Colombia "SEXUALIDAD Y MIGRACIÓN"

Publicado el 09 julio 2011 por Daniela @lasdiosas

Los estudios sobre migraciones, así como los abordajes de aspectos sociales y políticos de la sexualidad, han adquirido gran actualidad. Aunque algunos autores exploraron conexiones entre ambas temáticas, la sexualidad continúa relativamente ausente de los estudios sobre migración, observa el sociólogo Salvador Vidal-Ortiz, profesor asociado de la American University.

Vidal-Ortiz, cuya producción académica versa sobre género, sexualidad, racialización y religión, ha integrado estas categorías en su investigación en curso sobre desplazamiento forzado y sexualidad en Colombia. En ese contexto, la categoría “desplazamiento” se refiere a la migración forzada por el conflicto armado interno y la violencia política, que viene a sumarse al problema de la distribución de la tierra y de los recursos naturales.

Junto a Nancy Naples editó el libro The Sexuality of migration: Border Crossings and Mexican Immigrant Men, de Lionel Cantú. Vidal-Ortiz relata que la edición del volumen, basado en experiencias de varones migrantes de México a los Estados Unidos, que tienen relaciones sexuales con varones, lo llevó a centrarse en el tema de sexualidad y migración: “Conozco Bogotá desde el año 2007 y me interesó vincular algunas ideas del trabajo de Cantú sobre migración internacional y ver cómo entran en diálogo, o no, con los fenómenos de la migración y del desplazamiento forzado” , comenta.

En entrevista con el CLAM, Vidal-Ortiz se refiere a los estudios sobre sexualidad y migración en las ciencias sociales, a las posibilidades que estos ofrecen, y comparte reflexiones sobre la investigación que actualmente lleva a cabo en Colombia.

¿Qué lugar ocupan los análisis sobre sexualidad y migración en las ciencias sociales?

Uno de los trabajos pioneros en establecer esta relación, para el caso estadounidense, es precisamente el libro de Cantú, que muestra la ausencia de los temas de sexualidad en el campo de la investigación sobre migración. Nos encontramos ante campos que no parecen estar muy relacionados, aunque existe una producción al respecto. Sin embargo sólo se abordan conjuntamente cuando adquieren cierta especificidad, como por ejemplo en Colombia el desplazamiento forzado de personas transgeneristas, de personas viviendo con VIH y Sida, o de gays y lesbianas; como si el resto de la migración no tuviera nada que ver con la sexualidad, o como si la migración de estos sujetos en particular pudiera ser explicada solamente a través de la sexualidad.

En el campo de los estudios sobre sexualidad, el trabajo de Gayle Rubin de los años ochenta constituye un interesante antecedente. Algunos de los resultados están expuestos en su célebre artículo Thinking sex: Notes for a Radical Theory of the Politics of Sexuality. En ese trabajo, siguiendo el camino trazado por historiadores como D’Emilio, con base en trabajo de archivo sobre artículos de la prensa y expedientes policiales, Rubin documenta movimientos migratorios específicos de ‘hombres gay’, principalmente, de áreas rurales a urbanas. Entre ellos se encuentran las migraciones de regiones como Iowa, Wisconsin u Oregon hacia ciudades como San Francisco, con el objetivo de encontrar un espacio social que les permitiera desarrollar una identidad sexual abiertamente gay, que difícilmente hubieran podido tener en sus lugares de origen.

¿Cómo se ha entendido la relación entre sexualidad, formación de identidades y migración?

Existen más estudios sobre mujeres, que muestran cómo la migración cambia las experiencias, posiciones, roles y representaciones de la sexualidad de las migrantes. Esto se debe no sólo al contexto de llegada –países supuestamente progresistas, como Estados Unidos o España– sino a la experiencia misma de la migración, que pone a las mujeres en una relación de distancia con respecto a su contexto de origen y cuestiona algunos significados de sus proyectos de vida.

