Esta película ofrece una versión de la masacre de Nankín de 1937, hecho real de la Segunda Guerra chino-japonesa en el que un gran número de personas de nacionalidad china sufrieron crímenes contra la humanidad por parte del ejército nipón que había entrado en la ciudad el 13 de Diciembre.
La cifra de víctimas parece que se fijó en unas 100.000 y el hecho fue juzgado por los tribunales internacionales, siendo considerado por algunos sectores como el nacimiento del nacionalismo chino, y por parte de los japoneses una cruzada mundial en contra de su país.
Partiendo de esta atrocidad, el film, de excesiva duración, con un buen blanco y negro, trata de hipnotizarnos con imágenes muy fuertes, y con sonidos igualmente contudentes (los disparos suenan muy potentes en la sala de cine).
Creo, no obstante, que a veces se hace pesado, y es como que el director ha confiado demasiado en su material pensando que con poco más ya tendría asegurado el éxito. No obstante, a pesar de los premios recibidos, creo que el hecho de tratarse, más bien, de una película coral, con muchos personajes, le resta cierto interés, quizá hubiese sido más acertado introducirnos en una sola historia dentro de esa masacre para concentrar la atención.
Cercana a la Lista de Schindler en algunos aspectos, esta película de guerra incide en los hechos abusivos que el invasor suele realizar sobre el invadido.
Para mí, lo mejor de la película es el final, cuando uno de los oficiales que ha cometido todo tipo de aberraciones, decide ser justo consigo mismo, además de liberar a dos prisioneros que salen andando incrédulos por el campo, jugando con las flores y pellizcándose para creerse que realmente están vivos y tienen una vida por delante, es el pueblo chino que camina ante un sol radiante libre de la tiranía de su opresor y al que le espera un futuro, en teoría, prometedor.