Tomando en cuenta que el cine hecho en Venezuela recibe financiamiento mayormente del Estado, nos es indisoluble en este artículo analizar nuestro cine sin tener en consideración el proceso de cambios y polarización vividos tras once años de chavismo. De modo que lo sucesivo se restringirá a analizar nuestro cine, sin pretensiones absolutistas, en el contexto de la polarización social y política, para acercarnos a dos películas que creemos representan una reconciliación entre nuestro cine y su público: “Hermano” de Marcel Rasquín y “Cheila, una casa pa’ Maita” de Eduardo Barberena.
ANTECEDENTES
En 1998 la sociedad venezolana eligió una posibilidad de cambios en torno a la participación y la inclusión. Acto seguido, empezaron a verse políticas públicas destinadas a abrir espacios y dar oportunidades en materias de salud, educación y cultura.
De modo que, así como se impulsó la creación de entidades que atendieran de manera inclusiva y masiva la salud o la educación desde las llamadas Misiones; el Estado se ocupó de levantar toda una estructura paralela del audiovisual: se fomenta el documental como herramienta política que pronto halla cabida en la apertura de espacios televisivos, en web, salas comunitarias y alternativas, créditos para los Productores Nacionales Independientes, etc.
En el cine se crea también una plataforma audiovisual paralela: La productora Villa del Cine, dotada de tecnología y recursos que tuvo como misión producir un gran número de películas realizadas por jóvenes; frente al CNAC, organismo de financiamiento tradicional, hasta entonces constituido por las élites de los gremios Anac y Caveprol. Amazonia Films es creada por el Estado como distribuidora también al margen de los circuitos privados, y las salas regionales de la cinemateca como alternativa a las salas comerciales.
El entusiasmo de este boom participativo, sin duda inclusivo porque realmente se le ha dado o dio oportunidad a mucha gente de desarrollarse profesionalmente; también se vio ensombrecido por un cúmulo de denuncias de corrupción, nepotismo y abusos de poder, que perdieron seriedad o legitimidad al estar subyugadas a la polarización política.
Pero quizá lo más relevante para el tema que nos ocupa, es que el levantamiento de estas estructuras que se definieron tramposamente como “alternativas” fueron poco a poco perfilándose desde el discurso oficial como “en contra de”, o “enemigas de” las estructuras ya existentes.
¿QUÉ ES LA POLARIZACIÓN?
La Polarización, sea social o política, significa un quiebre, una ruptura, una fractura. Muchas son las tesis acerca del origen de esta rotura en Venezuela: Algunos la colocan en el Viernes Negro del 83, cuando nuestra ilusión de país petrolero incluyente se vio desvanecida con la devaluación.
La década anterior había producido numerosas películas a cargo de varios cineastas hasta entonces desconocidos, que tuvieron amplia aceptación en el público.
Para otros, los años sucesivos profundizaron el quiebre, alcanzando un punto álgido en El Caracazo (1989) cuando se rompió el llamado “Pacto de Punto Fijo”, que significó el divorcio de las masas con sus instancias de representación.
La ruptura y el descontento cristaliza en 1992 con el golpe de Estado del Presidente Chávez y, tras más fracturas a la democracia con amplia simpatía popular: otro golpe de Estado, destitución del presidente, gobierno interino y declive bancario; se erige en el poder por la vía electoral, el Comandante Chávez.
Por su parte, el cine venezolano de los 90s, se vio mermado en cuanto a calidad y cantidad. Sin embargo, alcanzó el logro de una Ley de Cine que hasta hoy sigue vigente.
Si bien el ambiente y hechos del primer gobierno del chavismo (1999-2005) apuntaron a que muchos lográbamos el sueño de la equidad o la reconciliación nacional, ese proceso de distanciamiento, intolerancia y diferencia se ha ido acentuando con nuevas quiebres: el golpe de abril del 2002, el paro petrolero del 2003 y finalmente, la negativa de factores de oposición a disputarse escaños en la Asamblea que conllevaron al absolutismo y hegemonía de la facción chavista.
De modo que, esta polarización, al implicar una fractura tan radical como la nuestra, ha derivado en una cantidad de prejuicios negativos acerca de la otredad: “El que estudia en la Bolivariana es malo”, “El que estudia en la Central es sifrino” “el que estudia medicina en Cuba es un pirata”; y en el caso del cine: “el que trabaja en La Villa es un traidor,” “las películas de la Villa son mediocres”, “el que recibe un financiamiento en el CNAC tiene palanca”, ó “el cineasta que trabaja en el extranjero es un burgués”.
Puede que algunas de estas aseveraciones hallen alguna justificación válida, pero lo cierto es que también son alimentadas por grupos que ejercen cierto poder porque les rinde grandes beneficios: más votos, más público, más lectores y comentaristas en blogs, más adeptos. Como ya habrían asomado artistas de la talla de Bertolt Brecht hace mucho tiempo, la guerra es un tremendo negocio. La polarización gesta y consolida la industria del resentimiento.
De modo que, desde diversos espacios hemos sido (manipulados o no) co-partícipes del sentimiento antagónico: “Como simpatizo con La Villa del Cine que se opone a Hollywood, le hago la guerra al cineasta extranjero”, ó viceversa. “Como pienso que los gremios son unos corruptos, apoyo la decisión del Ministro de romper con ellos”, “Como el Ministro nos quiere sacar del CNAC, nos abrimos a recibir cineastas noveles”. Ésta última premisa creo ha dejado buenos dividendos, pues supuso inclusión de nuevos talentos en los gremios.