Según Cantú, algunos hombres que venían de sectores medios y populares en México y que no se identificaban como ‘gays’, al migrar empiezan a hacerlo. No obstante, esto también depende de dónde, porque no todas las localidades de Estados Unidos son iguales. Algunos incluso empiezan a hablar de experiencias sexuales ‘versátiles’, controvirtiendo la dicotomía pasivo-activo que comúnmente se atribuye a lo latinoamericano. No era casual que algunos de estos hombres señalaran que se habían vuelto ‘internacionales’ para dar cuenta de la ‘versatilidad’ adquirida en sus roles sexuales.

Muchos de los que migraron para poder tener relaciones sexuales con hombres de forma tranquila y establecer relaciones de pareja se encontraron con el precio de la discriminación racial. Cambiaron así una supuesta libertad sexual por una negativa experiencia de racialización.

Una de las cosas interesantes del trabajo de Cantú es que en su análisis no abandonó la economía política. Además de hacer visible la sexualidad en la migración, trabajó con la categoría ‘clase’. Por ejemplo, al comparar los resultados de su trabajo con migrantes mexicanos en Estados Unidos con datos sobre ‘hombres gay’ mexicanos que no migraron, una de las conclusiones que resalta –que no debe sorprendernos – es que la identidad sexual no constituye necesariamente un motivo para migrar. Muchos ‘gays’ de clases medias y altas no deseaban hacerlo porque sabían que iban a ser ciudadanos de segunda clase en Estados Unidos. Provenían de familias adineradas y en su lugar de origen tenían un nombre, un prestigio, un lugar social destacado, negocios, etcétera, que no estaban dispuestos a abandonar a cambio de una vida sexual más plena. De hecho, como lo muestra el trabajo de Cantú, estos ‘gays’ tenían capacidad, espacios y recursos para hacerse una vida como ‘gays’ en México. En ese sentido, la representación de Estados Unidos como lugar utópico para ser gay no era compartida por todos; y la clase social operaba como un marcador importante de esa diferencia.

Otra cuestión interesante es que cuando algunos migrantes adquirían estabilidad económica y capacidad para sostener a sus familias o de llevarlas a vivir a los Estados Unidos, las familias, que solían estigmatizarlos en su lugar de origen, debían ajustarse al estilo de vida del ‘nuevo proveedor’, que muchas veces vivía con su pareja. Las relaciones de poder cambiaban y cierta posición económica hacía negociable la ‘identidad gay’. Aparece entonces un tipo de representación que ya existía en sus lugares de origen, del tipo ‘será gay pero es doctor’, profesional exitoso, empresario adinerado.

¿Cómo se relaciona con las políticas migratorias la representación internacionalmente difundida de países ‘amigables para los gays y lesbianas’ y de los que no los son?

La ironía de estos países que ostentan ese lugar de ‘paraíso sexual’ es que al generar esas condiciones de vida para la población LGBT local afianzan, de ese modo, una imagen racializada de los países del ‘Tercer Mundo’, que al estereotipo de subdesarrollados y menos democráticos asocia el de ser menos libres sexualmente. Esto lleva a que les ofrezcan a los habitantes de esos países un paraíso al que, por sus propiedades sociales, difícilmente puedan entrar.

De otro lado, el Sur Global también se convierte en un destino turístico construido como hipererótico, excesivo. Así, por ejemplo, en cierta publicidad de turismo gay, el hombre mexicano es presentado como viril, casado y con hijos, como una imagen deseable y accesible para ser consumida por la gente del Norte. Una especie de deseo por lo ‘no identitario’; imagen que en otros contextos y discursos se usa para hablar de las personas gays y lesbianas del ‘Tercer Mundo’ como retrógradas, ‘no asumidas’ y no politizadas.

Es importante desnaturalizar estas representaciones. Por ejemplo, pensar que las migraciones no son sólo del Sur al Norte, de lo rural a lo urbano, ni de cualquier parte a la deriva. Es fundamental problematizar esas imágenes simples que aplanan las complejidades de cada contexto, como si no hubiera conservadurismo o violencia homofóbica en los países del Norte, o como si no hubiera avances en derechos en los países del Sur.

