El verdadero rival no es Batman sino nuevos personajes post-icónicos como Gru o Megamind, siguiendo la estela de Los Increíbles de la propia Pixar. Aunque la comparación, más allá del liderazgo de Lasseter, sea tan inevitable como imposible, por jugar esta Disney en una liga necesariamente más amplia que aquella Pixar. Tampoco convenía competir con su propio Universo Cinemático Marvel, ni específicamente con el Universo Animado Marvel del Canal Disney, ni perjudicarlos si el experimento no funcionaba. Eso explica la elección de unos personajes sin ninguna base de aficionados, a la vez que también Marvel se arriesgaba con Guardianes de la Galaxia, rentabilizando el mismísimo fondo de su catálogo y ajustándolo más libremente a sus necesidades. En el fondo, Lasseter lleva al extremo la estrategia de “camuflaje” de Avi Arad con Blade hace dieciséis años, renunciando inauditamente a explotar ninguna sinergia en el papel, dedicándoles un manga a sus personajes en Japón antes que recuperarlos para el Universo Marvel; y emancipándose incluso de Marvel Studios, por primera vez desde su fundación en 1996, similarmente a los Aviones que también le ha prestado este año Pixar al equipo creativo y la expansiva marca de Disney.
Aun cediendo el control creativo, la “vía Disney” no implica el salto al vacío de las antiguas adaptaciones externas de Marvel, previas a Marvel Studios. Disney es un referente absoluto en el campo de la animación, a diferencia de los dudosos socios que frecuentaban por entonces el Bullpen, ni el proyecto nació en el despacho de ningún ejecutivo que sumara 2+2 tras comprar Marvel. Su co-director, productor y máximo impulsor, Don Hall (Tarzán, Winnie the Pooh), es un hombre de Disney pero también un verdadero creyente, que concibe la película como una carta de amor a los superhéroes que transpira cada fotograma, y comparte créditos con Chris Williams, compañeros desde sus comienzos en las mesas de storyboarding de Disney, que ya hizo exactamente lo mismo con los videojuegos en ¡Rompe Ralph!. Ambos consideran casi parte del equipo a Joe Quesada y Jeph Loeb, que asistieron por parte de Marvel a todo el trabajo creativo, desde encajar la historia hasta los sucesivos visionados, aunque con voz pero no voto. También hablaron con los creadores de Big Hero 6, Steven T. Seagle y Duncan Rouleau, aunque en una fase posterior en la que el proyecto estaba ya mejor formado, y llamativamente, los créditos de la película reconocen a todos los autores involucrados en la breve historia editorial de los personajes y no sólo a sus creadores, agradeciendo en general el apoyo y la paciencia de Marvel con un proceso mucho más complejo que dar forma a un cómic.
El “séptimo héroe” es la propia ciudad de San Fransokyo, una fascinante recreación de Tokio superpuesta sobre San Francisco, que lejos de transmitir las tensiones sociales o migratorias de otras megalópolis fantásticas orientalizadas al estilo de Los Angeles en Blade Runner o la Nueva York de El Quinto Elemento, presenta un nuevo mundo en que no es relevante si estamos en el futuro o Japón ganó la Segunda Guerra Mundial, porque la distinción entre Oriente y Occidente carece de sentido. Pero sí lo tiene para el espectador, eligiendo la bahía californiana por tener una geografía urbana muy reconocible bajo la capa nipona, transformando sus elementos más icónicos como el Golden Gate, las cuestas del tranvía y las Casa Vitorianas, para maximizar el contraste con el Japón original del cómic.
Pero San Fransokyo es mucho más que un exótico telón de fondo: define la independencia de la adaptación frente al original, rompiendo deliberadamente con la tradición marveliana de anclar sus historias al mundo real, pero acertando a no traicionar a sus personajes en el traslado, extrapolando su origen amerimanga a un nuevo mundo para diluir la impronta de Marvel en un homenaje globalizado al cómic, el manga y el anime, Disney, Pixar y Ghibli. La película de animación total. Pero por mucho que los lectores los hayamos olvidado, Big Hero 6 no es Blade, ni Disney (propietaria de Marvel) es comparable con aquella New Line (propiedad a su vez de Warner), ni el espectador de 2014 es el de 1998; mientras Blade trataba de eludir su origen superheroico, éste es el verdadero sentido de Big Hero 6. No es casual que Baymax e incluso el minúsculo Megabot aterricen triunfalmente como Iron Man, [spoiler: o imite en su giro al lado oscuro a Iron Monger]; que la máscara del villano se retire exactamente como el vengador dorado; ni homenajes directos al cómic, aunque tan recónditos como las figuritas y los propios cómics de la habitación de Fred [sp: ¿de verdad es ése Black Talon?]. Don Hall nos ha retado a ver la película cinco veces para cazar todos los guiños, [sp: y a la espera de quemar el botón de pausa del Blu-Ray, aventuro un par: el encuadre de la mítica portada de Secret Wars #4 cuando Baymax protege a sus compañeros del primer ataque en Alcatraz, y una probable referencia al emblema del Caballero Negro en el logotipo del Proyecto “Gorrión Silencioso”]. Por si queda alguna duda, nos reservan una escena post-créditos sólo para nosotros, a sabiendas de que el público Disney ya ha abandonado la sala, en la que los propios personajes reconocen cuánto echan de menos a su familia, [sp: que pasa tanto tiempo en su propia isla, personificada en un glorioso cameo de Stan Lee].
Una película en definitiva agradecidamente fresca y cercana a sus personajes, que no se arriesga más allá de la seguridad de las arquetípicas historias de origen de Marvel y auto-superación de Disney, pero que nos desarma por la sorprendente naturalidad de la mezcla, jugando a fondo la baza de la influencia japonesa. Dando por descontada su altura técnica, casi parece empeñarse en parecer menor de lo que es, sin que sepamos aún si se trata de un proyecto aislado o como Blade, el primer paso de una estrategia mayor, aún descartando sus artífices por el momento ningún futuro cruce animado del sexteto con otros personajes Marvel, pero sin poder ocultar la potencialidad de la suma de ambas marcas. Y si lo hacen así de bien, tal vez se hayan ganado el crédito para arriesgarse con mayores iconos, siempre que estemos dispuestos a llevar al cine no sólo a nuestros hijos o sobrinos, sino a nuestro propio niño interior. El mío ya me ha pedido una peli de dibujos de Spiderman…
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