22/09/2011 19:56:13 PM
Por Mercedes Rodríguez García
Es temporada de clases y llego a la ciudad cuando su corazón circular parece estirarse en un bostezo profundo y dilatado. Cuando los totíes comienzan a abandonarla en estampida. Es la primera y brevísima alegría de gorjeos matinales. ¡Lástima! Una vez que los «negrísimos» despegan, el parque va queda afónicamente triste y despintado.
Apenas una veintena de personas sentadas en los bancos y otras tanto que lo cruzan hacia los cuatro puntos cardinales. El badajo vigilante de la W pronostica el día con siete campanadas y los rojos bancos van poblándose de azul, inquieto y migrante en breve hacia las aulas.
Pero el vetusto y señorial edificio del preuniversitario Osvaldo Herrera les da la bienvenida puertas afuera, y así se congregan unos doscientos muchachos y muchachas. Comienza el matutino.
«¡Al combate corred, bayameses…!». Un himno que quema tan temprano. Silencio. Silencio extendido. Casi todos los que están sentados, se levantan; casi todos los transeúntes se detienen, casi todos los que portan gorra, se descubren.
Mas, cuatro irreverentes me pasan por delate. Siguen, siguen. Indiferentes, muertos de la risa. Les pido no caminen. «Eso era antes, tía, vamos apurado», me responden. ¿Antes? ¿Cuándo?¿Nadie les habrá explicado?
Uno luce un cinto de quimeras, latón con brillo, caída chapucera, orejeras MP3. Otro, pulóver cuasi negro y pantalón ceñido, cadera abajo, vía pubis. Dos llevan saya amarilla y blusa blanca, algunos puntos por debajo de sus tallas; pulsos y aretes destemplados.
La escena puede apreciarse cualquier día del curso. Y ¡cuidado!, la edad no constituye lo definitorio. Sin embargo, ¡ningún abuelito! Un problema que implica a la escuela, la familia y las organizaciones estudiantiles y políticas. Una fisura que pudiera no sellar.
Terminado el Himno, desde la escalera una profesora imparte orientaciones sobre las ausencias injustificadas y advierte que pueden invalidarle el derecho a los trabajos de control, que empiezan en octubre.
No hay micrófono, y la profesora se esfuerza y eleva cada vez más la voz. Y en el intento, como suele decirse, «se le van los gallos». Risas, pero con sujeción. ¡Menos mal!
Desde un punto, entre el medio y fondo de las filas, compruebo que la generalidad, no presta la atención debida. Se «cuelan» los ruidos ambientales y algunos ciclistas irrumpen sin pedir permiso. Ciudadanos de paso, vociferan. A esa hora los vehículos que pasan por las calles Cuba y Colón, no son mucho, pero ronronean los motores y los más desconsiderados tocan el claxon.
Casi siempre la reunión es breve, no obstante, ¿por qué la calle? Más o menos aceptable cuando el Parque permanecía cerrado. ¿No es mejor cierta privacidad? Aunque las columnas lo dividen, el vestíbulo del recinto es amplio. Pudiera estudiarse esa posibilidad, y no seguir la fuerza de la costumbre.
Las llamadas informalidades e irreverencias juveniles han existido desde que el mundo es mundo, solo que hora parecen haberse desbordado más allá de lo admisible, al son de la indiferencia y el exceso de permisibilidad.
La estrategia ideológica la planteó el Comandante Fidel Castro en la apertura del curso escolar 2002-2003, cuando planteó:
«Hoy se trata de perfeccionar la obra realizada y partiendo de ideas y conceptos enteramente nuevos. Hoy buscamos a lo que a nuestro juicio debe ser y será un sistema educacional que se corresponda cada vez más con la igualdad, la justicia plena, la autoestima y las necesidades morales y sociales de los ciudadanos en el modelo de sociedad que el pueblo de Cuba se ha propuesto crear».
Y esas palabras también pudieran parecer de antes. ¿De antes? ¿Cuándo?
El perfeccionamiento de la disciplina no solo depende de lo establecido en blanco y negro, sino del esfuerzo sistemático. La escuela desempeña la función de formar valores en los estudiantes, así como las condiciones éticas y principios patrióticos a que se aspira en una sociedad como la nuestra.
Pero la familia, y todos y cada uno de los ciudadanos, no quedamos exentos de tales Hay que establecer y respetar límites, fronteras.
Por favor, les pido fijarse en los totíes del parque Vidal de Santa Clara, que parecen volar atropelladamente. Pero no, planean en concierto.
Y si observan bien las palmas reales, en el penacho de alguna —que sin abrirse aún imprime autoridad majestuosa y señorial a planta— siempre permanece uno de ellos, atento, vigilante.
¿Y el badajo de la W? ¡Tan veterano y puntual!
Mi ciudad es hermosa. Pero hay que caminar mirándola un poco de arriba hacia abajo.
De por sobre los árboles y desde donde las aves retan el tiempo, vienen la luz y los colores. Registrémonos bien adentro y coloreemos, además de las paredes de la ciudad, los corazones. Para que no padezca una brevísima alegría de gorjeos matinales, ni parezca, un bostezo profundo y dilatado.
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