Cine coreano/I

Publicado el 07 febrero 2012 por Diezmartinez

En Jadeante (Ddongpari, Corea del Sur, 2008), su exitosa opera prima ganadora en todos lados (Singapur, Rotterdam, Deauville, Karlovy Vary, además de Mejor Película Extranjer y Mejor Director Extranjero en los prestigiados premios de la revista nipona Kinema Junpo en el 2011), el cineasta/guionista/productor/editor/actor Ik-joon Yang nos presenta una Corea del Sur en la que la violencia es el único lenguaje entendido/padecido/compartido por todos. Dentro y fuera de casa, la violencia -sea física, verbal o psicológica- es la moneda de cambio.Sang-hoon (el milusos Yang en una sólida interpretación que le valió varios premios) es el violento mano derecha de un amable gangster de barrio (Man-shik Jeong) que, además de rentar su fuerza bruta a discreción -por ejemplo, para disperar algunos estudiantes revoltosos-, hace su dinero prestando grandes cantidades de wones que, luego, Sang-hoon se encarga de cobrar brutalmente. Sang-hoon no sabe otro lenguaje más que la violencia: cachetea a sus compañeros de trabajo, trata de "imbécil" a su jefe que también es su amigo y cuando se encuentra con su sobrinito Hyung-in (Hee-su Kim) no lo baja de "idiota", "inútil" o "enano". Es evidente que Sang-hoon no lo puede evitar: un flash-back nos indica que su ira mal contenida es producto del abuso que sufrió él, su madre y sus hermanas de parte de su padre, quien acaba de salir de prisión y que, solitario y alcoholizado, espera los golpes revanchistas que viene a darle su siempre iracundo hijo. La rutinaria vida golpeada/golpeadora de Sang-hoon cambiará cuando conozca a la atrabancada estudiante de secundaria Yeon-hee (Kim Kkobbi), tan bocona y agresiva como él. Pronto descubriremos que también Yeon-hee tiene mucho qué decir -o, más bien, que ocultar- con respecto a la violencia, dentro y fuera de su casa.Yang podrá ser todo lo debutante que usted quiera, pero vaya que tiene recursos y sabe cómo usarlos.  La violencia no nos abandona en ningún momento -así empieza y así termina la película-, pero Yang sabe cómo filmarla: nerviosa cámara en mano que, sin embargo, nos escamotea buena parte de la acción. Escuchamos los golpes y los gritos, pero la cámara de Jong-ho Yun permanece en primer plano o en close-up, tomando el rostro deformado por la ira de Sang-hoon. En otros momentos, cuando es necesario, la cámara se aleja de los personajes y los toma en planos generales, atestiguando funcionalmente la interacción entre ellos. El ritmo de montaje -la edición es del propio Yang- está definido, también, por las necesidades del filme: hay tomas extendidas de más de dos minutos -por ejemplo, la discusión de Yeon-hee con su, para variar, violento hermano menor- pero ninguna de ellas se siente como el típico alarde técnico del debutante sino que forman parte de la identidad e integridad estilística del filme. La trama, salida de la pluma del mismo Yang, no renuncia a los clichés del gangster redimido/redentor -en cierto momento del filme es claro en qué terminará todo- y la metáfora visual del epílogo es demasiado obvia, pero Yang el cineasta-guionista y su espléndido grupo de actores no nos dan tregua un solo instante, así que es dificil ver las costuras de la cinta cuando estamos expuesta a ella. Además, hemos sufrido con ellos tanto tiempo -130 minutos, para ser exactos- que queremos creer que todos ellos tienen alguna salida en ese país en el que "todos los padres son unos cabrones". Aunque luego veamos que algunos no quieren acercarse a la salida.
Jadeante se exhibe hoy en la Sala Molière del IFAL a las 20:30 hora dentro del ciclo de cine coreano contemporáneo.