Claustrofobia -relatos cortos.-

Por Orlando Tunnermann


"CLAUSTROFOBIA"
Sientes que la vida te constriñe y que te ciñe con un guante de metal. No puedes respirar, Leandro; todo está confuso y nebuloso a tu alrededor y el cielo plúmbeo y opresor parece más amenazador esta mañana. No quieres salir de casa por temor a la desgracia y al imprevisto cotidiano. La ciudad que bien conoces y amas se ha convertido en el verdugo de tus temores aprendidos, fagocitados, injertados en tu sistema nervioso central, creando puentes de locura que no te atreves a cruzar. Eres feliz en el refugio de tu hogar, una burbuja segura construida con pilares de acero y hormigón. Juegos, familiares, ambientes benignos que te hacen olvidar que ahí afuera hace frío, que hay gente abyecta que solo busca su propio beneficio y que como rastreras sanguijuelas tratarán de libar hasta la última gota de sangre de tu torrente sanguíneo. Tu caleidoscopio tiene las lentes averiadas, Leandro, como esos espejos que te deforman y convierten la sutileza de tu figura en una cosa horrenda con forma de tonel y rostro romboidal. Siente, toca, palpa, vive, cae y levanta de nuevo, yerra y vuélvelo a intentar, que la vida son dos días y de tanto cavilar ya has agotado el primero. Tiemblas como una hoja, como un niño desconsolado a quien hubiesen abandonado en un planeta desconocido. No avanzarás jamás mientras sigas aferrado a los faldones de tu madre y circunscribas tus afectos y experiencias al núcleo familiar, donde tienes el control y te sientes timonel de un navío conocido. Dame la mano, ven conmigo, que quiero enseñarte otro camino donde, si aprendes a mirar en la dirección adecuada, descubrirás que el mundo que tanto te horripila puede ser un lugar maravilloso para vivir. Alza tu voz, que nadie te está mirando, que solo quieren escuchar tu mensaje, que con tanto hermetismo y evasión pareces el sospechoso número uno del crimen más deleznable que se pueda concebir. Es tu silencio sepulcral el que concita su interés. La experiencia hace al maestro, pero el maestro fue en su día ese bisoño aprendiz, que de tanto denuedo y tesón logró vencer sus miedos para convertirse en el adalid de aquello que recitas tanto en tus sueños. Vive, sufre, siente, llora, grita, tiembla... Haz lo que tengas que hacer, pero no calles, no te conviertas en posibilidad, que la vida hay que vivirla para sentirla, que estamos hechos de emociones y las emociones, para vivirlas hay que compartirlas.