La V edición de Filmadrid se ha celebrado en la capital española durante este mes de junio, dejándonos, como siempre, un cuidadoso y muy concienzudamente seleccionado catálogo de películas, que nos dibujan el amplísimo abanico de miradas incipientes que merodean por el mundo del cine mas independiente, aquel casi imposible de vislumbrar en salas comerciales. Con una programación diversa, que este año ponía su mirada mas latente a ese The New American Cinema Group, con uno de los focos que siempre elevan la gran categoría de este festival, la sección oficial no quedaba lejos y proponía una diversidad de propuestas vanguardistas sobre las que meditar largo y tendido.
Algo parecido ocurre también en Baixo Centro, una interesante película sonámbula, que viaja por la noche brasileña de Belo Horizonte, en una especie de espiral continua de la que nunca se sale. Los personajes se acercan y alejan unos de otros como en un sueño pesadillesco del que nunca se logra escapar, en un espacio-tiempo inconcreto, que parece ser siempre la misma interminable noche. Una extraña y metafórica mirada a la juventud de los barrios periféricos brasileños que embauca a momentos, pero también peca de cierta pedantería primigenia en otros, como le pasa a MS Slavic 7, pieza de aspecto cuasi estudiantil, de cierto amateurismo, que mezcla realidad y ficción para crear una rara avis autobiográfica, donde el pasado y el presente, de lazos familiares, se unen a través de la palabra escrita. Un extraño filme que, sin embargo, ni embauca ni logra interesar en su tesis. Las formas elegidas pecan de demasiada mirada principiante, a pesar de ser la tercera película de su directora, y los trazos de ficción no acaban de situarse con especial personalidad dentro de la obra.
En una mirada, también, cercana a esa espiral de juventud sin salida, de juventud que no crece, se encuentra Lost Holiday, opera prima de los hermanos Matthews, que nos traen un mumblecore, situado en Washington DC, lleno de frescura y ritmo, con una divertida pareja protagonista que se precipita en una espiral de drogas y alcohol que les acaba convirtiendo en unos detectives fuera de lo común. Una obra de escasos medios que se ve recompensada por cierta chispa en sus personajes. Unos personajes que, salvando mucho las distancias, podrían parecerse a los del mediometraje francés Je Peux changer mais pas à 100%, que, aunque separados por sus diferentes niveles sociales, se encuentran también en un callejón de juventud sin salida, que solo les aboca a los mas bajos fondos criminales. A diferencia de la película de los hermanos Matthews, la directora Amie-Sarah Barouh, se acerca a su propia vida para narrar su historia de amor con un joven romaní, que participa en actividades ilegales, y que le vuelca a ella a una vida de amor y odio difícil de matizar. Gracias a esa historia de amor, la directora se lanza de lleno a un submundo de pobreza y desigualdad que matiza aún más su obra.
Este submundo palpita también, en cierta manera, en el corazón del cortometraje español La jovencita no envejece, se descompone, sobre el viaje casi espiritual de una joven por La Guajira colombiana, en un paisaje de pobreza y descomposición que no cesa de provocar preguntas entorno a su sencilla trama/camino, pero que, desgraciadamente, acaba más en esa línea de prueba experimental, alrededor de nuevas tecnologías, más preocupado por la cámara, los efectos y las ópticas, que por el devenir de esa jovencita que no acaba por descomponerse, ni tampoco por envejecer. Distinción que justo le aleja de la mucho mas interesante Seven Years in May, obra de Affonso Uchoa, cercana, en ciertos pequeños aspectos, al cineasta Pedro Costa (autor de la pieza de cabecera de este V Filmadrid). Una película que se acerca también a un viaje en ruinas, el de Rafael, para componer un interesantísimo relato sobre la condición humana y política de nuestro actual mundo.
Sobre viajes también versan Serpentàrio, de Carlos Conceição, coproducción angoleño-portuguesa cercana a la ciencia ficción, mas en su mirada casi alienígena a los desiertos africanos de un mundo postapocalíptico, que a su tesis, muy cercana a ese cine/camino de La jovencita no envejece, se descompone, aunque con una composición identitaria sobre la familia y las heridas terrenales de nuestro planeta, que la convierten en un ensayo filosófico-científico interesante, aunque de densidad no siempre bien digerible. Un viaje por las entrañas del pasado y los seres queridos que también se observa en la opera prima de la japonesa Riho Kudo, Orphan’s Blues, en el que es su trabajo final de carrera, lo que eleva la obra a un estado de valoración mucho mas grande, al encontrarnos con una pieza de bastante maduración estilística, y con una propuesta argumental atrevida, aunque demasiado confusa, sobre la identidad y la memoria, que atesora, eso sí, un viaje muy personal entorno a la solidaridad que enciende la soledad de una juventud acechada por los miedos. Un viaje de solidaridad, soledad, pasado y presente que también podemos observar en la china My Dear Friend, un camino lleno de tiempos que se bifurcan en un mismo espacio, para hablarnos de aspectos mas emocionales, como la amistad, a la vez que nos dibuja un contundente relato sobre las fronteras entre la civilización rural y la urbana. Aunque se quede en un extraño medio camino en todas sus propuestas argumentales, la particular mirada de director Yang Pingdao, que mezcla, con una facilidad encomiable, lo natural y lo fantástico, nos lleva a disfrutar con calma de una extraña rara avis entre cuento y realidad.
