John Lasseter, persona clave en la producción y uno de los genios fundadores de Pixar, ha sabido rodearse de un equipo de cineastas, guionistas e ilustradores de enorme talento, capaces también de asimilar los rasgos distintivos de la “filosofía Pixar”. La mayor parte de las productoras de animación intentan adaptar sus filmes a los nuevos tiempos; Pixar se adelanta a esos nuevos tiempos experimentando con universos y argumentos arriesgados, tan distanciados de la ñoñería como de cualquier dictadura ideológica. Sus producciones son de algún modo provocativas, pero en el caso de Pixar se trata de una “provocación virtuosa” que le permite situarse en una vanguardia muy sensata antropológicamente.
Tras un vistoso prólogo narrado con la gracia y la originalidad marcas de la casa, la cinta fluye con un ritmo trepidante y el espectador queda maravillado con la ambientación, los colores, las texturas y los movimientos de una animación de altísima calidad (Miyazaki no anda lejos), la música del oscarizado Michael Giacchino, las alegres canciones, los entresijos del relato…
Lee Unkrich, el director, y Adrián Molina, el guionista de origen mexicano, han entregado un producto admirable dirigido a pequeños y a grandes; un bellísimo canto a la familia, emocionante y rico en humanidad, que explora un terreno aparentemente osado al introducir a un niño en la Tierra de los Muertos. Pero que a nadie le preocupe el argumento ni le busque los tres (o cinco) pies al gato: vi la película rodeado de chiquillería, que aplaudió de forma entusiasta al finalizar la proyección.