No era el único caso, no era el primero, ni el último, pero sí el que se iba a llevar la mayor parte de la mañana. No se trataba de una cirugía por audición, sino por infecciones crónicas con acúmulo de material y erosiones. Había que operar el oído para limpiarlo bien.
Cuando le explicas al paciente en qué consiste lo que le pretendes hacer, te mira con cara de espanto. Eso de cortar por el surco de detrás de la oreja para apartarla hacia delante y entrar desde atrás al conducto les suena casi a mutilación. ¿Acaso van a acabar como van Gogh? Sin embargo esa no es la peor parte, el problema está más allá del hueso y para acceder hasta allí hay que fresar toda la mastoides. El siguiente susto es cuando se enteran de todo lo que hay ahí al lado: las meninges por arriba, el seno lateral por detrás (la vena que recoge la sangre de las meninges), el nervio facial (el que mueve la cara) cruzando por en medio de todo y, por supuesto, la parte del oído interno que se ocupa de la audición y del equilibrio. ¿Complicaciones? Todo lo que tiene que ver con esas estructuras, aunque iremos con todo el cuidado del mundo. ¿Y doctora, de verdad necesito operarme? Si no fuese así, no se lo propondría. ¿Qué pasa si no me opero? Que la enfermedad tiene los mismos riesgos de la cirugía, pero sin que nadie se preocupe de controlarlos.
El hueso está duro, y después de una vida de infecciones se esclerosa hasta convertirse en un pedernal. Profundizar requiere tiempo y paciencia, mucha fresa, irrigación para que el hueso no se queme con el limado y aspiración para que el líquido no cubra todo, atención para reconocer las estructuras según aparecen y cuidado para no lesionar nada. No es cuestión de hacer un agujero, sino una cavidad con bordes lisos, inclinados, que permitan ver (con microscopio) y trabajar al fondo de la misma. Cuanto más al fondo, más difícil, se vuelve más estrecho y peligroso.
La infección distorsiona todo, no solo ha erosionado las estructuras normales, a veces los huesecillos faltan o están tapados por el tejido patológico: escamas, granulomas, mucosa engrosada... Es un tejido que hay que despegar, sin tirones bruscos, sin cortar hasta asegurarse que debajo no está el nervio facial o que ese pólipo no cuelga de la meninge. El fresado no ha terminado aún, encima de esas estructuras hay que limar, quitar picos, esquirlas, recovecos, regularizar la superficie, hasta el aire parece tensarse al fresar sobre el nervio facial.
La cirugía no termina ahí. ¿Se puede reconstruir? Queda un poco de cadena, el estribo está limpio, coloco sobre su cabeza el resto de yunque. No sé si funcionará, si lo hace, oirá mejor, si no, al menos lo he intentado. Lo cubro todo con la fascia seca del músculo que he sacado al principio, en la incisión. Aún queda el conducto. Quito trozos de cartílago para hacer un meato más amplio, para controlarlo todo en la consulta y limpiar la cavidad si es preciso. Relleno todo con un tapón de gasas con pomada antibiótica para que cicatrice.
La paciente se despierta. Mueve la cara, el nervio está intacto, suspiro tranquila. La mañana sigue, estoy cansada, la tensión es agotadora, pero aún quedan un par de pacientes, poca cosa, por suerte. Todo va bien. Cuando llego a casa me relajo. Son las 3 de la tarde, pero no me apetece comer, lo único que quiero es tumbarme en el sofá. No sé cuánto tardo en quedarme dormida, me despierto más de una hora más tarde y me doy cuenta de que tengo hambre.