Falla, en primer lugar, la imprevisión de unas urgencias que no disponen de espacio ni personal para afrontar picos de sobredemanda asistencial sin que salten las costuras de un servicio que normalmente funciona casi al cien por ciento de su actividad cotidiana. Las camas de observación que dejan libre los pacientes dados de alta o ingresados en planta vuelven a ser ocupadas casi de inmediato por nuevos pacientes de urgencias. Y las consultas de urgencias, independientemente de su número y dotación, resultan insuficientes, sin una reserva estratégica para tales casos, a la hora de hacer frente a la avalancha de usuarios que demandan atención médica urgente, aunque la mayoría de ellos no represente ninguna urgencia en realidad, sino afecciones que debieran ser atendidas en la asistencia preventiva por su médico de cabecera. Este es el escenario característico del colapso de las urgencias que se produce en el período invernal. Las plantillas del personal sanitario (médicos, enfermeros, celadores, técnicos de laboratorio, etc.) se diseñan para un rendimiento del cien por ciento, pero no para hacer frente a un pico asistencial del 150 ó 200 por ciento. Además, el espacio disponible, por condiciones de edificación, es limitado y suele estar aprovechado en su totalidad con el funcionamiento diario del hospital. No hay más huecos donde poner más camas ni más personal con que aumentar la actividad.
Parece evidente, por tanto, que una parte del problema del colapso de las urgencias hospitalarias se debe a la poca elasticidad de unos servicios que, por dotación y espacio, no tienen capacidad para amortiguar con eficiencia una sobredemanda asistencial. De alguna manera, deberían disponer de una reserva estratégica que permitiera resolver sin verse colapsados esos picos de demanda que puntualmente se producen y que son previsibles en determinadas fechas del año. Pero es probable que, incluso con tal reserva, no puedan evitar verse desbordados por una avalancha de pacientes que colapsa cualquier contingencia.
En cualquier caso, todo es susceptible de mejora, también las urgencias. Las muertes sobrevenidas en estos servicios, en pacientes que aguardaban ser atendidos, y los recurrentes colapsos a que se ven abocados, evidencian la necesidad de una mejor organización de las urgencias, la revisión de los protocolos de actuación para actualizarlos de tal manera que impidan que nadie fallezca en una camilla o silla de rueda en sus pasillos sin ser atendido, y una mayor dotación de medios, materiales y humanos, con los que prevenir, en lo posible, cualquier pico asistencial.