
Uno de mis profesores, Julian Jaynes, tenía por mascota en su laboratorio a un lagarto exótico del Amazonas. Las primeras semanas después de adquirirlo, ]ulian era incapaz de hacer que comiera. Lo intentó todo, pero el reptil se estaba muriendo de hambre delante de sus narices. Le ofreció lechuga, y mango y luego carne de cerdo picada. Cazó moscas y otros insectos vivos y se los ofreció; y también comida china. Incluso le preparó zumos de frutas. Pero el lagarto no quería comer nada y estaba cayendo en el letargo.Un día Julian le dio un bocadillo de jamón, pero el reptil siguió sin mostrar interés alguno. Al continuar con sus actividades cotidianas, ]ulian se dedicó a leer el New York Times. Después de hojear la primera sección, arrojó el periódico sobre el bocadillo de jamón. El lagarto centró su atención en esta configuración, se desplazó sigilosamente por el suelo, saltó sobre el periódico, lo destrozó y luego se zampó el bocadillo. El animal necesitaba acechar y triturar antes de comer. La conducta de los lagartos ha evolucionado de forma que primero acechan a su presa, luego se lanzan sobre ella, la destrozan y finalmente la devoran. La capacidad de cazar es, pues, una virtud de los lagartos. La puesta en práctica de esta fortaleza era tan esencial para la vida del lagarto que era imposible despertar su apetito en ausencia de dicha conducta. Para el animal del ejemplo no existía ninguna fórmula rápida para alcanzar la felicidad.

"La auténtica felicidad" (2003)Martin E.P. Seligman