Marcel Proust.
En lo que a mí respecta, Proust me ha seducido por completo desde las primeras páginas; acercarme a la memoria de esa infancia perdida a la que todos en algún momento hemos querido regresar ha supuesto un auténtico deleite y sé que en mi experiencia lectora hay un antes y un después tras conocer a Proust. A pesar de su complejidad, he conectado con esta obra maestra de la literatura universal, de la que muchos escritores de ayer y hoy se han declarado deudores. A medida que me conozco más como lectora, me doy cuenta de que siento mucha afinidad por las novelas de tono íntimo y reflexivo, con un gran ejercicio de introspección; y Combray es, probablemente, la muestra más extrema de este tipo de estilo que he leído nunca. Seguiré leyendo el resto de volúmenes, aunque lo haré poco a poco, porque Proust me parece un autor para degustar despacio (de hecho, los libros se pueden leer de forma independiente, al no estar tan centrados en una trama no se tiene la sensación de quedarse a medias). Por supuesto, recomiendo leerlo a quien todavía no lo haya hecho, pero cuidado: es una obra exigente y se debe buscar el momento adecuado. Las fotografías son del Museo Marcel Proust y la iglesia de Illiers-Combray, donde se desarrolla la obra.