Alba tiene 8 años y vive con sus padres en la cuarta planta de un edificio en la ciudad. Cada mañana, de camino al colegio, en un trayecto que ocupa poco más de diez minutos a pie, recorre grandes avenidas donde el sonido ambiente es aquel emitido por los cláxones de los coches y el gris, dibujado desde el asfalto, el color que predomina a su alrededor. A las 15:00 termina las clases y, de vuelta a casa, nada ha cambiado. Algunos días por la tarde sus padres la llevan a un parque cerca de donde viven; otros, se van a pasar un día al campo, a un lago situado a una hora de su casa. A Alba le encantan esta clase de planes: bañarse en las aguas frescas del lago, tumbarse en la orilla, correr por el bosque que lo circunda, recoger hojas del parque e, incluso a veces, avistar unos pájaros de colores llamativos. "¡Ojalá pudiera hacerlo más a menudo!", piensa Alba. Ella, claro, es un personaje ficticio y, sin embargo, refleja la realidad que muchos niños y niñas sufren hoy en día: viven desconectados del mundo de la naturaleza.
Nuestro estilo de vida actual -urbano, sedentario y ajetreado a la vez-, nos ha alejado de la naturaleza a todos, especialmente a los más pequeños. Tienen menos acceso a espacios naturales, pasan más tiempo en interiores y su tiempo de juego en el exterior se ha reducido. Una desconexión que el autor Richard Louv ha acuñado con el término 'déficit de naturaleza'.
Nuestros hijos deben crear un vínculo con su entorno para desarrollar el amor por lo vivo y el deseo de protegerlo
Pero, ¿cómo es posible que tengamos esta carencia cuando vivimos en uno de los países con mayor biodiversidad y espacios protegidos del planeta? ¿Por qué hemos dejado que los niños se alejen de la naturaleza a pesar de ser conscientes de los múltiples efectos positivos que ésta tiene física, emocional y psicológicamente sobre ellos? Todos hemos apreciado el valor del medio ambiente y los espacios abiertos tras los meses de confinamiento sufridos durante la pandemia de la covid-19, algo que pone aún más de manifiesto la urgencia de hacer que los más pequeños vuelvan a experimentar con la naturaleza, una indicación que algunos pediatras ya prescriben como parte del tratamiento en algunos trastornos.
La responsabilidad que tenemos nosotros, los adultos, para hacer que ese contacto de los niños con la naturaleza no se reduzca a escapadas puntuales es inmensa. Debemos proponernos que nuestros hijos e hijas puedan crear un vínculo con su entorno que les permita desarrollar el amor por lo vivo y el deseo de protegerlo. Hacer que las salidas al exterior formen parte de su rutina, que se conviertan en algo diario. Que con ellas puedan aprender a observar, experimentar, descubrir, compartir: que aprendan a aprender. Y nosotros con ellos.
Quizás este sea el propósito más ambicioso -y necesario- de la vuelta al colegio que nos hayamos propuesto. Pero, como decía Machado, el camino se hace al andar y, para ayudarnos a recorrerlo, cada vez son más los colegios y docentes que trabajan por acabar con el déficit de naturaleza, integrando salidas al exterior en sus clases y enseñando a través de la educación ambiental. Desde escuelas cuyas clases son los bosques, hasta aquellas que cuentan con ludotecas en la naturaleza, las propuestas elaboradas, afortunadamente, parecen cada vez mayores. Así, en Ecoembes creíamos imprescindible que la necesidad de que todos aportáramos los recursos que tenemos a nuestro alcance y, fruto de esta creencia, nació hace cuatro años Naturaliza, un proyecto con el que queremos ir más allá, con el que poder fomentar un aprendizaje experiencial tanto dentro como fuera del aula. Con él queremos acompañar también a esos padres y madres a los que les preocupa -el 72,7% de los progenitores así lo afirma- que sus hijos aprendan valores ambientales. Porque creemos que, solo así, cuando los pequeños aprendan a amar la naturaleza y sean conscientes de su inmenso valor, podrán preservar mejor el planeta.
Ha llegado el momento de reescribir la historia de miles de niños que, como Alba, echan en falta que entre su paleta de colores se encuentre el verde de la hierba y las hojas, el azul grisáceo del cielo de un día nublado de otoño, el amarillo de los rayos solares y el rojo de las amapolas recién florecidas. Démosles la oportunidad de explorar el mundo natural y hacer del medioambiente un aula en la que aprender.
Nieves Rey es directora de comunicación y marketing de Ecoembes.La entrada Comenzar a aprender (y a conectar) con la naturaleza se publicó primero en Ethic.