Antes de su visita al país, Carlos González, pediatra español y defensor de la crianza con apego, nos pasó consejos sobre cómo educar a los más chicos
Por Cecilia Wall | Revista OHLALÁ!
Amar mucho a nuestros hijos, consolarlos cuando lloran, no dejarlos solos durante la noche y darles mucha teta son algunos de los consejos del reconocido pediatra español Carlos González, uno de los mayores exponentes de la crianza con apego -un tema que genera polémica- y autor del libro “Bésame Mucho” .
¿Cómo ponemos límites?, ¿por qué no quieren dormir solos?, ¿por qué lloran?, ¿por qué tienen celos? son algunas de las dudas que responde en sus libros y, con ejemplos de situaciones cotidianas, deja en claro su postura. En su experiencia, la educación de los hijos debe basarse en el amor, el respeto y la libertad, y le recomienda a los padres guiarse por su instinto y su sentido común a la hora de criar a los más chicos.
Según el pediatra, la crianza respetuosa se basa en no tener miedo a demostrar a los hijos lo mucho que los queremos, abrazarlos, hacerles caso, consolarlos cuando lloran, pasar mucho tiempo juntos y entenderlos, “respetar que unas cosas les gustan y otras no, que son personas y tienen personalidad, que no se les puede gritar, humillar o ridiculizar”.
Aprovechamos el lanzamiento de su nuevo libro “Creciendo Juntos” para conocer más sobre su pensamiento y su lema: “Recuperando la Crianza Respetuosa”.
- ¿Cómo marcamos los límites en los niños, según la edad?
- Estoy seguro de que mis padres, lo mismo que los abuelos de los lectores, no habrían comprendido la expresión “marcar los límites”. No porque los niños de antes pudieran hacer cualquier cosa, sino porque los padres de antes simplemente lo hacían, sin darle tantas vueltas.
Porque es la cosa más fácil del mundo: si quiero que mi hijo de dos años no juegue con un cuchillo, lo guardo en un sitio a donde no llegue. Si por casualidad veo que ha agarrado el cuchillo, se lo quito, a ser posible con calma y distrayéndolo para no provocar una rabieta. A mi hijo de seis o siete años le enseño a usar el cuchillo para que lo pueda hacer sin cortarse.
- Premios y castigos: ¿ayudan en la crianza?
- Por supuesto que no. Los premios no aumentan la conducta premiada, excepto tal vez mientras la oferta del premio esté en vigor. Es decir, “si este año sacas buenas notas, te compro la bici”, y como el año que viene no le prometo nada, ¿para qué va a estudiar ese otro año?. En cuanto a los castigos, sólo sirven para que la gente aprenda a hacer las cosas a escondidas.
Premios y castigos son motivaciones extrínsecas, alguien desde fuera nos premia o nos castiga. Cuando de verdad hacemos las cosas es cuando tenemos una motivación intrínseca, cuando pensamos que nos gusta hacerlo, que es lo correcto, que es nuestro deber o nuestro derecho. Espero que mis hijos estudien, no por un premio, sino por el deseo de aprender. Y como el deseo de aprender normalmente es innato en el ser humano, lo único que tengo que hacer es respetarlo y no “ensuciarlo” con premios.
- ¿Por qué los chicos no quieren dormir solos? ¿Cómo les enseñamos a dormir solos, a qué edad?
- Los niños pequeños no quieren dormir solos porque necesitan dormir con sus padres. Está en su naturaleza. Y da lástima ver a tantas familias sufriendo por querer enfrentarse a esta realidad de la vida, despertándose seis veces cada noche porque el niño llora en otra habitación, porque no se atreven a meterse al niño en la cama con ellos (se despertaría igual, pero se volvería a dormir rápidamente al ver que sus padres están ahí, lloraría menos y todos dormirían más).
No hace falta enseñar a los niños a dormir solos. Lo harán al llegar a la edad adecuada. Si tenemos muchas ganas de que duerman solos, tal vez después de los tres años consigamos convencerlos (depende del niño). Pero aunque no hagamos nada, es probable que los adolescentes se nieguen a dormir con sus padres, incluso con sus hermanos. Es un breve periodo en su vida, pues la mayoría de la gente, durante la mayor parte de la vida, no duerme sola, sino con la persona amada. Si hubiera que enseñarles algo, si hubiera que prepararlos para el futuro, sería eso lo que habría que enseñarles: a dormir como suelen dormir los adultos. Nos dirían “no le dejes dormir solo en su habitación, porque si se acostumbra luego no sabrá dormir acompañado y no se podrá casar”. ¿A que es ridículo? Pues igual de ridículo es “no te lo metas en la cama, porque si se acostumbra, luego no dormirá solo”. Los niños cambian con el tiempo y se adaptan a cada fase de su vida.
- Muchos padres trabajan todo el día, ¿qué podemos hacer para que el tiempo que estamos junto con nuestros hijos rinda al máximo, darles tiempo de calidad?
El poco tiempo que pase con sus hijos, dedíquelo a hablarles, a escucharles, a abrazarles y besarles (mientras se dejen), a contarles cuentos y cantarles canciones, a respetarles. No a gritarles, castigarles, humillarles, reñirles, amenazarles o ignorar su llanto…
Pero claro, los padres que pasan mucho tiempo con sus hijos también pueden hacer todo eso. Nadie ha dicho que, si es mucho tiempo, sea necesariamente “de mala calidad”. Puede ser mucho y de calidad. Y, no nos engañemos, no es lo mismo “mucho tiempo” que “poco tiempo”.
- ¿Cómo mejoramos la comunicación con nuestros hijos?
- Hablando, escuchando, respetando, pasando tiempo juntos. Apagando la tele. Porque el mayor daño que hace la tele no es distraer a los niños, sino distraer a los padres. Pero, claro, como pasamos el día trabajando, al llegar a casa lo que queremos es “relajarnos”, ver la peli o el partido con una cervecita, y los niños que se entretengan solos… ¿eso sí es tiempo de calidad?.
- ¿Qué podemos hacer para crecer junto con nuestros hijos? ¿Qué podemos aprender de ellos?
- Creceremos, mal que nos pese. La cosa es si creceremos “en sabiduría y virtud” o sólo en años y kilos.
Creceremos, y ellos también crecerán. Muy rápido. Y para crecer “juntos”, pues hay que estar “juntos”. No hay otra. O crecemos juntos, o crecemos separados. Estar físicamente juntos es un prerrequisito. Pero no es suficiente. Tomar al niño en brazos es útil, pero no es suficiente. Cuando un niño llora, podemos tomarlo en brazos en plan “pobrecito, qué te pasa, ven, yo te ayudo” o en plan “ya está bien, siempre llorando como un bebé, te pones muy feo cuando lloras”. No es lo mismo.
De los niños podemos aprender a ver el mundo con infinito asombro, a disfrutar con cada momento, a admirar cada objeto, a jugar más con la caja de cartón que con el carísimo juguete que venía dentro. Podemos aprender a amar sin condiciones, como nos aman ellos, aunque digamos palabrotas o hayamos sacado malas notas. Podemos aprender a perdonar sin rencor, como ellos juegan felices con otro niño con el que hace un rato se pelearon, o cubren de besos al padre que hace un rato les riñó.