Comenzar una nueva vida: Relato

Por Demieles

Comenzar una nueva vida es el título de este relato. Escribirlo supone algo diferente, una dimensión distinta dentro de mi blog. Salir, en cierto modo, de mi zona de confort.

¡Espero que te guste! Y te agradecería, de igual modo, que dejaras tus comentarios al final del mismo sobre qué te ha parecido. Ya sabes que tu opinión es muy valiosa y siempre ayuda a mejorar. Te dejo con mi relato...

Comenzar una nueva vida

Hoy la mañana está un poco enrarecida, se nota en el ambiente. Como cada día últimamente, me he despertado con pocas ganas de nada. Me rasco y me desperezo con movimientos pesados.

Miro a través de los cristales de la ventana y el cielo sigue encapotado. Una bruma gris tiñe los tejados de las casas de enfrente. Llevo varias semanas dándole vueltas a la cabeza, recordando la mirada desvaída de Jon, tendido y ensangrentado. Es como si sus ojos se clavaran en mí y al mismo tiempo me atravesaran...

Estaba claro que algo así acabaría ocurriendo por culpa de sus turbios negocios. Ya no era la primera vez que en una de nuestras escapadas repentinas habíamos tenido problemas.

Pero aquella tarde, un mes atrás... Él no se preocupó ni siquiera en comer o cambiarse de ropa. Sólo pasó por casa a recogerme, con su traje de oficina, decidido en ir a buscar a aquel tipo que se la jugó en sus últimas inversiones. ¡Estaba enfadado, enloquecido!

Deambulamos con Jon por la calle, de un garito a otro, en cada uno crecía su desesperación por enfrentarse a esa sanguijuela. Aunque quise advertirle varias veces, de nuevo había acabado bebiendo más de la cuenta.

Como la noche que discutió con ella y acabó yéndose de su casa. Yo que pensaba que a su lado íbamos a conseguir la estabilidad que él tanto necesitaba. Y aún así, también eso lo estropeó. A base de gritos, peleas y desplantes.

Tras muchas copas y muchos intentos frustrados, esa fatídica tarde, no encontramos al traidor de su compañero. Se la había jugado bien en aquel negocio en el que Jon apostó y dedicó sus dos últimos años.

La frustración y el alcohol acabó sumiéndonos de lleno en una trifulca, sin ser invitados a ella. Los dos acabamos tirados en el suelo, entre cristales de botellas rotas. En otras jornadas, el tema se había saldado con un ojo morado y un labio partido. Pero esta vez no, Jon no había corrido la misma suerte.

Recuerdo ver un hilillo de sangre brotando desde su cráneo y esa mirada perdida... En varios momentos de lucidez intenté pedir ayuda a las personas que rápidamente se apiñaron en torno nuestro. Por fin, en lo que pareció una eternidad, el sonido de unas sirenas se fue haciendo cada vez más estrepitoso conforme se acercaban y se llevaron el cuerpo de Jon.

Parecía un muñeco desmadejado mientras lo cargaban. Quise ir con él, pero incomprensiblemente me apartaron de su lado y no lo permitieron.

Desde aquel día compartía piso con ella, no tenía otro lugar donde quedarme. Las siguientes semanas quise animarla todo lo que pude. Se le veía triste, pero también decepcionada.

Me pareció lo más correcto hacerme cargo la mayor parte del tiempo de sus hijos. Jugaba con ellos, salíamos al parque, estaba pendiente de sus movimientos. Hice todo lo posible por integrarme y colaborar, incluso la acompañé a recogerlos a la escuela.

Todo ese tiempo ella se había mostrado reticente conmigo. Seguramente pensaba que yo era como Jon, alguien de poco fiar.

Pero esta mañana la he notado más fría conmigo que de costumbre. Los niños no están porque se quedaron a pasar el fin de semana en la montaña con sus tíos. Así que ella se ha levantado de la cama tarde y se ha tomado un café en silencio. Dejando el tazón con desgana en el fregadero de la cocina, ha pasado por delante de mí sin mirarme.

La miro de soslayo y veo que se pone lentamente el abrigo y coge las llaves. Ahora sí me invita a acompañarle. Coge el coche y me abre el portón de atrás para que pase dentro. Aunque detesta conducir, veo que se pone al volante. Desde que Jon no está no le queda otra alternativa.

Nos dirigimos, por lo que parece, a las afueras de la ciudad y nos sumergimos entre los baches de los caminos. Ella no me hace ningún gesto ni me dirige la palabra. Se empieza a apoderar de mí un mal presentimiento.

De pronto, en un descampado frena en seco y me abre la portezuela. Yo salgo y olisqueo el terreno, pero dudo y no me alejo de ella. Ha vuelto a entrar en el coche y está allí sentada, con la puerta abierta y la cara escondida en sus manos. Sin duda está llorando y sus gemidos llegan hasta mí, haciéndome que me ponga alerta. Con el cuerpo tenso y las orejas levantadas, la miro intensamente.

Siento miedo y desamparo, pero también una inusitada cercanía con aquella mujer. Como un fuerte imán me dirijo hacia ella y me siento a su lado. Las lágrimas caen entre sus dedos y yo no puedo menos que sentir su dolor. También ella había amado a Jon y sentía como yo su pérdida. A pesar de ver cómo poco a poco caía en picado, aún por encima de sus posibilidades, también le había querido.

Me acerco y empujo con el morro sus manos, después comienzo a lamer su cara. Quizá borrando el reguero de su llanto consiga aplacar mi pena y la suya. Ella me mira sorprendida, al menos he conseguido que dejara de llorar y ahora me abre sus brazos para que me cobije en ellos.

Con los ojos enrojecidos me regala una sonrisa y escucho sus palabras cayendo como un susurro: Tranquilo, lo sé, tranquilo, no voy a abandonarte... Estoy segura que juntos podremos comenzar una nueva vida.

*Este relato participa en el Concurso de Relatos #historiasdeanimales, de Zenda.

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Puedes ver mi anterior participación para un concurso de relatos titulada El tren de los regalos olvidados, cuento navideño.