Colón, Genio español

Por Fernando Alonso Conchouso @ColonGalego

En el Diario ABC de 1954 de 11 de octubre, el diario rinde homenaje al “Día de la Hispanidad” con este artículo del Coloniano Marqués de Morella

SEGURAMENTE no ha existido en el mundo secreto mejor y más tiempo guardado, desafiando la curiosidad de todos los historiadores durante más de cuatro cientos años, que el que se refiere al nacimiento y progenie de Cristóbal Co­lón, el inspirado descubri­dor del Nuevo Mundo; acontecimiento de singular importancia para España, gesta típica y totalmente español que festejamos, todos los años, en la me­morable fecha del 12 de octubre, por haber sido en este mismo día. del año 1492, que las frágiles ca­rabelas del recién nombra­do Gran Almirante de la Mar Océana, tropezó, ésta es la palabra más .propia, con la ¡pequeña isla de Guanahani, del grupo de las Lucayas, a la que rebautizó con el nombre cristiano de “San Salva­dor”, que recuerda el nombre ds numero­sas parroquias españolas, sobre todo as­turianas y gallegas.

Conviene no olvidar este dato, pues si Colón hubiera querido simplemente dar gracias a Dios, que le había salvado de pe­recer de hambre y sed, después de diez semanas de navegación sin esperanza, la hubiera llamado del Salvador y no de San Salvador, advocación poco común en el resto de España y que no era la más apro­piada al verdadero milagro de que la ca­rabela “Pinta”, siempre en vanguardia, tropezara con ella, en vez de pasar, sin verlas, entre sus diminutas compañeras.

Durante el larguísimo viaje, primero de los cuatro que realizó ei Gran Almirante, suponen algunos historiadores que, descon­tenta la tripulación de lar “Santa María” (que personalmente mandaba Colón), exas­perados porque los vientos nunca “ven­teaban” hacia España y no podrían volver…, intentaron tirar por la borda al improvisado almirante, “genovés” por más señas, ya que así aun se le llama, por más que a Génova le disputan la honra de haber mecido la cuna del descubridor de América nada menos que quince pobla­ciones, italianas también. Cierto indicio es éste de que ninguna tiene razón, ya que ei voto de cada una tiene quince votos en contra. Entonces dicen que intervino el enérgico capitán de la “Pinta”, Martín Alonso Pinzón (brazo derecho de Colón en toda la travesía), recomendándole ’que ahorcara, sencillamente, a tres o cuatro de los revoltosos, y las cosas no pasarían adelante… Y así fué, si es que llegaron a pasar como se cuenta.

De lo que no cabe duda es que durante más de cuatro siglos se ha venido cre­yendo que los marinos de la “Santa Ma­ría” se creían engañados por un novel al­mirante genovés, y que los genoveses de hoy están ¡tan creídos de ser paisanos del inmortal marino, que sabido es que Gé­nova festeja, más quizá que nosotros, la memorable fe­cha del 12 de octubre, y también que los italianos de Nueva York lograron convencer al presidente Traman (que no nos que­ría muy bien) que allí de­bía festejarse a “Cristóforo Colombo, descubridor de América”, y así se hizo, con toda pompa, en su tiempo, y quizá se repita.

Pero no solamente los genoveses y el presidente Truman se lo han creído, sino que, aun extrañándose mucho de que un italiano no supiera hablar ni escri­bir más que en español (y escribió muchísimo), haya ihcluso historiadores emi­nentes, y algunos españoles no me dejarán mentir, que han caído en la trampa del “genovismo”, y que están invadidas las es­cuelas del mundo entero en que se habla, con elogio en las más y con tinta venenosa en las menos, del gran “genovés” Cristó­bal Colón…, ¡si es que no le llaman Co­lombo!

¿De dónde ha salido esa fábula, tan difundida por el mundo, tratándose de un personaje tan conocido y celebrado e» su tiempo, y cuyo “Diario de Navegación” po­dría llenar volúmenes enteros en correcto español, con ligeros toques aportuguesados o gallegos, propios del que pasó catorce años y se casó en Portugal, o del que na­ció en Galicia?

