Siempre estamos igual, esa opresión en el corazón, ese respirar entre cortado, ese hambre desenfrenado que solo lleva a la gula propiamente dicha. Esa sensación de no tener nada y tenerlo todo, quejas injustificadas que sólo conducen a la desesperación y al aislamiento. Saturación algo que sucede normalmente en mi vida, suelo llevarme a extremos que no pueden ser sanos y luego no hay forma de volver atrás. Necesito un descanso es evidente, pero me da miedo estar mucho tiempo parado por si me gusta demasiado como para no volverme a mover.
Títulos, juegos apilanados que acumulo sin cesar, juegos que deberían saciar mi inquietud por descubrir nuevas experiencas y sin embargo sólo hacen que recordarme que no puedo con todo. Colapso esa es la palabra, un estado que impide que nazcan ganas de cualquier cosas que tenga con enchufar un rato la consola. Un estado de tedio extremo que incomprensiblemente lleva a la extenuación y es que no existe peor sentimiento que sentirse inútil. Sin vida, sin nada que ilusione y con mucho trabajo por delante.
Grandes juegos, algunos denominados triples A, imprescindibles y capaces de entretener durante días enteros a aquel que desee disponer su tiempo a ello. Pero no, porque me colapso, no sé por donde empezar y sólo el intentar seguir la historia de algún título que tengo por ahí esperando a ser puesto en su consola. No hay más, simplemente no nacen en mi las ganas necesarias de interpretar ningún papel, de ser ese personaje que tiene un importante misión. Y sin embargo, de tanto en tanto me entretengo con algo relacionado con los videojuegos.
Colapso, un estado febril que lleva al ser humano sin saber que hacer. Ira que nace en mi interior al no poder interpretar las injusticias que se suceden una a una en esta vida. Quejicoso, sollozante y con poca fe en que esto de momento cambie. Sumido en un estado de semi melancolía con pesadumbre, con la mirada perdida en el espacio sin ningún tipo de pesamiento en esta estúpidamente. ¿A qué jugar? A nada, a ningún título porque dicho acto debe ser asumido con ganas.
Con los motivos suficientes como para festejar el acto de entretenerse. Juegos y más juegos, y sin embargo paso las horas pensando en como cambiar todo esto. Y mientras me mantengo pensante, incluso cuando juego, incluso cuando tengo un preciado mando entre las manos. Sin ganas de escribir, sin ganas de hablar, como si uno no se mereciese disfrutar. Necesito un parón, sin duda alguna, algo que evite el efecto quemado.
La escritura, el compendio de palabras ordenadas a veces sin sentido, ayudan paradójicamente a ordenar mis pensamientos. Como un acto de contradicción, como si necesitase hablar sin parar pero sin pronunciar sonido alguno. Un juego mudo, donde nada suceda, donde todo sea permitido menos el hablar. Como quien abre el Buscaminas en horas de empresa para matar el tiempo, para dejar avanzar ese reloj que envejece segundo a segundo.
Grano a grano, mi mente se despeja y muestra con claridad el camino, la sucesión de actos que deben llevarme a desatascarme. Miro a mi alrededor y necesito que todo se pare, que el mundo deje de correr, que me de tiempo para poder coger uno a uno esos títulos que un día dejé ahí abandonados en un estúpido rincón. Ya basta de tantas listas inservibles, quizás será mejor que primero salga de este estado de colpaso neuronal que apaga toda gana de hacer nada.
Quizás deba empezar a pensar que las cosas vienen como vienen, sin previo aviso, como un golpe que no esperas, que recibes por sorpresa y te desorienta. Tardando horas en conseguir volver a encontrar un punto fijo donde apoyarte y empezar de nuevo el día a día sin miedo a perder todo lo conseguido.