Pese a lo que increíble que pueda parecer hoy en día, Iron Man no fue, en sus comienzos, uno de los héroes más populares de Marvel. Cierto que tuvo sus momentos de gloria, miembro fundador de Los Vengadores e inventor “oficial” de casi todos los artilugios tecnológicos que poblaban el creciente Universo Marvel, pero su propia colección no acababa de despegar (dicho sin tono irónico) y una buena muestra de ello es que su serie fue bimestral durante cierto tiempo, dando tumbos sin una dirección determinada.
La situación empezaría a cambiar a mediados de los años setenta, cuando grandes guionistas que habían vuelto a Marvel, Archie Goodwin y Gerry Conway pasaron, aunque brevemente, por la serie. Se hizo necesaria la contratación de un nuevo guionista, y el elegido fue Bill Mantlo. Conocido y sólido creador, comenzó una lenta pero firme transformación de Tony Stark y su entorno. Dejó de ser el repelente millonario playboy, y se centró más en su etapa de industrial, empresario y genio de la tecnología. Además, los secundarios empezaron a cobrar mucha más importancia, como Madame Máscara, creando sagas míticas como la de Midas, el Unicornio, el Espía Maestro o la trilogía del Conde Nefaria. Mantlo había devuelto la grandeza a Iron Man.
Sin embargo, nada dura para siempre, y Mantlo acabaría abandonando la colección. El nuevo Editor Jefe, Jim Shooter, interesado en iniciar una serie de cambios en todas las series, decidió algo poco usual en aquella época, contratar a un dúo, compuesto por el guionista David Michelinie y el entintador Bob Layton. Ambos habían formado un equipo más o menos estable en DC Comics, en series como Star Hunters y Claw the Unconquered. Su método de trabajo era peculiar, ambos desarrollaban el argumento, Michelinie escribía los diálogos y Layton se ocupaba del entintado y acabo final.
Pero, evidentemente, faltaba una pieza en el puzle, el dibujante a lápiz. Por aquel entonces se pensó en la continuidad del anterior dibujante, George Tuska, pero se decidió finalmente darle la oportunidad a un joven artista, John Romita Jr, cuyo padre ya era un mito en Marvel. El proyecto estaba en marcha…
Cientos de lectores consideraron esa historia como la mejor del personaje, pero otros la despreciaron, considerando su alcoholismo como una debilidad impropia de un superhéroe. Aunque eso solo iba a ser el principio. Enfrentamientos contra Nick Furia y SHIELD, la lucha por no volver a beber, los enemigos, que no siempre se podían vencer a golpes, sino que deseaban arrebatarle sus empresas…. Hicieron de Iron Man el título imprescindible que había que seguir, un personaje tridimensional, y la imagen icónica que es actualmente.
Por desgracia, John Romita Jr. se convirtió en una estrella, requerida para otros proyectos, y no estuvo demasiado tiempo en la serie, aunque sus dibujos componen la mejor etapa de la colección. Ayudó a mantener un nivel de calidad enorme y coherente, y el baile de dibujantes que vendría después no estaría a la altura de su genio. Sin embargo, el fin de esta etapa no tuvo como origen la marcha del dibujante (que se fue a dibujar The Amazing Spiderman, sino de la Bob Layton. Creyó que había llegado el momento de volar en solitario, crear sus propios guiones y convertirse en lo que en USA llaman un “autor completo”.
David Michelinie quedó desolado por su marcha, cuando todavía tenía historias que contar de Iron Man, perdió el interés por la serie y acabó abandonándola también.
La etapa de estos autores está considerada como una de las mejores de Iron Man, y todo un acierto que Panini la haya recuperado integra en unos 6 tomos de su colección Marvel Gold, editadas con un papel de calidad.