Mantener el tono literario
es de vital importancia
en cualquier tipo de género
Pero, ¿qué pasa con el tono de la obra, el tono que se está utilizando, el tono del narrador, el tono de los diálogos, el tono general de la ambientación y la argumentación?
Cuando la obra está muy fresca en la mente del autor, muchos de sus elementos también lo están. Igual de frescos a su disposición. Pero no faltan ocasiones en que esto no se cumple. Cuando el escritor retoma la redacción de la obra en el punto donde lo dejó la jornada anterior, las palabras, las frases, los párrafos pueden no tener la misma contundencia, la misma textura o la misma frescura que tenían cuando fueron escritas. No huelen igual, no saben igual, no suenan igual. El escritor vuelve atrás, un par de páginas, acaso hasta el principio del capítulo, para encontrar o, mejor dicho, para reencontrar el tono.
Es cierto que no siempre es posible este reencuentro, especialmente cuando
hablamos de obras cuyo tema o protagonista exigen un tono determinado, de cierta profundidad para el que escritor no siempre está preparado, o para el que no siempre es posible reunir las condiciones óptimas. Si hablamos de una historia en la que se suceden con relativa rapidez un sinfín de acontecimientos, será más difícil reencontrarse con el tono cuando el escritor tenga el ánimo más apagado. O si hablamos de una historia en la que se profundiza sobre temas trascendentes, el reencuentro con el tono no será tan sencillo si disponemos de poco tiempo o si el ambiente no es el adecuado.
Por otra parte, también se dan casos en los que es preciso tomar un poco de distancia para reconocer ese tono, como se aleja uno del bosque para calcular sus contornos. Esa distancia no tiene por qué ser física, ni tan siquiera lejos de las letras, pero sí, obligatoriamente de las letras que nos ocupan. Tal vez leer a otro autor, tal vez leer la prensa, o sencillamente salir a dar un paseo, nos puede proporcionar esa distancia clarificadora.
Este asunto del tono es muy importante porque si no se somete a un estrecho control puede derivar en una obra con altibajos poco atractivos para el lector. Por ejemplo, capítulos basados exclusivamente en diálogos entre capítulos basados exclusivamente en indicaciones del narrador; o pasajes con un aire ligero o hasta cómico entre pasajes profundos o hasta filosóficos. Podría incluso ocurrir que el personaje-narrador se tome la licencia de cambiar su opinión sobre algún personaje en concreto sin que éste último haya hecho nada para merecerlo.
El tono debe ser uniforme, pero tanto que no sea "uniformidad" lo que mejor lo defina, sino sencillez y naturalidad, casi invisibilidad.