En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: Cuando veis una nube que se levanta en el occidente, al momento decís: “Va a llover”, y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: “Viene bochorno”, y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.
La liturgia nos regala hoy este breve pero significativo pasaje. El discernimiento de los signos de los tiempos es un deber central del ser humano que desea responder con propiedad a las demandas de una época, pero en el caso cristiano la cosa toma aún más fuerza porque se trata de entender nuestra tiempo y, más particularmente, cada momento a la luz de la fe en el Señor Jesús. En ese sentido, Jesús se muestra crítico de la facilidad que tienen algunos para predecir lo cotidiano, para pronunciarse sobre las cosas de la vida diaria y, sin embargo, la incapacidad que estas mismas personas tienen para discernir también en lo cotidiano respecto de la justicia, la justicia de Dios, uno podría agregar.
Hay también aquí, vía la comparación, un mensaje escatológico: hay que convertirnos, pues el Reino se acerca y quizá luego ya no haya más tiempo (lo que se conecta con el último pasaje que comenté). Evidentemente, la misericordia de Dios supera todo juicio, mas eso no quita que el ser humano deba convertirse al amor, deba dejar sus conflictos con el hermano, que son el pecado que lo aleja del Padre. La condenación no es otra cosa, siguiendo la imagen de la cárcel con la que termina el pasaje, que la distancia respecto de Dios, una distancia derivada de las obras humanas, no provocada por el Creador. Metz siempre recuerda, y es bueno tenerlo en cuenta, esta dimensión escatológica y creo que es importante mantenerla siempre presente en la vida cristiana: la historia para el cristiano no termina aquí, se extiende allende el mundo; por ello, hay que pensar la vida en atención al mensaje evangélico y tratar de vivir con coherencia, amando y respetando al hermano, haciendo la justicia. No se trata, como lo he dicho otras veces, de obviar las responsabilidades de la vida diaria, sino de hacer de la vida diaria, por ponerlo de algún modo una acción contemplativa de Dios. Es, por supuesto, un desafío que nos supera inmensamente, nuestras miserias nos atan y nos arrastran, pero se trata de un ideal regulativo que no por su dificultad deja de tener pleno sentido humano y cristiano.