Empiezo a escribir esta entrada sobre desobediencia civil, a propósito del anteproyecto de ley mordaza del gobierno de Rajoy, la misma noche en que muere Nelson Mandela; lo que demuestra que la historia es un bucle que a veces parece un camino recto. Mandela ganó y por eso estos días escucharán condolencias y alabanzas de gente que de haber coincidido con Madiba habría sido su carcelero, sin dudarlo y defendiendo la legalidad vigente. Probablemente, esa “gente que camina y va apestando la tierra” no recordará que Mandela llamó a la desobediencia civil porque él tenía clara una cosa: lo legal y lo justo son dos cosas diferentes.
Mientras el gobierno del PP viste muy despacio cualquier medida anticorrupción eficaz, corre raudo a elaborar una ley que penalice la protesta. Un pasito patrás, María, para dejarnos un poquito más cerca de aquellos “felices 40”. Rajoy, Gallardón, Fernández Díaz ”El Lóbrego” y compañía son los adalides de la legalidad y no les temblará el pulso para mandar a otros a defenderla, que ellos tienen cosas que hacer en el despacho con sus sobres y sus cosas. Por más que miran no ven las 7 diferencias entre legalidad, justicia y legitimidad, como el hooligan que es incapaz, literalmente, de ver un penalty en contra por más repeticiones que le pongan.
Tampoco verán que estamos donde estamos porque otros sí vieron esa diferencia y en su momento se opusieron a leyes injustas, como Mandela o las sufragistas inglesas, unas señoras muy desobedientes que consiguieron el voto para la mujer. O como Rosa Parks, la costurera que en diciembre de 1955 se negó a ceder su asiento en el autobús a un blanco, tal como marcaban las leyes de Alabama. Pasó la noche en el calabozo y pagó una multa de 14 dólares, pero a la vez fue un símbolo para el inicio del movimiento en favor de los derechos civiles y el fin de la segregación racial en Estados Unidos. Eso es lo que consiguió Rosa al no obedecer una ley injusta.
Buen momento para recordar a Parks. Aunque yo de quien quiero hablar hoy es de Claudette Colvin. La otra.
Claudette no se quiso levantar
Unos meses antes del famoso acto de Rosa Parks, el 2 de marzo de 1955, y en el mismo lugar (Montgomery, Alabama) Claudette Colvin se subió a un autobús en el centro para recorrer el largo camino que la llevaba hasta su casa en King Hill. Claudette era una estudiante de 15 años, alegre, amante de los libros y con un punto rebelde; con fuertes convicciones políticas pero tranquila y educada, dicen quienes la conocieron en aquellos tiempos.
Como el resto de pasajeros, Colvin estaba al tanto de las normas del autobús. Los asientos de delante, exclusivamente para blancos. Los del fondo para los negros y en medio una gris tierra de nadie en la que podían sentarse los negros siempre que un blanco no los reclamara; en ese caso debían cederlo e irse al final del vehículo. En aquel momento había cuatro chicas negras sentadas en los asientos grises: Claudette y tres compañeras de clase. Subieron más blancos y el conductor les ordenó que se levantaran. Las otras tres lo hicieron, ella permaneció sentada. El ambiente se puso tenso. Claudette pensaba que aquello quedaría en lo de tantas veces, unos gritos del conductor y nada más. Pero no, aquel conductor quería cumplir el reglamento a rajatabla: bajó del autobús y fue a buscar a la policía.
El policía entró y le pidió amablemente que se levantara. Ella se negó. Él se lo volvió a preguntar “¿te vas a levantar?”. “No, señor”. “Te sacaré yo”, dijo el policía, poniendo fin a su meliflua amabilidad. Como ella ‘no cooperaba’ la golpeó y la arrancó de su asiento a empujones. La llevaron hasta el coche patrulla, donde la esposaron entre insultos y burlas. Ella estaba “muy asustada”: una joven negra en manos de la policía de Alabama en los años 50 tenía todos los motivos para estarlo. Podía pasar cualquier cosa.
Claudette decidió enfrentarse al juicio. Lo perdió, claro. Fue declarada culpable y puesta en libertad condicional a cargo de sus padres. Mantuvo el tipo durante todo el proceso, pero cuando escuchó el veredicto su llanto estremeció la sala de justicia. Tenía 15 años, recuerden. El caso fue muy seguido en Montgomery y más allá, le llegaron cartas de apoyo de otros sitios, algunos tan lejanos como California. Pero ahí se quedó.
Nueve meses después, Rosa Parks protagonizó el mismo acto y esta vez la onda expansiva se propagó por todo Estados Unidos hasta conseguir revocar las leyes de segregación. ¿Por qué Rosa y no Claudette?
Claudette no era Rosa
En primer lugar, el caso de Claudette sirvió a los líderes negros, entre ellos un joven Martin Luther King, de ensayo para lo que pasaría luego con Rosa. Para afinar la estrategia. Pero eso no es una razón, claro.
Rosa era una mujer de 42 años, de clase media, con estudios secundarios, trabajo y una vida estable. Los Parks, tanto ella como su marido, eran activistas. Ambos pertenecían y participaban activamente en la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP), una organización creada para promover la igualdad de derechos y erradicar el racismo. Los líderes negros veían en Rosa una buena baza mediática y una persona fiable para ser el símbolo de su lucha. Y no se equivocaron.
Rosa Parks
Claudette Colvin, por el contrario, era una adolescente de 15 años, con lo que eso supone de inestabilidad. Todos hemos sido adolescentes y algunos incluso lo recordamos. Pensaron que no podían confiar algo tan importante en ella, por la presión a la que se iba a ver sometida.
Pero hay quien dice que también jugaron en su contra otros factores un tanto más espinosos y, por tanto, nunca reconocidos oficialmente. Colvin vivía en King Hill, un barrio poco recomendable, con calles sin asfaltar regadas en alcohol y peleas. Al menos esa era la reputación del lugar. La propia Claudette señaló años más tarde que los activistas de clase media que lideraban el movimiento en favor de los derechos civiles en Alabama rechazaban a los negros pobres, a los que no querían “como modelo de conducta”.
El caso es que que sea por cálculo político o por simple clasismo los activistas por derechos civiles no acabaron de ver la idoneidad de aquella joven para ser el símbolo del movimiento. Su embarazo en los meses siguientes a su detención coincidió con la aparición de Rosa Parks, lo que sacó definitivamente a Claudette del centro de la escena y la relegó a un rincón.
Y aunque Colvin ha gozado de cierto reconocimiento posterior, es Rosa Parks quien ha pasado a la honorable historia de la desobediencia civil.
Por cierto, mis respetos a Irene Morgan.