La Polonia postcomunista está muy lejos de ser el paraíso. Tomando en cuenta solamente las cintas que hemos podido revisar del ciclo Cine Polaco Contemporáneo, organizado por la Cineteca Nacional, tendríamos que llegar a la conclusión que el país de Karol Wojtyla es caótico y corrupto (La Boda/Smarzowski/2004), que está en quiebra absoluta (El Recaudador/Falk/2005) y que su gente vive en una perpetua crisis existencial por las presiones socioeconómicas que tiene que sufrir, como lo señala cruelmente Plaza de Salvador (Plac Zbawiciela, Polonia, 2006), quinto largometraje de Krzysztof Krauze, dirigiendo por vez primera con su esposa/guionista Joanna Kos-Krauze.
Estamos en Varsovia, en un departamento que se encuentra frente a la Plaza de Salvador del título, un conocido lugar en donde se encuentra un Cristo que abre sus brazos en inequívoca señal de paz y amor. En ese departamento viven apesñucados Teresa (Ewa Wencel), su hijo Bartek (Arkadiusz Janiczec), la esposa de él, Beata (Jowita Budnik), además de los dos hijitos de la pareja, Dawid y Adrian (Dawid y Natan Gudejko). Bartek y Beata tienen seis años de casados, pero es hora que no pueden levantar la cabeza: aunque él trabaja como el que más, una decisión desafortunada hace que todo se vaya al caño. En algún momento decidieron vender el departamento que ellos tenían para comprar un mejor sitio fuera de la ciudad. Sin embargo, la compañía constructora se declara en quiebra y a partir de este momento nadie sabe nada. Teresa misma, que había ayudado a la joven pareja a invertir en su nuevo hogar ha perdido también el dinero que ella les había prestado. No hay otra solución que vivir "temporalmente" en la casa de la mamá/suegra/abuela, con los resultados que usted puede esperarse.
Lo notable de la cinta del matrimonio Krauze -escrita por los cineastas y por sus tres actores protagónicos, quienes improvisaron buena parte de sus diálogos- es que lo que vemos en pantalla, más allá de algunas situaciones melodramáticas desatadas y un desenlace un tanto desconcertante, tiene un regusto genuino, doloroso, realista. Lo que le sucede a ellos es algo que se siente verdadero o, en todo caso, verosímil: he aquí lo que le puede pasar a un grupo de personas que no pueden resistir las brutales presiones económicas de una crisis inesperada ubicada en Polonia pero que bien pudo haber sucedido en México.
Ninguno de los tres personajes es un santo pero tampoco ninguno de los tres es un monstruo. Teresa es una mujer madura y profesional que está para pensar en su retiro, no en cargar con su hijo, su nuera -a la que nunca ha querido- y sus dos nietecitos que, por más encantadores que sean, no dejan de ser una molestia para una mujer independiente como ella. Beata es la víctima perfecta: muchacha campesina sin estudios que se casó con Bartek embarazada, que no puede trabajar por los niños, despreciada por la suegra y ninguneada por el marido. Y, sin embargo, también puede ser victimaria: puede enfrentar a su suegra irracionalmente, puede maltratar a sus hijitos sin que éstos lo merezcan, puede humillarse más allá de todo límite sin importarle nada. Bartek, finalmente, es una suerte de enigma: el tipo trabaja y se esfuerza, pero un poco de mala suerte y otro más de falta de carácter lo llevan siempre a tomar la peor decisión en el peor momento posible. Tal vez por ello su redención última es tan sorpresiva: no la esperamos nosotros y parece que ni siquiera él mismo. Acaso éste es el único punto débil de un sólido melodrama social/familiar que extiende su depresiva visión de su país hacia otras partes, hacia otros lados. ¿Cuántas historias similares a Plaza de Salvador no están sucediendo en México en estos mismos instantes?
Plaza de Salvador se exhibe hoy en la Cineteca Nacional.