Clases de arte

Por Baluarte

LA GIOCONDA
(77 x 53 cm. Óleo sobre madera. Museo del Louvre, París)

La Gioconda, la obra más famosa de Leonardo, sobresale tanto por sus innovaciones técnicas como por el misterio de su legendaria sonrisa. La obra es un ejemplo consumado de dos técnicas -el sfumato y el claroscuro- de las que Leonardo fue uno de los primeros grandes maestros.
El sfumato consiste en eliminar los contornos netos y precisos de las líneas y diluir o difuminar éstos en una especie de neblina que produce el efecto de inmersión en la atmósfera.


Especialmente interesantes en la pintura de Leonardo son los fondos de paisaje, en los que introduce la perspectiva atmosférica. Los grandes maestros del renacimiento en Florencia como Rafael, Andrea del Sarto y Fra Bartolommeo, aprendieron esta técnica de Leonardo. Asimismo, transformó la escuela de Milán y, en Parma, la evolución artística de Correggio está marcada por la obra de Leonardo.


El propio Leonardo dijo: “La creación empieza en la mente del artista; después se pone en práctica con la ayuda de la óptica, esto es, conociendo lo que es luz y tinieblas, color, forma, quietud. Dicen algunos que no desean saber tanto, que les basta con retratar lo que ven. Contesto que hay posibilidad de engaño al fiarse de nuestro juicio, sin la razón”.


La expresión enigmática de la Mona Lisa, y su fascinante sonrisa, han dado fama universal al retrato. Según Vasari, el tema es una mujer florentina joven, Monna (o Mona) Lisa, que en 1495 se casó con Francesco del Giocondo, y por ello fue conocida como “La Gioconda”. Esta obra fue realizada durante el tercer período de la producción de Leonardo, la segunda etapa florentina, que comprende de 1503 a 1505.


Esta figura de una mujer, vestida a la manera florentina de su tiempo y sentada ante un paisaje montañoso, es un caso notable de la técnica del “sfumato” de Leonardo (que se hace evidente en las gasas del manto y en la sonrisa) de la suavidad y del efecto del claroscuro , que es la técnica de modelar las formas a través del contraste de luces y sombras. En el retrato se observa que las sensuales manos de la modelo reflejan esa modulación luminosa de luz y sombra, mientras que los contrastes cromáticos apenas son utilizados.


Leonardo amaba este retrato, tanto que lo llevaba siempre consigo hasta que fue vendido a Francisco I. Desde el principio fue una obra muy admirada y copiada, tanto que llegó a ser considerado el prototipo de retrato renacentista. Llegó a ser aún más famosa en 1911, cuando fue robada, siendo descubierta en un hotel en Florencia dos años más tarde. Es difícil comentar tal trabajo de forma breve debido a la variedad y complejidad de los adornos estilísticos que lo forman.


La grandeza y serenidad que irradian de Mona Lisa no residen en su importancia social ni en la riqueza de los vestidos o adornos, sino en su profundidad anímica, en su propia intimidad psicológica, que parece moldear su presencia física, a la vez que desintegrarse en la envolvente naturaleza sin perder su propia identidad, creando así una simbiosis perfecta entre lo universal y lo particular.


El paisaje de fondo está constituido por una naturaleza en movimiento: ríos que fluyen, brumas y vapores, juegos de luces y vibraciones de colores. Nada de esto permanece, todo está fundiéndose, transmutándose. Es en este efecto donde estriba la belleza: Mona Lisa se integra y forma parte del fondo.


La abertura leve de los labios en las esquinas de la boca era considerada en ese período una muestra de la elegancia. Así Mona Lisa tiene una leve sonrisa que nos introduce en la atmósfera apacible, delicada que impregna la pintura entera. Para alcanzar este efecto, Leonardo aplica la técnica del sfumato, la interacción continua entre la luz y la oscuridad, creando una curiosa ambigüedad temporal.
Lo primero que nos llama la atención en el cuadro es que Mona Lisa parece estar viva y realmente parece cambiar ante nuestros ojos y mirar de forma diferente cada vez que nos volvemos a ella. Incluso en las fotografías del cuadro experimentamos este efecto extraño. Todo esto suena algo misterioso, y así es; ése es el efecto que debe producir una gran obra de arte. Sin embargo, Leonardo sabía ciertamente cómo alcanzó este efecto, y por qué medios.