Esas oposiciones esencialistas aparecen en los relatos de las personas que migran para referirse a su experiencia de contraste entre su ‘sueño’ y el lugar de origen. Por ejemplo, buena parte de la migración de latinoamericanos a los Estados Unidos tiene que ver con una representación –bastante generosa– de ese país como nación progresista y desarrollada, que ofrece oportunidades. Se crea una dualidad de países desarrollados que reciben personas y países pobres, bárbaros, que expulsan. Es allí que se crea la imagen de países más y menos modernos, más y menos homofóbicos. Pero se trata de una representación ideológica. Paradójicamente, en los Estados Unidos, particularmente en San Francisco, no existen políticas públicas para personas LGBT con el nivel de estructuración o la institucionalidad que estas tienen en Bogotá y en otras ciudades colombianas.

¿Qué temática le interesa estudiar en Colombia?

Lo que quiero ver en el caso colombiano es cuánto de sexualidad tiene el desplazamiento forzado. Porque esta pregunta que no aparece y, de alguna manera, no nos hemos permitido ver o recoger datos necesarios que permitan analizar este aspecto. De hecho, hay datos interesantes sobre desplazamiento en informes de derechos humanos relacionados con sexualidad, pero falta darle un lugar más destacado a la sexualidad en las explicaciones del problema del desplazamiento.

La sexualidad, por ejemplo, incide en la definición de ‘pureza’ y ‘decencia’ que usan los grupos armados en la llamada ‘limpieza social’. Las personas LGBT entran en un conjunto de categorías de personas estigmatizadas, junto a las trabajadoras sexuales y las personas que viven con VIH y Sida. Existen, incluso, usos nuevos de ese estigma y de la sexualidad en la guerra. Por ejemplo, se ha documentado cómo personas viviendo con VIH y Sida son movilizadas para usarlas como especie de ‘armas biológicas’ para que ‘infecten’ al enemigo. Son fenómenos nuevos, que demandan herramientas teóricas nuevas.

La propia categoría ‘desplazamiento’ requiere ser revisada. De hecho, se trata de ampliar el uso de esa categoría, más allá de su definición institucional. En la definición de ‘desplazado’ se observa un sesgo heterosexista, como mencionara alguna vez la antropóloga colombiana Andrea García; que limita el reconocimiento de personas disidentes de la sexualidad y del género en esa categoría. Las políticas y los funcionarios suelen imaginar a las personas desplazadas como familias normativas, y dan por sentado que todas esas personas son heterosexuales. Los requisitos para recibir ayuda están construidos con ese sesgo. Esa forma de verlas tiene un impacto en cómo los funcionarios trabajan con las personas LGBT desplazadas.

¿Cuáles son las ventajas de un análisis que integre sexualidad y migración?

En la investigación sobre sexualidad las cuestiones identitarias y microsociales han sido fundamentales. Justamente el trabajo de Cantú mezcló algo que se supone estructural –la migración– con algo micro. Para hacer ese análisis, él propuso la categoría queer political economy of migration (economía política queer de la migración), con el fin de acoplarlas.

Esta apuesta tiene que ver con cambios en la forma como se construye el conocimiento, las epistemologías que usamos y las jerarquías entre lo estructural y lo microsocial. Este enfoque problematiza y complejiza el análisis de la migración. Nos hace pensar que la gente no migra sólo por razones económicas o materiales, que la migración de personas heterosexuales también está marcada por la sexualidad y que la migración de las personas gay y lesbianas no está marcada de antemano por la sexualidad. Estudiar sexualidad no implica sólo estudiar prácticas y sujetos no normativos.

Es posible que en 10 ó 20 años no sea necesario migrar a las ‘ciudades grandes’, gracias a una mejora en las condiciones de vida para las personas LGBT en las localidades. Ya se está estudiando el fenómeno de personas que se quedan, que no migran, o que vuelven porque las condiciones son mejores en sus lugares de origen, incluso en áreas rurales.

Es más interesante mirar la migración como algo cíclico y no como algo lineal y unívoco. Este enfoque nos permite ver algo más complejo con relación a la migración de las personas LGBT, al superar la explicación simple de que esas personas migran al paraíso del Norte y de lo urbano. Las experiencias de migración muchas veces responden a una noción idealizada de libertad, que es problemática. Como comentaba antes, las personas migrantes no necesariamente encuentran esos paraísos. Si encuentran mejores condiciones de vida sexual, se topan de frente con el racismo.

Fuente: Clam