Penúltimo día de septiembre; todavía hace calor en muchas partes del mundo…en Europa, en su mayor parte, ya hemos dado la bienvenida al otoño. Me gusta mucho esta época, es mi preferida; me gusta la tristeza de los árboles que primero ponen sus hojas de colores amarillos y encarnados y después las van dejando caer con extraordinaria suavidad…yo siempre he dicho que son como los ojos que se enrojecen para después llorar y dejar discurrir, por unas mejillas que dan mucha pena, esas lágrimas que nos sirven de desahogo. El ver esas hojas caer acariciando esa mejilla que representa la brisa de otoño, nos llena de ternura y nos hace reconciliarnos con la vida y apreciar lo bueno que tiene; que es mucho. Este tiempo de otoño naciente nos invita a historias románticas y recuerdos de gente que te ha contado alguna vez como estaba el valle de bonito con esos colores ocres, amarillos y todavía algún que otro, por ese querer algunas hojas tardías aprovechar la savia de vida que ya no es para ellas, verde; recuerdos de ausencia de la persona querida frente a esa naturaleza…Definitivamente, el otoño, me da vida; es mi estación preferida.La historia de hoy, que ya os presenté en entradas de 17 de febrero y 23 de marzo, nos habla de ese verano que acabamos de dejar; nos habla de un solar con mucho calor en el que, en breve, la tranquilidad que respiraban nuestros protagonistas se va a transformar en angustia…Esta bonita y divertida historia de una de las aventuras que afrontan diariamente nuestros amigos protagonistas, Ciriaco y Lucio, ha sido ilustrada por mi compañero, el ilustrador, Daslav Mirko Vladilo Goicovic (reservados los derechos de autor) (http://damivago.cl/), que, desde Chile, donde está afincado, ha confiado en mí y me ha premiado con su arte. Cracias, Daslav, una vez más, por haber dado vida y puesto cara y cuerpo a nuestros Lucio y Ciriaco. Quizá pronto encontremos el lugar adecuado para sacarlo a la luz. Hoy os traigo cómo empezó la ilustración que ya conocéis…Pues por mi parte, sólo me queda desearos que terminéis de pasar un buen domingo en compañía de lo que comparto en nuestro blog, con especial sentimiento de otoño, cálido, por lo menos por estas tierras lejanas, en esta tarde en la que el Sol ya está despidiéndose de mí.Un abrazo lleno de calor ocre desde mi ventana cara al mar que también va mostrando su bravura otoñal…pero eso es otra historia.Otro abrazo, amigos y amigas.
José Ramón.Discurría la tarde, como otras muchas de aquél caluroso verano, sin más sobresaltos que el ruido de los hierbajos al moverse tocados por la brisa casi imposible de disfrutar en esos días. El calor al nivel de la hierba, lugar en el que vivía uno de los protagonistas de esta historia, era intenso, pero soportable. A pesar de la sequedad reinante, la tierra por la que se desplazaba siempre se mantenía cierto grado de humedad. También los arbustos, que a su paso encontraba Lucio, hacían más llevaderos los rigores de la estación. A él, la verdad, le traía sin cuidado si hacía más o menos calor. La casa que llevaba a cuestas le servía para protegerse de él, siempre que lo desease. Sí lo has adivinado. Lucio era un caracol con una casa adornada por unas rayas que lo hacían muy atractivo y, a la vez, le permitían pasar desapercibido entre los rastrojos del solar en el que vivía, cuando algún peligro acechaba. ……………………………………………………………………………………
–Buenas tardes, Lucio. ¿Cómo estás? –dijo Ciriaco, mientras hacía un alto en su ajetreado trabajo llevando una pelota de desperdicios, que no siempre olían todo lo bien que sus amigos deseaban; de un lado para otro. –Bien, muy bien –contestó Lucio, mientras miraba con cara de desagrado semejante bola, que estaba siendo empujada con maestría por su amigo, el escarabajo pelotero.Ciriaco, que en poco tiempo era capaz de recorrer el solar, solía informar a Lucio de lo que acontecía aquí y allá Estuvieron charlando durante un rato. ……………………………………………………………………………………