Esa desazón de la incomunicación, como arma arrojadiza que levantar sobre el otro, nos da como resultado un abanico de personajes donde los diálogos interiores se conforman como la única salida a sus obsesiones y frustraciones, y que en ocasiones, son la expresión más clara y desgarradora del miedo. Un miedo de una madre hacia una hija que la maltrata, o de una madre que se cree víctima de incesto, o de una hija hacia una madre que no puede deshacerse del envenenamiento progresivo en clave farmacéutica de pastillas de mil colores, nombres y marcas que las ayuden a superar la separación del padre y el marido. En definitiva, todo un caleidoscopio del mundo femenino que busca en cada historia hacer cómplice al lector de aquello que se nos cuenta, y que en la mayoría de las ocasiones, esta joven escritora francesa consigue, si exceptuamos algunos finales que podríamos tildar como de caprichosos o fuera de lugar, si nos atenemos al contexto del resto de la historia que se nos cuenta, y que quizá, sean víctima de la búsqueda de una originalidad mal entendida y alejada de la sencillez.
No obstante, el estilo narrativo y las descripciones psicológicas de los personajes que compone Claire Castillon son muy vivas y directas, y dotan de frescura a las narraciones, que en algunos relatos se adornan de una vitalidad muchas veces desgarradora, sobre todo, cuando aborda las relaciones materno-filiales desde un punto de vista más conmovedor (lo que ocurre en el tramo final del libro); y que le sirven de colofón a este multidisciplinar ejemplo del diálogo mudo de los deseos entre madres e hijas.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.