Clara Campoamor y la disciplina de voto

Publicado el 13 septiembre 2014 por Percival Manglano @pmanglano

En el discurso de presentación de “Pisando Charcos” me referí a la abolición de la esclavitud en Estados Unidos como ejemplo de gran reforma que nunca se habría aprobado bajo el actual sistema político español (en lo referido, en particular, a las listas cerradas y a la disciplina de voto parlamentaria). Tras leer “El voto femenino y yo. Mi pecado mortal” de Clara Campoamor, hoy hubiese usado el ejemplo de la aprobación del voto femenino en España en 1931.

Campoamor nació en Madrid en 1888. Su padre murió cuando ella tenía 10 años. Tuvo que dejar el colegio y ponerse a trabajar de, entre otras cosas, costurera, dependienta y telefonista. A los 21 años aprobó unas oposiciones para trabajar en el Cuerpo de Correos y Telégrafos. Tres años más tarde ganó una nueva oposición para ser maestra. Nunca dejó de estudiar y de formarse. Gracias a ello se licenció en derecho en 1924, con 36 años. Su activismo feminista se multiplicó en esas fechas, al igual que su oposición a la dictadura de Primo de Rivera. Llegada la República, fue elegida diputada del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux por Madrid.

El libro de Campoamor se entiende a partir de su conclusión. Escrito en la primavera de 1936, es una reivindicación de su liderazgo en la aprobación del voto femenino en 1931. Este liderazgo le costó ser repudiada por la izquierda con la que ella misma se identificada. En sus propias palabras, “desde diciembre de 1931 (fecha de la aprobación definitiva del voto femenino) he sentido penosamente en torno mío palpitar el rencor. Razón aparente: que el voto habría herido de muerte a la República; que la mujer, entregada al confesionario, votaría a favor de las derechas jesuíticas y monárquicas.” Esta teoría fue apuntalada por la victoria de la derecha en las elecciones de 1933 que le costó a Campoamor su escaño por Madrid.

Tras la victoria del Frente Popular en febrero de 1936, Campoamor pudo afirmar que “la intervención de la mujer no es dañosa al mantenimiento de una política izquierdista”. La causa de la derrota de la izquierda en 1933 fue su división y no la inédita participación de las mujeres en las urnas. Dicho esto, la alegría por la victoria del Frente Popular (a la que ella misma no contribuyó al marcharse “en actividad cultural a Londres”) no compensa su resentimiento hacia sus compañeros ideológicos por la persecución que sufrió tras la aprobación del voto femenino. Campoamor fue repudiada por una parte sustancial de la izquierda española por no supeditar sus principios a un errado cálculo electoral.

Por suerte para Campoamor y para las mujeres, los partidos políticos de la II República no ejercían la férrea disciplina parlamentaria que ejercen ahora. Y es que el Partido Radical se presentó a las elecciones generales de junio de 1931 (en las que, sorprendentemente, las mujeres podían ser candidatas, pero no votantes) defendiendo el voto femenino. Pero luego cambió de opinión por las razones que indica Campoamor y se convirtió en su acérrimo opositor. Dado que ella era miembro del Partido Radical y que éste tenía el segundo mayor grupo parlamentario en las Cortes Constituyentes, su cambio de opinión podría haber herido de muerte el derecho de voto de la mujer española. Por suerte para España, Campoamor pudo encontrar en otros partidos el apoyo que se le negó en el suyo propio.

Campoamor cuenta cómo fue el proceso de aprobación del artículo 34 (luego 36) de la Constitución republicana. Éste dice: “Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes.” Las maniobras de la oposición al voto femenino buscaron aprobar que lo fuese sólo “en principio”, que el derecho al voto femenino se pudiese ejercer sólo a partir de los 45 años (sic.) o que la Constitución no dijese nada y la regulación de su voto se dejase en manos de la futura ley electoral (con lo cual el principio de su derecho al voto se habría negado). Hubo tres votaciones distintas al respecto, la última de las cuales –el 1 de diciembre de 1931- aprobó el voto femenino por sólo 4 votos (131 contra 127).

En contra del voto femenino estuvo el Partido Radical de la propia Campoamor, el Partido Republicano Radical Socialista (del que era miembro la furibunda enemiga de Campoamor, Victoria Kent) y la Acción Republicana de Manuel Azaña (quien, según Campoamor, consideró la cuestión del voto femenino “una tontería”). El PSOE estuvo dividido al respecto. Una parte votó a favor, mientras que otra -liderada por Indalecio Prieto- era contraria al voto femenino y se abstuvo. Margarita Nelken, la tercera diputada en el Congreso de 1931, es ignorada por Campoamor, pero ella también fue contraria al voto femenino. Era diputada del PSOE por Badajoz. Sobre Prieto, dice Campoamor: “no osando oponerse en el salón, abandonó éste, seguido de unos cuantos, el día de la votación, para afirmar después a gritos en los pasillos “que se había dado una puñalada trapera a la República””. Votaron a favor del voto femenino la Derecha Liberal Republicana de Alcalá Zamora y el Partido Agrario de Royo Vilanova, ambos partidos de la derecha.

Tras perder su escaño en las elecciones de noviembre de 1933, Campoamor fue nombrada directora general de Beneficiencia por Alejandro Lerroux, entonces presidente del Gobierno. Las discrepancias con su ministro (que no era de su partido, sino de la CEDA) y con el propio Lerroux llevaron a que dimitiese en octubre de 1934. En febrero de 1935 dejó el Partido Radical y lo hizo público a través de una carta abierta dirigida a Lerroux. En julio hizo algo extrañísimo: solicitó el ingreso en el partido Izquierda Republicana. Este partido era el heredero de los que se habían opuesto al voto femenino. Entre sus líderes estaban Azaña y ¡Victoria Kent! Campoamor llevó en el pecado la penitencia. Fue humillada por una votación de miembros del partido que se opusieron a su ingreso por 183 votos a 68. Uno se pregunta por qué no decidió ingresar en el PSOE, partido que ha intentado apropiarse de su figura. Todo apunta, aunque ella misma no lo diga en este libro, que Campoamor no perdonó nunca la comodidad (por no decir colaboración) del PSOE con la dictadura de Primo de Privera.

En cualquier caso, el libro de Campoamor y la tramitación del voto femenino en 1931 demuestran que ciertas grandes reformas pueden generar alianzas políticas que transcienden la división izquierda/derecha. En este caso, la izquierda se enfrentó contra sí misma y pudo haber llevado al traste su aprobación. El voto femenino salió adelante gracias a la acción individual de esos diputados que, como Campoamor, pusieron los principios por encima de un tacticismo electoral, tan indecente como errado, de sus cúpulas.