Ciudadano Buelna (México, 2012), el más reciente
largometraje del otrora gran maestro del cine mexicano de los 60/70 Felipe
Cazals, se presentó con más pena que gloria en el pasado Festival Internacional
de Cine en Guadalajara. Por desgracia para todos los involucrados, estamos ante una inerte biopic del
"Granito de Oro" Rafael Buelna Tenorio (Sebastián Zurita, dando el tipo a la perfección), virtuosamente fotografiada por Martin
Boege, pero lastrada por una verborrea pomposa, engolada, repetitiva que
proviene del guión escrito por el propio cineasta en colaboración con el
guionista sinaloense (por adopción) Leo Eduardo Mendoza.Si
exceptuamos la mencionada fotografía de Boege, la buena presencia del joven Sebastián
Zurita –con todo y sus ocasionales tics telenoveleros- y alguna otra actuación
profesional –el infalible Damián Alcázar como Lucio Blanco-, Ciudadano Buelna es una retahíla de
oportunidades perdidas, caracterizaciones incomprensibles y (auto)saboteos
creativos debido, tal vez, a la falta de tiempo y/o dinero. O será que al estar
dirigiendo la película el propio Cazals entendió que, acaso, ya no está (¿ni
nunca estuvo?) para estos trotes épicos-históricos que, con la excepción de Vámonos con Pancho Villa (De Fuentes,
1936), no se le dan al cine mexicano.Oportunidad
perdida una: hacer una biopic pertinente/trascendente
de un personaje que, fuera de Sinaloa, es prácticamente desconocido. La épica
personal-ideológica-militar de Rafael Buelna merecía un guión acaso igual de
dialogado, pero mucho más incisivo, no de estampita escolar para la secundaria.
(Por cierto, ya estaba la obra teatral de Óscar Liera “El Oro de la
Revolución”/1984 como muestra de que sí se puede hacer algo de este calibre).Oportunidad
perdida dos: acaso aceptando de antemano su incapacidad
(creativa/monetaria/¿ontológica?) para el cine épico –hay por ahí solamente el
eficaz barrunto de una batalla que nunca vemos-, Cazals y su equipo optan por escamotear
de la pantalla los triunfos militares de Buelna. He aquí, pues, la historia
militar nunca vista de uno de los más jóvenes generales que dio de la
Revolución.Oportunidad
perdida tres: unas actuaciones/caracterizaciones sueltas, sin cohesión alguna.
Da la impresión que Cazals estaba en otra cosa y no pensó en sus actores ni
dirigió su trabajo. La primera ofensa es el Gustavo Sánchez Parra del Obregón:
¿en qué mundo paralelo el moreno, seco y serio Sánchez Parra se parece
físicamente al blanco, dicharachero y pícaro Álvaro Obregón? Y si esto es
absurdo, luego viene el Zapata de Tenoch Huerta –más digno del Potrillo que de
Brando o, incluso, de Tony Aguilar- que, con sus ojos tristones, parece más
dispuesto a recitar algún poema romántico que a tomar las armas. ¿Y esa barba
rala del Carranza de Raúl Méndez? Vamos, hombre: si hay algo característico en
la presencia del Barbastenango fue, precisamente, su larga barba blanca.Usted dirá
que todo esto es algo menor –eso me argumentaban varios colegas a los que respeto
mucho en el pasado Festival de Guadalajara- y que lo importante es el rescate cinematográfico
de Buelna y su historia. No lo creo así: estas ridículas caracterizaciones
distraen enormidades y si, además, la historia misma está lastrada por una
monótona verborrea digna de parvulitos, ¿qué nos queda?¿Algunas batallas bien montadas? Pues ni eso:
Cazals no quiso o no pudo hacerlas. Lástima por él. Y, sobre todo, por Rafael
Buelna, a quien no le ha hecho justicia la Revolución… ni el cine mexicano.