Uno afronta las leyendas que le cautivan con la intención de entretenerles o, a lo sumo, encontrar en la blogosfera un guiño cómplice de tantos amigos como se han ido haciendo estos últimos años a golpes de bolígrafo.
En la historia de "Pernía", tan intensa y amena, que tuve la suerte de remover y actualizar, ajustándome a los acontecimientos que la jalonaron recuerdo, por ejemplo, las palabras de Sabino Luis Mayordomo en un programa de fiestas de Cervera, donde ya se atreve a argumentar que aquellos privilegiados Condes sólo se preocupan de cobrar cincuenta cargas de renta, de que sus rebaños extremeños trashumantes tengan pastos veraniegos en los frescos montes pernianos y de que se les reserven las truchas del río Rivera, que ellos siguen llamando el “Cenadero”, privilegios que tocan a su fin en las Cortes de Cádiz, al abolirse los privilegios de los señoríos, en la Constitución de 1812 y con las leyes desamortizadoras.
Viene este dato a cuento de la comida que disfrutó el rey Alfonso XII y todo su séquito, en la visita que giró a los Picos de Europa en 1882.
En "La historia de Liébana a través de los documentos", el historiador Manuel Estrada Sánchez, describe el menú: caldo de carne de vaca y gallina, solomillos de setas, truchas fritas, lenguas en escarlata, salmón en salsa tártara, asados de pierna de rebeco y de pavo, fiambres de jamón en dulce y lengua trufada, dulces de tarta, pastelillos de crema y empanadillas, y postres de melétanos, peras de donguindo y briñones, piña fresca, dátiles de Berbería, melocotones, uvas y galletas inglesas.
Los vinos que acompañaron tan suculentos manjares fueron tostadillo de Liébana, Jerez, Liébana común del año 1875 y champagne. Y finalmente, también hubo café.
El curso de la historia es siempre parecido en este detalle: a los reyes y gobernantes nunca se les ha negado un banquete de lujo. No debemos olvidar que en aquellos años, a finales del siglo XIX en esta comarca había un grupo social que estaba al borde de la subsistencia.
@Diario Palentino, Nueva Época, 2011