Hasta hace relativamente poco la vida estimada de una persona no superaba los cuarenta-cincuenta años (eso si hablamos de zonas desarrolladas). Si hacemos el ejercicio de dejar a un lado (no me maten) momentaneamente el tema de la crisis, vivimos mejor ahora que hace cincuenta años (como bien explica aquí mi colega Javier Peláez). Lo cual no significa que el futuro deba ser halagüeño solo porque hemos ido mejorando hasta ahora… Pero a lo que vamos. Ahora que vivimos más tiempo y tenemos coche, casa y (algunos) trabajo, las preocupaciones pasan a ser otras. A la gente se le meten en la cabeza cosas raras. Por ejemplo: que la incidencia de enfermedades es mayor porque en esta sociedad globalizada todo está contaminado y hay que volver a hábitos del pasado más “naturales”. Pues miren, yo me creo lo justo. Es cierto: el ser humano es jodido. Contamina, ensucia y la caga políticamente. Es egoísta, absurdo y destructivo. Pero también hace cosas como operar por laparoscopia, llevar agua potable a lugares donde la gente muere solo por tener aguas sucias, poner una sonda como Rosetta camino de un cometa, controlar plagas y enfermedades… y tantas y tantas otras cosas que nos hacen la vida mejor gracias a los conocimientos que vamos adquiriendo. Tenemos el morro de decir que hay que volver a lo “natural” mientras fumamos, consumimos alcohol y llevamos una vida sedentaria (los factores determinantes para el aumento del cáncer en la población, y no lo digo yo, lo dice la OMS). A lo que iba, que me pierdo: no dejen que estas modas les metan miedo con el tema de la comida. Debemos ser más escépticos cuando nos venden dietas milagro, comida ecológica (¿se han parado a pensar en lo cara que es… y en si de verdad es mejor?) y demás cuentos sobre lo que nos metemos en la boca. Les recomiendo encarecidamente el libro “Comer sin miedo”, de J. M. Mulet. Aquí les dejo una entrevista que le hicieron en la radio. Coman (con moderación), leñe, y coman sin miedo.