potencias occidentales han procurado dejar bien claros dónde están sus límites. En la resolución del Consejo de Seguridad se habla tan sólo de mantener una zona de exclusión aérea, lo que deja a una intervención terrestre fuera de todo programa –salvo operaciones especiales puntuales. Es una guerra legal –no como Kosovo- que trata de evitar la violación de Derechos Humanos en Libia. Es, por tanto, una intervención humanitaria.
Que sea humanitaria no significa que sea buena, ojo. Una guerra es una guerra, se sabe cómo comienza y no cómo acaba. Se sabe contra quién se hace, pero no contra quién se acabará. Se saben los objetivos iniciales, militares y políticos, pero no se sabe qué atacar cuando éstos se acaban y el dictador sigue resistiendo. Y, por supuesto, se sabe que causará daños a la población civil, pero se les llama daños colaterales.