Que tal “percance” le sucediera a un recién nacido genovés, cuyos padres lo tra­jeran a Castilla, sería (posible: pero que un joven que ha pasado los veintitrés años primeros de su vida, al parecfer tejiendo tranquilamente lana (según los genovistas), se olvide por completo dé su lengua nativa y rompa a hablar en castellano cas­tizo al poner el pie en Portugal, es cosa tan inverosímil, que nadie se la ha expli­cado todavía; y, naturalmente, surgen las hipótesis, más o menos razonables: Que se dedicó a aprender el español en Portu­gal ¡porque se estaba poniendo de moda; que debió estar empleado en alguna de las factorías que los navieros genoveses tenían en España; que…, cualquier c0sa menos confesar que un gran hombre, aun­que hable español, pueda ser español, y mucho menos gallego…

Pues, ¿no es bien sabido que en tiempo de Colón los gallegos eran enemigos de Isabel la Católica, por defender los dere­chos de Juana “la Beltraneja? ¿No es cierto también que en aquella época no habían expulsado aún los Beyes Católicos a los judíos, que abundaban en Galicia, y que si hoy día a ningún cristiano viejo le agradaría tener antecesores judíos, enton­ces era peligrosísimo que se sospechara siquiera? .¿No era también prudente y há- . ,bil pasar por curtido marino de la nación más marinera de la épcca, al pretender alcanzar, de un salto, el grado de almi­rante? ¿No le había de convenir, al que soñaba con poseer caudales sin fin, el no ser obligado contribuyenté de un país en formación y guerra con los moros e infie­les, país que quizá necesitara sus dineros,  si es que no se los arrebataban los foraji­dos en sus inseguros caminos y posadas?

¡Razones poderosas tenía, pues, Colón para parecer extranjero oriundo de una nación “poderosa en el mar”, como él es­cribía, y que tenía un seguro y tranquilo Banco de San Gorgio, en que el dinero rentaban el seis por ciento!…

Pero, ¿es seguro que Colón haya dicho jamás que nació en Génova, como muy a la ligera se le atribuye? ¿No es más cierto que la célebre “Institución de Mayoraz­go’, en que aparece tal frase, sea apócri­fa? Vamos a verlo.

A la hora de la verdad, la víspera de su muerte, ocurrida en Valladolid en 1506, Colón dictaba al notario Pedro de Hinojedo, escribano de Cámara de Sus Altezas, y le decía: “Cuando partí de España, el año de quinientos e dos, fice una Orde­nanza e Mayorazgo de mis bienes, e de lo que me pareció que cumplía al servicio de Dios eterno e honra mía; que deje en el Monasterio de las Cuevas, en Sevilla, a Frey D. Gaspar, etc., etc.”

Pues bien, esta Ordenanza (en la que probablemente Colón no se acordó de ha­ber nacido en Génova) no es conocida. En cambio aparece, medio siglo después de su muerte, tpor necesidades heredita­rias de sus sucesores, otra Ordenanza, de 1498, en la que aparece intercalada en el tupido texto, y casi sin venir a cueato, la famosa frase, base inconmovible dei “genovismo” de Colón: SIENDO YO NA­CIDO EN GENOVA…, y al final de oír o párrafo, en que recomienda a sus herede­ros que tengan y mantengan casa en Ge­nova (¡donde acumuló toda su fortuna), añade (o se agregó quizá) esta otra fra­se “clave”: PUES QUE DE ELLA SALI EN ELLA NACI, frase en la que sólo cuatro palabras, las últimas precisamen­te, son las recusables…

Está, ciertamente, muy claro aquí lo del nacimiento en Génova. Pero no se enteraron, sin duda, los herederos del ce­lebérrimo nauta de que en el mismo documento (que permaneció tantos años en sus pecadoras manos) también dice Colón, con entera claridad: “El cual Mayorazgo en ningu­na manera lo herede mujer ninguna, SAL­VO SI “AQUI” O EN OTRO CABO DEL MUNDO NO SE HA­LLASE HOMBRE DE “MI LINAJE VER­DADERO”, QUE SE HOBIESE LLAMA­DO Y LLAMASE, EL Y SUS ANTECESORES, DE CO­LON”. ¡De Colón; de Colón precisamente, y no de Colombo!

Tampoco se enteraron esos sus próxi­mos herederos, empezando por su hijo, don Fernando, acérrimo partidario de que su padre fuera genovés, de que en el mismí­simo documento aparece, con el mayor descaro, el “gazapo” siguiente…, que aun está corriendo, invisible para muchos: Re­comendando Colón que “en ninguna ma­nera se disformase su mayorazgo en el porvenir, dijo: “Y así mismo lo suplico al Rey y a la Reyna, nuestros Señores, y al PRINCIPE DON JUAN, SU PRIMOGE­NITO, NUESTRO SEÑOR, por el servicio que yo les he fecho, que no consientan que se disforme este mi compromiso de mayorazgo”, etc., etc.

