Uno, que se crió con el Quijote de la serie de dibujos animados de principios de los ochenta, es decir, con un Quijote en colores, que transmitía una atinada visión cómica del personaje y de la obra en sí (muchos se empeñan todavía en obviar esto, cuando esto es lo esencial de la novela de Cervantes, el humor), pues, claro, cuando uno ve y tiene en sus manos los dos radiantes volúmenes que acaba de editar Reino de Cordelia, se te viene inevitablemente a la memoria aquel otro Quijote -por mor del estilo gráfico de Miguel Ángel Martín, muy de cómic, que es el ámbito del que proviene-, sin mencionar, esto es aparte, la cara de rana afónica o renacuajo escocido que se te queda ante lo apabullante del producto.
En cuanto al aspecto visual, nada menos que 150 ilustraciones a color de Miguel Ángel Martín (muchísimas intercaladas en el texto, no solo a página completa, lo que implica más trabajo, y más fino, de maquetación) completan la excelencia de la edición, le aportan vigor estético y convierten estos dos volúmenes en una joya, en una atractivísima manera de acercarse, entrar, dejarse llevar, picotear, demorarse, quedar atrapado, gozar, en definitiva, por primera o por vigesimotercera vez de este clásico entre clásicos.
El Quijote es un libro que celebra la vida y la alegría. Lo que nos dice y nos vuelve a decir cada vez que nos adentramos en sus páginas es que la risa es la forma más elevada de sabiduría, la risa fraternal y compasiva, ahuyentadora de la muerte. Y es que si algo tiene el humor de Cervantes (o Cerbantes) es su profunda humanidad, que toca todo, que comprende, al fin, todo, nuestra ridiculez y nuestras ilusiones, nuestras vanidades y nuestras desdichas. Es así como lo ha entendido Reino de Cordelia, que nos ofrece esta preciosa edición, un verdadero disfrute textual y visual. Esto debe ser cosa de los encantamientos.