Todo un espectáculo irrepetible celebrar el Centenario de Britten justo en el día de su nacimiento, festividad de Santa Cecilia, nada menos que con el colosal "Réquiem de guerra", un esfuerzo enorme para todos y muy especialmente los tres Coros de la FPA: el Infantil (que dirige Natalia Ruisánchez), Joven (José Ángel Émbil) y el "grande" (José Esteban García Miranda), auténticos protagonistas, en un concierto memorable, lleno de emoción que compensa el duro trabajo de meses, al que sumar el impecable órgano positivo situado con el coro infantil.
Felicitar a mayores y pequeños por su interpretación, dándolo todo y bien: afinación, empaste, proyección, convencimiento, entrega a una obra de magnitudes impensables para muchos coros, presentes en los momentos de mayor ardor (Dies irae rotundo y delicado "Amén"), cercanamente contenidos en los íntimos y espirituales (Libera me emotivo o Lacrimosa perfectamente compartido con la soprano solista), angelicales desde el patio de butacas los más jóvenes -ya maduros- en sus intervenciones siempre (In Paradisum celestial), y sobre todo pletóricos, alcanzando un sobresaliente en la obra más difícil (o al menos la más complicada) que hayan afrontado en su ya dilatada trayectoria. Enhorabuena.
El responsable final, nuestro titular, Rossen Milanov que creyó desde el principio en este War Requiem haciéndolo coincidir con el Centenario Britten, auténtico homenaje a la paz desde la música que Britten escribe de manera magistral, genial, recreando desde los orígenes de la polifonía a la estructura verdiana del propio "requiem", uniendo la poesía inglesa de Wilfried Owen con el latín de la misa de difuntos, lenguaje complejo y cercano, una concepción compositiva tanto vocal como orquestal avanzadísima, y sobre todo emociones sobre el pentagrama que (todos) los músicos supieron contagiarnos. Una auténtica lección de dirección por parte del director búlgaro asumiendo el mando global con decisión y seguridad que transmitió a los intérpretes, concertando y convenciendo, contagiando vitalidad y emoción, dominando la partitura de principio a fin con la sensación de dejar fluir la música, la misma que nos cautivó en su primera visita al frente de la OSPA. El final de Milanov fue de Maestro, supo contener el gesto y hacernos disfrutar de "una eternidad silenciosa" cual reflexión de paz interior antes de bajar los brazos y liberarnos todos en una estruendosa y merecida ovación (Neira seguro que cronometró todo).
Vuelvo el sábado y otra vez en el Auditorio (Gijón no soportó el temporal). Con esto está todo dicho.