Colombia y el d.c.

Publicado el 11 agosto 2014 por Juan Pablo García Cortés @Juanpis

No he podido entender por qué la población bogotana, en su mayoría, odia esta ciudad.

Sí, no es fácil vivir aquí por múltiples razones; la principal para mí es que es ciudad capital, por lo tanto todo, absolutamente todo, converge, retumba, repercute y termina aquí.

Yo admito que me encanta esta urbe, aunque a veces tenga ese clima que uno no entiende, ese viento helado que sin pedir permiso se cuela por entre tus ropas y te abraza de repente hasta congelarte las mejillas y estremecer tus huesos. Aun cuando me pierda, me sienta sola y tenga miedo, yo, elegí estar aquí. Adoro la costa y me encanta igual el frío de Bogotá y esa lluvia que no es lluvia, porque se siente más bien como si alguien te rociara la cara con un atomizador; y la dirección del viento que cambia en cada esquina poniendo paraguas patas arriba.

Ahora, no me malinterpreten, más bien vean el porqué de esto que están leyendo.

Nací en Cúcuta, Norte de Santander y al cumplir un año de edad mis papás decidieron encontrar nuevos horizontes en la costa, específicamente en Santa Marta, es decir, que palabras más palabras menos, yo soy una cachaca (sí, aplica el término, porque para nosotros, debajo de la región caribe, todos sin excepción alguna, son cachacos) criada bajo las palmeras, el sol incandescente, la brisa que viene con salitre y se te queda en la piel, la gente alegre, las sonrisas, los cantos, el baile, las frutas y un millón de colores; o sea que llevo un 50% de cosas del interior del país y un 50% de trópico.

Son apenas comprensibles, de cierta forma, todos esos juicios negativos que tienen propios y foráneos de Bogotá; el trancón, la contaminación, el clima y su cielo gris que deprimen a cualquiera, el transporte público, la inseguridad y muchas otras que se añaden a esta lista.

Yo, en cambio, he visto tantas cosas buenas y puede llegar a sonar sin sentido lo que digo. Por ejemplo caminar, es un goce; a veces voy de Palermo hasta la Candelaria y todo lo que veo en ese recorrido me ha regalado postales que guardo en mi archivo fotográfico mental, me ha robado sonrisas, me ha contagiado una mezcla de sentimientos que relajan y harían feliz a cualquiera, por eso los invito a intentarlo, sin afanes y sin una cita previa, ¡déjense sorprender!

Esta es la ciudad de contrastes que ha adoptado un poco de todas las regiones del país, que acoge al paisa, al costeño, al pastuso, al llanero, incluso al gringo, al francés, al oriental, al ruso y al alemán, como al mejor de sus huéspedes; los he visto a todos sonreír, tomar fotos aquí y allá, adentrarse en lugares no tan bonitos, en sitios recónditos e inimaginables, regatear en la calle, hacer de una idea equis un negocio próspero, traer tradiciones, olores, colores y sabores, para sentirse más en el hogar.

Tienen museos, ciclovía, funicular y un cerro muy popular en el mundo entero, el de Monserrate; una flora hermosa que llena de color los días de lluvia, las principales universidades, institutos de investigación, balcones y casas de colores, una ciudad llena de historia, árboles, parques, verde, gastronomía, los mejores conciertos, moda, diseño, música, teatro, de todo y para todos.

Y sí, nos envidian porque tenemos playa, brisa, mar y sol todo el año, pero que quede claro, llevamos una vida normal, no estamos todo el día refrescándonos con una cerveza bien helada mientras descansamos en una hamaca contemplando el mar; aunque sí debo confesar que tenemos una ventaja enorme sobre ustedes, podemos vivir aquí y huir del caos cualquier fin de semana, varias veces al año, sin que eso requiera de mucha preparación y espera como unas vacaciones, porque visitar a la familia es la excusa perfecta.

Ahora, les tengo un dato, en repetidas ocasiones, en la costa, se quejan mucho del servicio al cliente y lo que siempre atinan a gritarle al mundo es: “Ponles un jefe cachaco, pa’ que veas como se ponen a trabajar”, lo cual me produce risa, tanto que gimotean y no pueden vivir los unos sin los otros; tan sencillo como que ustedes tienen lo analítico y lo serio, nosotros traemos el swing y el calor caribeño.

