colas

Por Juancarlos53

La verdad es que las colas nunca habían sido para Lucía oscuro objeto de deseo y jamás habían llamado en exceso su atención. Con Irene, dada la tendencia actual de todo hacia el tamaño, hacia lo mensurable, siempre lo comentaba pues  ella pensaba igual  o de modo muy parecido

 — ¿Cómo es posible —me preguntaba Lucía muchas veces—   que la gente se pirre por que la suya sea la más larga? La verdad es que nunca lo he entendido.

— Si te paras a pensar y creo que en eso coincidimos ambas –me contestaba Irene, casi siempre con un ensayo de ironía en su rostro—  es la calidad lo que debiera primar por encima de otras consideraciones.

—Sí, sí, ya sé por dónde vas, por eso que reza  “Lo bueno si breve, dos veces bueno” —le dije en una ocasión mientras con picardía le guiñaba un ojo, que, por cierto, en ese momento me di cuenta de no haberle puesto su correspondiente ración de de rímel.

— Qué gracianesca te veo últimamente, Lucía. O mejor dicho, te escucho. Dado que esta conversación cuando nos surge deriva con frecuencia hacia lo proverbial echaré yo ahora mi cuarto a espadas para así abundar en lo que tú sueles afirmar. Efectivamente  “Más vale calidad que cantidad” o por seguir con tu querencia hacia don Baltasar «El intensivo por encima de lo extenso», que dijo el tozudo aragonés en conceptual lenguaje.

Al llegar al ético jesuita las dos mujeres parecieron olvidarse del motivo recurrente de su conversación y divagaron un tiempo por los dorados terrenos del XVII cuando ya los Oros imperiales empezaban a oscurecer quizás por la falta de calidad del mismo o por pretender pagar con poco a muchos. Solía sucederles que partiendo de una cuestión trivial la misma transitaba hacia confines insospechados, a veces históricos, literarios, sociopolíticos, religiosos, eróticos… Todo estaba a disposición de estas dos mujeres que habiéndose conocido no hacía mucho sin embargo se encontraban muy a gusto cada vez que coincidían y movían la húmeda.

—Pues tengo entendido que en Estados Unidos el “Oráculo manual y arte de prudencia” del turiasonense ilustre vendió más de cincuenta mil ejemplares en los años noventa del pasado siglo convirtiéndose en un auténtico breviario para ejecutivos —comentó Lucía al hilo de esa alusión a lo gracianesco por parte de Irene— . Según me cuentan el gran público recibió las 300 sentencias contenidas en la obra como un perfecto libro de autoayuda cuya vigencia en la actualidad está por encima de muchos otros. 

—Me encanta saber que lo nuestro es bien recibido allende nuestras fronteras –intervino Irene, que verdaderamente se había quedado de piedra al enterarse de que fuera de España se nos pudiera conocer y valorar  por algo más que por la fiesta, el vino, el jamón y el tiqui taca de la Selección de fútbol.

—No quieras saber la larga cola de don Baltasar…

—Por favor , Lucía, controla un poco —la interrumpió Irene—  ¿Eres consciente de lo que estás diciendo? ¡Hija, que se trata de un jesuita!

—Pero bueno, chica, ¿qué pasa, es que sólo a nosotras nos han de gustar las largas colas?

—Mujer, no te enfades, pero hablar así de un sacerdote no me parece conveniente.

—¿Y de tus colas sí, Irene? Venga, venga, vamos a lo nuestro, atiende a tus lectores. A propósito, ¿te das cuenta de que ahora yo la tengo más larga que tú?

—Echaré mano del “Más vale poco y bueno, que mucho y malo”. Es lo que toca hoy, ¿no? Ja, ja…