También en ese camino de cuento y realidad, de pasado y presente, se encuentra el filme inacabado de Gurvinder Singh, Sea of Lost Time, basado en cuentos de Gabriel García Márquez, que siempre deambuló por esos terrenos de realismo mágico. La película del director indio, que fue realizada con la ayuda de estudiantes de la escuela de cine y televisión de la India, en Pune, fue paralizada por motivos de las autoridades locales y montada con lo que se tenía filmado hasta el momento. El mediometraje, que ninguno dudaría de que es un filme completo y acabado de no saber lo ocurrido (como con la obra maestra de Renoir Una partida de campo), nos ofrece una mirada serena y poética alrededor del dolor, que contiene lo mejor del lirismo de Márquez y de su director. En ese camino, también de lirismo y paso del tiempo, se sitúa la obra maestra de esta sección oficial, Winter’s Night, del director coreano Jang Woo-Jin, que por motivos de derechos no ha podido optar a la competición ni a ningún premio, pero que sin duda es las más delicada, sorprendente y melancólica obra de este apartado oficial. Siguiendo la noche de un matrimonio que se queda atrapado en una isla de Chuncheon, donde han ido a visitar el templo Cheongpyeong, 30 años después de su primer encuentro nocturno allí, cuando eran jóvenes, el director nos habla del miedo, el amor y el desamor, a través de una noche donde los protagonistas aprenden a contemplar el paso del tiempo y sus vidas. Recordando también vidas pasadas, aunque de modo muy distinto, se encuentra otra de las grandes obras de la competición, Gulyabani, una obra de lenguaje audiovisual avanzado, que expresa con horror y terror, el concepto mismo de la transformación.
Apartándose un poco de todos estos terrenos, se encuentran las dos obras que, quizá, más difícil encaje tienen en esta sección oficial. Por un lado, la comedia iraní de corte “comercial” Khook (Pig), de Mani Haghighi, sobre un director al que han prohibido rodar películas, y que comienza a ver como sus compañeros de profesión son asesinados por un asesino en serie, mientras comienza a preguntarse porque este no ha ido todavía a por él. Con mucho mensaje político, que si encaja más en la línea del festival, la película opta por una mirada de comedia negra, bestia y absurda que entretiene y deja ciertos destellos de personalidad dentro de una línea marcada por llegar al mayor público posible. Por otro lado, mucho mas desafortunado, se encuentra la que, probablemente, sea la peor película de la competición oficial, y un gran fallo por parte de la selección, al no incluir ni temática, ni espiritualmente, todo aquello que, en mayor o menor medida, interesa en el resto de obras presentadas a concurso. La directora búlgara, Mara Mattuschka, trae su última película Phaidros, un filme extravagante y de ínfima calidad, que no aporta, ni argumental ni visualmente, nada realmente nutritivo.
Es por ello que, tras este descalabro, es mejor terminar hablando de aquello que ha caracterizado este V Filmadrid, a través de dos cortometrajes como son Black Bus Stop y Syndrome IO, que se lanzan a buscar, a través de distintas narrativas y formas, un acercamiento a la juventud mas abandonada, por un lado la de los estudiantes negros de Charlottesville, donde en 2017 renació la violencia de supremacistas blancos, y que aquí planta cara a través de música, símbolos y bailes, para rendir tributo a aquellos que se vieron amenazados, y, por otro lado, la de unos jóvenes rusos que, fácilmente, podrían formar parte de esos supremacistas, en un filme lleno de agitación, fuerza y violencia, que escupe casi a cámara una brutal historia de opresión y decadencia.
Con todo esto, Filmadrid ha vuelto este año con mucha fuerza, consolidándose como un festival de gran importancia dentro de la ciudad madrileña, dando voz a todos los tipos y formatos de cine posibles (cortometrajes, mediometrajes y largometrajes; documentales, ficción o ensayo) siempre con un ojo puesto en aquellos cineastas cuyo recorrido y alcance es mas complicado de disfrutar dentro y fuera de sus lugares de procedencia. Esperemos poder seguir disfrutando de una programación tan especial como esta en posteriores ediciones.