Cada lugar de este país tiene su encanto, no tengo la dicha de conocer muchos, pero somos inmensamente ricos en recursos naturales; tenemos la ciudad con todos los pisos térmicos, estamos bañados por dos océanos, tenemos desiertos y nevados, llanuras y sabanas y podría extenderme en una infinidad de hojas mencionando todas y cada una de las cosas bellas que se encuentran.

Tanto aquí como allá, he conocido gente maravillosa y de todas partes del mundo; en algún momento de la vida seremos extranjeros, porque bien reza el dicho, nadie es profeta en su tierra y a veces me duele ese regionalismo en el que vivimos, que al final, no tiene sentido.

Y hablando de variedad cultural, yo, la veo en casa; mi papá dejó a la abuela y sus hermanos para irse con el amor de su vida y adaptarse a un montón de dichos y costumbres nuevas; incluso mis bisabuelos y abuelo materno, que llegaron al país por la Puerta de Oro de Colombia, huyendo de la Segunda Guerra Mundial; tuvieron su negocio, construyeron las primeras casas de mi barrio en Santa Marta, formaron un hogar, vieron cómo la familia crecía y ¿saben algo?, mi abuelo jamás quiso regresar a su natal porque aquí, lo tenía todo.

Vi a mi maestra de francés solucionarme la disyuntiva de la vida, diciéndome que no importaba dónde había nacido o dónde me había criado, yo era colombiana; ella, por ejemplo, que en tan poco tiempo había dejado de arrastrar la erre muy característica de ellos y que era a la final más costeña que cualquiera que yo hubiera conocido, también se separó de su familia y aún con toda la nostalgia del mundo, vive feliz en la samaria.

Tengo una muy buena amiga rola hasta el tuétano y con un toque de sangre caleña, pero rola; se fue unas vacaciones a Taganga, conoció a un chico y para no hacer largo el cuento, ya lleva cinco años, enamorada de ese hombre, del mar, del calor, de la tranquilidad y dice que por nada del mundo volvería a Bogotá.

Son tantas las historias y todos las hemos escuchado; tenemos algún conocido que vive en otra ciudad que no es la propia o incluso lejos del país. Mi mejor amiga, reside en Bélgica y hasta el último instante se rehusaba a viajar al viejo continente, donde ya toda su familia estaba radicada, porque no había nada como Curramba la bella; le tomó años adaptarse y ahora solo anhela Colombia, pero de vacaciones.

En últimas, irse a vivir a cualquier parte de Colombia es todo un acontecimiento, desde el desierto de la Guajira, con su espectacular Cabo de la Vela y sus paisajes, adentrándose en ese realismo mágico del Parque Tayrona y sus playas cristalinas, hasta el Amazonas y su selva, pasando por la capital y su temperatura, aunque les cuento, en Tunja y Pasto se congelarían, literalmente; porque aquí, hay mucha cosa para conocer y poco tiempo para perder quejándose.

Solo debo confesar que hay algo que lamento todo el tiempo; al haber llegado tan pequeña a la costa, para gozar de esta mezcla que llevo encima, por más que lo he intentado, me es imposible recordar cómo fue mi primera vez en el mar; ese encuentro con esa inmensidad, ese azul profundo, ese montón de tonalidades índigo y verde cuando el sol se empieza a esconder o se asoma temprano por la mañana; esa dicha que ustedes recuerdan en unas vacaciones familiares o en una semana santa viajando de mochileros, eso, me encantaría vivirlo nuevamente. Hoy en día, cada vez que llego a un sitio nuevo, me encanta tomarme unos minutos para contemplarlo y quedarme con esa dicha del primer encuentro.

Por eso, aunque cueste, creo que es mejor relajarse y disfrutar, porque tarde o temprano, regresamos a la tierra; porque la sangre llama y no podemos negar lo que somos y de dónde venimos. Mi gente, somos colombianos y es lo único que importa, hay muchos extranjeros que anhelan y envidian nuestra herencia, sintámonos orgullosos sin importar donde hayamos nacido, Colombia y su Distrito Capital es de todos nosotros.