El Pensador. Entes con mentes tan pre-claras que creen ostentar el poder divino de dedicarse a pensar por los demás. Manejan con increíble precisión su particular balanza de la justicia. Malos predicadores y peores jueces.
El mercader de ilusiones. Su avaricía lo anega todo. El escalafón, con las figuras y los desterrados; novilleros y becerristas; ferias importantes y plazas de pueblo. Se llevan extraordinariamente bien con los gacetilleros.
El ex torero. Son varios los modos que tienen estos personajes de perjudicar La Fiesta, si es que no lo hicieron ya cuando vestían de luces. Comprar una ganadería con enjundia, mueco incluido, matar lo que haya y renovar con Nuñez o Domecq es una buena manera de empezar. Meterse a comentarista o a conferenciante tampoco está mal. Y si no encuentran su lugar, siempre están a tiempo de volver a ponerse el traje de luces con sesenta años y ponerse a matar festivales en El Pinar de la Encina, Villazopeque o Vistalegre.
El gacetillero. Juntaletras al servicio del dinero. Su ley se resume como: todo vale depende de quién sea el cliente y cuánto pague. Suele ser adulador de mercaderes, curanderos y de algún que otro alquimista. Suelen llevar un ex-torero de pareja, como Don Quijote y Sancho Panza.
El alanceador. Cuatreros con Castoreño. Puyazos paletilleros y traseros, cariocas, jamelgos cegados y drogados. Casi siempre a las órdenes de un curandero.
El curandero. Los gacetilleros llenan las críticas de estos sanadores con palabros como cuidar, ayudar, mantener en pie, medir, sobar o aliviar. El timo está en que intentar sanar con la magia, o técnica según el gacetillero, de su muleta lo que ellos mismos han mandado hacer al alanceador.
El alquimista. El chamán que mientras busca bravura, nobleza, integridad, suavidad, recorrido, humillación, largura, bondad y arte, termina criando engendros más parecidos a un puercoespín que a un toro bravo. El Zalduendo de la foto da fé de ello.
El conmovedor. Se arrastran por ahí con cara de haber tenido un encuentro con la Virgen de Fátima. Cuando ven un toro sangrando por la paletilla tras vérselas con el alanceador, le dicen a sus seguidores: ¡mirad, eso es sangre! La masa suele sobrecogerse con la crudeza con la que se maneja éste personaje.