El enfrentamiento en el país norteafricano se caracteriza por una serie de factores que lo definen. Son los siguientes:
- Los antecedentes tunecino y egipcio: El éxito de las sublevaciones populares de Túnez y Egipto, que logran derrocar a los presidentes Ben Ali y Mubarak, respectivamente, animan en febrero a la población libia a extender las protestas por todo el país contra un régimen instaurado 42 años atrás.
- La represión de las protestas: A diferencia de los casos anteriormente expuestos, movilización popular es brutalmente reprimida por las fuerzas gubernamentales. La ONU califica de “genocidio” los ataques aéreos sobre manifestantes en Trípoli y la Corte Penal Internacional cifra en 10.000 los muertos desde el inicio de las protestas.
- Muamar el Gadafi: En el poder desde el año 1969, cuando lideró un golpe de Estado contra el rey Idris, es el dirigente en activo con más años al frente de un país. Su excentricidad y osadía, sobradamente demostradas en declaraciones emitidas a lo largo de estas últimas semanas, rayan la locura. Su mensaje ha sido claro desde el principio: jamás abandonará el poder y castigará con dureza toda oposición a su régimen.
- El conflicto armado: La rotunda negativa de Gadafi a abandonar el poder y su brutal represión conducen al país a una guerra civil entre los sublevados y los fieles al régimen. Las victorias rebeldes iniciales se tornan después en un claro avance de las fuerzas gubernamentales, que acosan a los insurgentes en Bengasi.
- La intervención internacional: La desesperada situación de los rebeldes obligan a la ONU, que había condenado repretidamente los ataques sobre civiles, a intervenir directamente sobre territorio libio. Estados Unidos, Francia, Reino Unido, España, Dinamarca y Catar lideran los ataques a Gadafi en la operación “Odisea del amanecer”. Su primer éxito es el establecimiento de una zona de exclusión aérea.
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