“De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda entre damas y doncellas el masticar trocitos de barro, con el fin de mantener en el rostro esa mortal palidez que en estos tiempos barrocos consideramos tan atractiva. El barro se vende en búcaros, pequeñas cajitas metálicas muy decoradas. Los más caros y prestigiosos se fabrican en Estremoz (Portugal)”.
Así relataban las crónicas de la época una curiosa costumbre que se puso muy de moda entre las altas esferas del Siglo XVII. Los cánones de belleza siempre han sido cosa caduca y por entonces, lo más de lo más era tener una tez blanca, casi traslucida. Con este propósito muchas cortesanas optaban por ingerir trozos de barro aún a sabiendas del grave riesgo que esto suponía para su salud. ¿Las consecuencias? Desde obstrucciones intestinales y fuertes dolores hasta la muerte por toxicidad. Otra bondad ligada a la ingesta del barro era la regulación de la menstruación e incluso también se habla de efectos narcóticos.
Los barros más apreciados, por su blandura, eran los de Portugal y los de México. Este hábito estaba tan extendido que incluso aparece recogido en uno de los cuadros más importantes de nuestra historia, algo que hemos tenido ante nuestros ojos cientos de veces y en lo que poca gente ha reparado. Si nos fijamos en una de nuestras pinturas más afamadas, Las Meninas de Diego Velázquez, podemos observar como la menina María Agustina Sarmiento le está ofreciendo a la princesa Margarita de Austria una jarrita(también llamadas búcaros) sobre una pequeña bandeja de plata.
Además de Velázquez, distintos escritores se hicieron eco de este peculiar remedio de belleza. Por ejemplo Quevedo redactó un breve poema titulado “A una moza hermosa que comía barro” mientras que Lope de Vega en ‘El Acero de Madrid’ decía: “Niña de color quebrado, o tienes amor o comes barro”.
Os dejo con un detalle del cuadro de Las Meninas que recoge este secreto de hoy. Un secreto que hemos tenido tantas veces delante y que pocos podíamos imaginar…
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