Código 46 (2003), de michael winterbottom. la poesía del futuro inmediato.

Publicado el 31 mayo 2012 por Miguelmalaga

Realizar una buena película del género de Ciencia Ficción es un ejercicio complejo. Hay demasiados cineastas que se dejan llevar por el camino fácil de los efectos especiales, entregando un producto con un envoltorio muy espectacular, pero vacío. Para mí existen dos ejemplos claros de lo que debe ser un film de este género. Uno es, por supuesto, "2001, una odisea del espacio", concebida por Clarke y Kubrick como un ejercicio intelectual de primer orden. La otra es "Blade Runner", basada en una novela de otro de los maestros del género, Philip K. Dick, pero adaptada a la estética de Ridley Scott, que consiguió una de las obras más míticas y más comentadas de la historia del cine, aunando un escenario espectacular con una trama fascinante y absorbente.


Sin llegar de ninguna manera a la calidad de las dos obras citadas, "Código 46" podría emparentarse con películas como "Gattaca" (Andrew Niccol, 1997): ciencia ficción especulativa acerca de nuestro futuro más inmediato, realizada en un tono más íntimo que espectacular, pero dando mucha importancia al ambiente social donde se mueven los personajes: el drama en ambas realizaciones está en las leyes que afectan a la vida íntima de los seres humanos, que no siempre pueden racionalizar las emociones a la manera exigida por las perfectas distopías en las que viven.


En el futuro de "Código 46", existen dos clases de seres humanos: los que viven en las ciudades (los privilegiados) y los que tienen prohibido el acceso a las mismas, que arrastran una existencia miserable en sus arrabales, esperando un milagroso seguro que les permita la entrada al sueño de una existencia, si no digna, al menos soportable. Al principio de la trama se nos informa de una ley, seguramente perteneciente a una serie de códigos mucho más larga, que impide las relaciones  entre seres humanos con coincidencias en su código genético. Es una consecuencia no deseada de la experimentación con clones humanos: es posible que dos personas con padres distintos compartan los mismos genes.


William (Tim Robbins) es una especie de detective que investiga un fraude en una compañía de seguros. Para ello tiene que viajar a Shangai, pero sólo por veinticuatro horas. Parece ser que este futuro sombrío no están permitidos viajes de más larga duración. Su técnica detectivesca es bien peculiar: se basa en una intuición reforzada por un virus. Le basta con hacer preguntas a los distintos sospechosos para dar con el culpable. Pero William no contaba con que en esta investigación se iba a enamorar de la chica culpable con la que, para más inri, comparte código genético.


Winterbottom intenta dar un tono poético a su film: una poesía intimista y fría en la que a veces se insertan temas musicales, algo muy presente en su cine. Desde mi punto de vista, dicho tono es muy adecuado a la organización social que presenta la trama: aunque no se dice explícitamente, podemos intuir que nos encontramos ante una especie de régimen que a conseguido limitar las libertades humanas a nivel mundial. El ambiente parece triste y resignado: la gente de las ciudades trabaja con eficiencia, pero no parece tener muchos horizontes. Mucho peor es la situación de los que están fuera, viviendo como refugiados del tercer mundo de las sobras de los ciudadanos que, a pocos kilómetros de ellos, al menos gozan de un techo donde sobrellevar su monótona existencia. Uno de los detalles más interesantes de la propuesta de Winterbottom es el lenguaje que utilizan los protagonistas, un inglés que inserta muchas palabras en español y otros idiomas. Esta parece ser la conquista más interesante de este mundo: un lenguaje al fin universal. Ni que decir tiene que recomiendo al espectador que, si es posible, la visione en versión original.