Era un gran observador de la naturaleza y había visto claramente un problema que la propia naturaleza había planteado a los artistas - un problema no menos complicado que el de combinar el dibujo correcto con una composición armoniosa-. Los grandes trabajos de los pintores italianos del Quattrocento que siguieron el ejemplo de Masaccio tienen un rasgo en común: sus figuras parecen algo duras, ásperas, estáticas, casi de piedra.


Lo extraño es que no se debía a falta de paciencia o carencia de conocimiento de las técnicas pictóricas. Nadie podía ser más paciente en su imitación de la naturaleza que Van Eyck; nadie podía saber más sobre la perspectiva que Mantegna. Pero, pese a la grandiosidad de sus representaciones de la naturaleza, sus figuras miran más como si fueran estatuas que como seres vivos. La razón puede ser que cuanto más conscientemente copiamos una figura línea por línea y detalle por detalle, menos imaginamos que realmente es un ser vivo que se mueve y respira. Los artistas habían intentado solucionar este problema de varias maneras. Botticelli, por ejemplo, acentuaba en sus cuadros el agitamiento del pelo y la ropa de sus figuras y les daba una mirada menos rígida. Pero solamente Leonardo encontró la solución verdadera al problema.


Si los contornos no se dibujan tan firmemente, si la forma se deja un poco difuminada, como si desapareciese en una sombra, esta sensación de sequedad y la rigidez pueden evitarse. Ésta es la famosa invención de Leonardo que los italianos llamaron “sfumato” (el contorno velado y difuminado, los colores que permiten que una forma se combine con otra, dejando así siempre algo a nuestra imaginación).


Si volvemos al retrato de la Mona Lisa, podemos entender algo de su efecto misterioso. Vemos que Leonardo ha utilizado su “sfumato” deliberadamente. Quien ha intentado dibujar o retratar una cara sabe que el que tenga expresión depende principalmente de dos características: las esquinas de la boca, y las esquinas de los ojos. Leonardo ha conseguido dar a estas facciones un aire indiferente, dejándolas combinarse con una sombra suave. Esto explica por qué nunca estamos absolutamente seguros si Mona Lisa realmente nos está mirando con alegría, tristeza o pasividad.


No es solamente la imprecisión de los contornos lo que produce este efecto. Hay mucho más detrás de este retrato. Leonardo ha hecho algo muy atrevido, a lo que quizás solamente un pintor de su maestría consumada se podría arriesgar.


Si miramos cuidadosamente el cuadro, vemos que los dos lados no emparejan absolutamente, lo que da un aspecto de paisaje ideal fantástico al fondo. El horizonte, en el lado izquierdo, parece estar mucho más bajo que en el derecho. Por ello, cuando nos centramos en el lado izquierdo del cuadro, la mujer, de alguna manera, parece más erguida que si nos centramos en el derecho. Su cara, parece también variar con este cambio de posición, porque, incluso aquí, los dos lados tampoco emparejan exactamente.


Observemos la manera en que modeló la mano, o las mangas con sus dobleces minuciosos. Leonardo podía ser tan cuidadoso como cualquiera de sus precursores en la observación paciente de la naturaleza; pero, al contrario de lo que éstos hacían (partían de una idea preconcebida de cómo son las cosas), Leonardo las representa tal y como las ve, rechazando cualquier idea a priori.


Hacía mucho tiempo, en un pasado lejano, la gente miraba los retratos con temor, porque se pensaba que al preservar la imagen, el artista podría encerrar en el cuadro, de alguna manera, el alma de la persona retratada. Ahora, el gran científico, Leonardo, había hecho realidad algunos de los sueños y los miedos de estos primeros pintores.


De esta forma, Leonardo Da Vinci, el primer artista que no aboga por una vuelta a los modelos clásicos de la Antigüedad, parte de ésta pero rompe la tradición del Quattrocento florentino inaugurando el camino que tomará el arte del siglo XVI.