En Jadeante (Ddongpari, Corea del Sur, 2008), su exitosa opera prima ganadora en todos lados (Singapur, Rotterdam, Deauville, Karlovy Vary, además de Mejor Película Extranjer y Mejor Director Extranjero en los prestigiados premios de la revista nipona Kinema Junpo en el 2011), el cineasta/guionista/productor/editor/actor Ik-joon Yang nos presenta una Corea del Sur en la que la violencia es el único lenguaje entendido/padecido/compartido por todos. Dentro y fuera de casa, la violencia -sea física, verbal o psicológica- es la moneda de cambio.Sang-hoon (el milusos Yang en una sólida interpretación que le valió varios premios) es el violento mano derecha de un amable gangster de barrio (Man-shik Jeong) que, además de rentar su fuerza bruta a discreción -por ejemplo, para disperar algunos estudiantes revoltosos-, hace su dinero prestando grandes cantidades de wones que, luego, Sang-hoon se encarga de cobrar brutalmente. Sang-hoon no sabe otro lenguaje más que la violencia: cachetea a sus compañeros de trabajo, trata de "imbécil" a su jefe que también es su amigo y cuando se encuentra con su sobrinito Hyung-in (Hee-su Kim) no lo baja de "idiota", "inútil" o "enano". Es evidente que Sang-hoon no lo puede evitar: un flash-back nos indica que su ira mal contenida es producto del abuso que sufrió él, su madre y sus hermanas de parte de su padre, quien acaba de salir de prisión y que, solitario y alcoholizado, espera los golpes revanchistas que viene a darle su siempre iracundo hijo. La rutinaria vida golpeada/golpeadora de Sang-hoon cambiará cuando conozca a la atrabancada estudiante de secundaria Yeon-hee (Kim Kkobbi), tan bocona y agresiva como él. Pronto descubriremos que también Yeon-hee tiene mucho qué decir -o, más bien, que ocultar- con respecto a la violencia, dentro y fuera de su casa.Yang podrá ser todo lo debutante que usted quiera, pero vaya que tiene recursos y sabe cómo usarlos. La violencia no nos abandona en ningún momento -así empieza y así termina la película-, pero Yang sabe cómo filmarla: nerviosa cámara en mano que, sin embargo, nos escamotea buena parte de la acción. Escuchamos los golpes y los gritos, pero la cámara de Jong-ho Yun permanece en primer plano o en close-up, tomando el rostro deformado por la ira de Sang-hoon. En otros momentos, cuando es necesario, la cámara se aleja de los personajes y los toma en planos generales, atestiguando funcionalmente la interacción entre ellos. El ritmo de montaje -la edición es del propio Yang- está definido, también, por las necesidades del filme: hay tomas extendidas de más de dos minutos -por ejemplo, la discusión de Yeon-hee con su, para variar, violento hermano menor- pero ninguna de ellas se siente como el típico alarde técnico del debutante sino que forman parte de la identidad e integridad estilística del filme. La trama, salida de la pluma del mismo Yang, no renuncia a los clichés del gangster redimido/redentor -en cierto momento del filme es claro en qué terminará todo- y la metáfora visual del epílogo es demasiado obvia, pero Yang el cineasta-guionista y su espléndido grupo de actores no nos dan tregua un solo instante, así que es dificil ver las costuras de la cinta cuando estamos expuesta a ella. Además, hemos sufrido con ellos tanto tiempo -130 minutos, para ser exactos- que queremos creer que todos ellos tienen alguna salida en ese país en el que "todos los padres son unos cabrones". Aunque luego veamos que algunos no quieren acercarse a la salida.
Jadeante se exhibe hoy en la Sala Molière del IFAL a las 20:30 hora dentro del ciclo de cine coreano contemporáneo.