Otro juicio (o prejuicio) recurrente ha sido: “Como somos cineastas jóvenes, debemos oponernos a los veteranos”. Desde lo personal, puedo decir que, siendo venezolana y por tanto parte del proceso polarizado cinematográfico del país, muchas veces pensé que cineastas como Chalbaud no debían recibir más financiamientos dado el resultado de manipulación respecto a sucesos históricos como en “El Caracazo”, precaria factura y amplio fracaso taquillero (“Zamora”). Sin embargo, tras mi reciente visita a Venezuela y visionado de dos películas recientes me planteo ¿es correcto pensar así a la hora de construir una sociedad, una cinematografía y un país?
En el caso del cine creo que se han abierto espacios para los encuentros entre cineastas noveles y veteranos, sean éstos simpatizantes de la ideología hegemónica o no, pues varios han logrado (o están en proceso) de hacer sus películas con la Villa del Cine o el CNAC.
Si bien muchos de nosotros hemos sido críticos con los resultados de ambas instancias, creo que, así como la sociedad se cansa de estar en una guerra permanente (los resultados son inexistentes o nefastos), los cineastas se cansan de mantener el juego-negocio político y empiezan a madurar.
Esta maduración de nuestras diferencias y discursos, las he percibido en dos dramas recientes: “Hermano” de Marcel Rasquín, financiada parcialmente por el CNAC y “Cheila una casa pa`Maita” de Eduardo Barberena producida por La Villa. En ambas, el discurso trasciende el maniqueísmo o el panfleto, para erigirse en arte complejo, bien desarrollado, de caras nuevas y creíbles, con propuestas ideológicas que van más allá de la superficialidad que implica la propaganda política. Con estructuras guionísticas que mantienen al espectador en la silla, con situaciones permeadas de carga emotiva, diálogos realistas, ambientaciones verosímiles y temas tan urgentes como la pobreza y las oportunidades, y la diversidad sexual. Ambas películas lejos de exaltar el heroísmo patrio, manifiestan críticas profundas a nuestra sociedad que dejan al espectador pensando.
Obviando que Venezuela necesita de manera urgente instancias educativas de calidad respecto al cine; creo que un paso importante para llevar público a nuestras pantallas y desarrollar nuestros discursos es despolarizar las películas, dejar de alimentar en los espectadores juicios respecto a las instancias o maneras en que se financian. Para ello, propongo varias herramientas.
CÓMO COMBATIR LA POLARIZACIÓN EN EL CINE
1) Más allá de pensar en sacar o desacreditar a fulano en La Villa, a los Gremios del CNAC, al cineasta que hace su peli en NY o al Presidente Chávez que financia a Chalbaud; Venezuela y nuestro cine necesita aportar soluciones en torno a un cambio de mentalidad: la del rentismo petrolero.
El rentismo es hijo directo del clientelismo y, lamentablemente, mientras ésa sea la fuente de ingresos de nuestra cinematografía seremos proclives a convertirnos en mendigos del Estado o de sus títeres políticos para hacer nuestras películas.
2) Procurar salir de la rigidez impuesta por los partidos o, en el caso del cine, por organizaciones herméticas que no permitan activismo y dirigencias libres. Esto va para todos los bandos, los de La Villa y los del CNAC. Sin embargo, en ambas instancias veo que conviven pluralidad de matices: cineastas noveles y veteranos, chavistas o de oposición, formados en el país o en el extranjero. Hay que profundizar este camino teniendo como único norte la excelencia. Hay que desengancharse de los discursos separatistas de “si te financia éste eres bueno y si no, eres malo”. Hay que ignorar el lucro insano de ciertos críticos y élites.
3) Evitar la apatía. Esa actitud de “Cómo yo no hago cine con el Estado, o lo hago afuera a mi no me importa”, no sirve. Para criticar y para construir hay que ver cine venezolano. Hay demasiado prejuicio y descalificación manipuladora e interesada en la web. De verdad, no podemos ser indiferentes ni perder la esperanza de la participación. Se trata de nuestra industria, donde quiera que estemos. Tampoco sirve ignorar a los gremios o mantenerse al margen de ellos. Si nos es imposible construir otra instancia de legitimidad debemos dar la pelea adentro.
Finalmente, está por aprobarse el Reglamento y se piensa ya en una nueva ley. El Baremo del CNAC mantiene puntos excluyentes como puntajes a la formación (director, productor, fotógrafo, actores) en el exterior o de amplia experiencia curricular. Tanto “Hermano” como “Cheila…” sin contar un sinnúmero de películas buenas de nuestra filmografía, se hicieron con gente amateur y de bajo estrato social. Esta cualidad no denigró su calidad, en muchos casos la aunó. Como recientemente me dijo un cineasta veterano ¿Cuál fue la escuela reconocida de la que egresó Chalbaud? El debate en torno a estos puntos debe darse dejando de lado las diferencias ideológicas o de clase.
Para cerrar, creo importante revisar y reconocer los errores propios y reconstruir confianza con la otredad, tender puentes. No podemos seguir atizando las diferencias, sino nunca florecerá nuestro cine. Está bien manifestar los errores pero los logros también hay que reconocerlos. En el caso de este artículo creo que tanto “Hermano” como “Cheila, una casa pa’ Maita” abonan el camino de reconciliación entre nuestro cine y su público. Así como entre quienes hacemos o queremos hacer películas.