- Hola, Negre. Vengo en realidad a hacer terapia, porque esto es muy difícil -me dice una.
- ¿Qué es difícil? -le digo, aunque me lo imagino: es complicado ser madre de un adolescente o convivir con el cliente pequeño que dejó de serlo...
- Mi hijo, mi hijo, Negre, que ya no sé qué hacer, que mi niño... -empieza.
- No es ya tu niño, cliente, que ahora es adolescente y no quiere normas, pero sí orden, y prefiere que no le digas lo que tiene que hacer, pero sí que le indiques cuándo hacerlo -la interrumpo, riendo por dentro, sonriendo por fuera.
- Ay... Y cómo pasa el tiempo...
- Y qué rápido -la animo, en la terapia, mientras cierro el cuaderno de notas, porque hoy no es tema.
- Mucho, Negre, mucho... -se lamenta.
Los clientes pequeños también hablan, y me dejan sus tejados, sus cimientos, sus ruinas y a veces hasta su alma, si me descuido, y se me escurre entre el estuche y la agenda de aula.
- Gracias -me dice, una antigua alumna.
- ¿Por qué? -pregunto, poco acostumbrada...
- Por hacerme sentir que vuelvo a casa -contesta, con sus ojos preciosos de largas pestañas y el corazón en la mano. Vino al colegio a hablar con otros alumnos y encontrarse con su pasado.