La candidata demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, regresó este jueves a la campaña electoral, después de tres días de descanso para recuperarse de una neumonía. La amplia ventaja que hace un mes la separaba del republicano Donald Trump en los sondeos se ha reducido drásticamente. A menos de dos meses de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el resultado vuelve a estar abierto.
El nerviosismo crece en las filas demócratas. Lo que en agosto parecía una certeza —una victoria cómoda ante un candidato heterodoxo, cuyas salidas de tono le había sumido en un proceso de autodestrucción— ya está menos claro. Los sondeos recientes refuerzan la idea de que, o bien este es un momento excepcional de la campaña y pronto las cosas volverán a su curso y Clinton recuperará la ventaja, o bien la elección será, como suelen serlo todas, ajustada. Porque este es un país polarizado, donde a la hora de votar una amplia mayoría de votantes se enfunda la camiseta de su partido, sea quien sea el candidato. No es una división 50-50, pero casi.
“Siempre dije que sería una campaña igualada”, dijo Clinton en una rueda de prensa, tras un mitin en Greensboro (Carolina del Norte).
El último sondeo, publicado por The New York Times y la cadena CBS, revela que el 46% de probables votantes elegirá a Clinton y el 44% a Trump. Cuando se incluyen otros dos candidatos —el libertario Gary Johnson y la ecologista Jill Stein—, la demócrata y el republicano empatan a 42%. Otros sondeos recientes dan la ventaja a Trump en estados clave como Ohio, Florida y Nevada. La media de sondeos de la publicación Real Clear Politics muestra una ventaja de Clinton de menos de dos puntos. Nate Silver, el estadístico que calcula las probabilidades de victoria, le da Clinton un 62,3% de probabilidades, y a Trump un 37,7%. A principios de agosto, era un 87,5% y un 12,4%.
Pero agosto fue el peor momento de Trump, cuando su mensaje se descontroló. Quizá tocó fondo entonces. En pocos días, ofendió a las familias de soldados caídos en guerra, atacó a los líderes republicanos y dio a entender, en un comentario equívoco, que era posible usar la fuerza para impedir la victoria de Clinton. Después cambió a su equipo de campaña y afinó el mensaje. Desde entonces, casi siempre lee los discursos y, sin ser necesariamente más moderado, se sale menos del guión. Los sondeos le han recompensado.
El regreso este jueves de Clinton a la batalla tiene dos escalas. Primero, en Greensboro, una de las ciudades que en los años sesenta fue escenario de las luchas de los movimientos civiles. Después, en la capital federal, Washington, en una gala con políticos hispanos en la que también participa el presidente Barack Obama.
“Debería haberme tomado unos días antes”, dijo. “No lo hice. Ahora ya lo he hecho”.
Clinton retoma así el hilo después de una de las semanas más complicada para ella desde que declaró su candidatura en la primavera de 2015. Primero, fueron unas declaraciones desafortunadas sobre el racismo de una parte de los votantes de Trump. Calificó de “deplorable” a la mitad de sus seguidores. Esto ocurrió el viernes. Y el domingo, en el acto conmemorativo de los atentados del 11-S en Nueva York, se deshidrató y tuvo que marcharse antes de tiempo. Las imágenes de Clinton tambaleándose, al borde del desmayo, dispararon las teorías conspirativas sobre su salud. A esto se añadieron las acusaciones de falta de transparencia cuando reveló que dos días antes se le había diagnosticado una neumonía, y lo había mantenido oculto.
No es que Trump sea más transparente. Las informaciones sobre su historial médico han sido mucho más vagas que las de Clinton. Y al contrario que Clinton y que los candidatos presidenciales de las últimas décadas, Trump se niega a hacer públicas sus declaraciones fiscales.
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