¡Pero cómo había de defenderlo el des­graciado príncipe heredero si, llenando de luto a, toaa España, “había muerto el año anterior a la fecha de este manoseado do­cumento”, clave dei monumental engáño que ha sobrevivido al famoso descubridor curanite tantos años!

¿Es que Colón, fidelísimo súbdito y ad­mirador de los Reyes Católicos, podía igno­rar, en febrero de 1498, la gran pérdida que estos Monarcas, y España entera, llo­raban desde el mes de octubre de 1497, e hizo elevar tantas preces al Cielo en to­das las iglesias cié nuestro país? No, ¡no es posible! Los que no se dieron cuenta de que un simple cotejo de fechas pudiera anular su engaño fueron los que preten­dieron hacer decir a Colón, en solemne documento público, lo que evidentemente no dijo…

Por supuesto, en el inatacable testamen­to de Colón, el del día víspera de su muer­te, el ilustre español no se acuerda para nada de Génova ni de que él se hubiera llamado jamás Colombo, y fueran, por tanto, parientes suyos los Colombos. Sólo habla, en una relación aparte, de que se les abone a algunos genoveses y lisboetas cantidades que les debía o legaba, “pera sin decirles quién se las mandaba dar”, algunos de los cuales conoció en Lisboa. Lo que no demuestra que él fuera geno­vés, sino que era un cumplido caballero y buen cristiano.

Pero además: aunque Colón hubiera te­nido interés en pasar por extranjero y lo hubiera proclamado ante notarios, ¿que valdría esto ante los hechos siguientes, que nadie puede negar?:

Primero. Colón llega a España hablando perfectamente el cas­tellano más puro, a veces con elocuencia y conociendo hasta nuestros refranes y’ es­cribiéndolo a la perfección; mientras que una sola vez que intentó poner una nota italiana ai margen de un libro itali’áno, sólo fué capaz de demostrar que no cono­cía la lengua “materna”, hablada hasta los veintitrés año3, según los genovistas.

Segundo. Colón permanece catorce síios en Lisboa, allí se casa, le nace su hijo Die­go y trata de convencer inútilmente a don Juan II para que patrocine su gran em­presa. Y, naturalmente, algo del portugués se le pega, lengua, entonces más que aho­ra, similar a la gallega.

Tercero. Colón se embarca toara lo desconocido, y después de bautizar sus descubrimientos con los nombres de La Isabela, La Juana, La Fernandina, etc., no se le ocurre poner a los muchos que siguieron nombres de su pre­tendida patria italiana, sino los que sin duda desde su más tierna infancia le eran familiares, les de cabos, islas y accidentes de las bahías de Vigo y Pontevedra; nombres que juntos por lo menos, no se en­cuentran en parte alguna, y entre otros son: “Punta de la Galea, Punta Lanza­da, Isla Pierna, San Salvador, Santa Ma­ría de la O” (Patrona de Pontevedra, en cuyo aniversario celebra gran fiesta y Hace tronar el cañón ante las costas de Cuba), van apareciendo en sus mapas y en su “Diario de Navegación”, según va descu­briendo tierras y accidentes, parecidos a los que conoció indudablemente en Galicia.

Y para que no quede duda alguna, ve­mos en sus expresivas cartas a los Reyes, cada vez que encuentra árboles, plantas, peces, ríos o montañas, parecidos o “discon­formes” con los que él conocía, les dice machaconamente: “Nuestros” árboles, “nuestras” plantas, “nuestros” peces, etcétera, etc., y no dice “vuestros” árboles, “vuestros” ríos (ni tampoco cita, por su­puesto, los árboles y ríos genoveses). Bien claro está, pues, que quien así escribia a unos Reyes españoles, era tan español como ellos.

Dicho sea todo esto con permiso y per­dón de nuestros entrañables enemigos de la “leyenda negra” o simplemente anti­españoles, y de nuestros eminentes y ad­mirados amigos españoles que han caído inocentemente en las espesísimas mallas de la red tan hábilmente tendida por los que con nosotros festejan (y hacen muy bien) la memorable fecha del 12 de octu­bre, aunque tendenciosamente lo hagan en honor de un “Cristóforo Colombo” que vivió y murió sin haberse enterado de que había descubierto América…

El Marqués de MORELLA

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