Para deleite de unos y enfado de otros, el primero en comparecer ha sido Luis Bárcenas, el delincuente que, aprovechando su cargo como responsable de la tesorería del partido conservador, se ha enriquecido ilícitamente –su fortuna está a buen recaudo en el extranjero- gracias a donaciones que realizaban magnates y empresarios al Partido Popular a cambio de adjudicaciones públicas. Esa ingente cantidad de dinero de procedencia ilegal se administraba a través de una contabilidad “B” -o “contabilidad extracontable” como reconocía el propio Bárcenas-, opaca al control de cuentas de cualquier entidad sin ánimo de lucro y de interés público como es un partido político, y se destinaba a la financiación ilegal del partido y la remuneración adicional y no declarada, en sobres nominativos de entrega personal, de altas personalidades de la formación y cargos del Gobierno. Un dinero “extra” que servía para “engrasar” una maquinaria de “favores”. El listado detallado de cantidades y personas beneficiadas es lo que se conoce como “papeles de Bárcenas”, filtrado en su día a la prensa y certificada su autenticidad de manera fehaciente. Así era, precisamente, la manera de proceder de la trama de corrupción Gürtel, tanto en Valencia como es Madrid, comunidades gobernadas por el Partido Popular, y de la que los “papeles de Bárcenas” constituye un capítulo adicional, no el más importante, que se investiga judicialmente en pieza aparte. Sin embargo, las implicaciones políticas del caso –han hecho del PP el primer y único partido de España imputado judicialmente por financiación ilegal-, es lo que intenta esclarecer la comisión de investigación del Congreso, para determinar el alcance y gravedad de los hechos. Y por esa causa, además, es por lo que está citado a declarar como testigo el propio presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ante el tribunal que juzga el caso. Algo también inédito en la historia de la democracia española.
Y decimos que este extesorero del PP es una muestra fidedigna de los de su especie porque representa, por modales, apariencia, vinculaciones y comportamiento, a los herederos de quienes vencieron, tras sublevarse, en una Guerra Civil y consideran España su botín de guerra. Gente engreída, déspota, engominada, conservadora e hipócrita en lo moral, algo más relajada en lo social y ultraliberal en los económico, pero detentadora de privilegios sólo explicables como resultado de una conquista militar o por la fuerza, no gracias al esfuerzo o el mérito personal. Su adhesión a la democracia es coyuntural siempre y cuando les sirva para retener prebendas que consideran patrimoniales, heredadas de esos antepasados (biológicos o ideológicos) que las conquistaron tras el fratricidio bélico. Actúan como si España fuera su finca y, por ello, no dudan en “doparse” (utilizar una financiación “extra” o ilegal para competir electoralmente), como hace el Partido en el que se cobijan, para garantizarse el control del poder político, económico y social de este país que creen les pertenece, cual cortijo privado. Este sistema político, vestido para la ocasión con traje democrático, vino impuesto con una monarquía que encarna no la voluntad popular libremente expresada, sino la tutela diseñada por un dictador para asegurarse que la élite que él representaba controlaría los hilos, atados y bien atados, que nos manejan, someten y gobiernan. Esa monarquía, incrustada en un proyecto constitucional de forma inseparable, nunca pudo ser elegida por los ciudadanos, por lo que contiene esa ilegitimidad de origen que la vincula indefectiblemente a la voluntad de un dictador, que se preocupó por “educar” convenientemente al sucesor de su régimen y portador de la corona.
Todo un sistema político en el que la economía, las instituciones sociales y hasta el marco moral están subordinados a los intereses y privilegios de esa élite que históricamente acapara el poder en España. Una élite que se ha valido, en democracia, del Partido Popular -anteriormente Alianza Popular y, antes aun, con integrantes del Movimiento Nacional, el partido único creado en 1937 por el franquismo-, como el instrumento político más eficaz para la defensa de sus privilegios y prerrogativas ideológicas. Fue creado por miembros directos de la dictadura y herederos ideológicos de aquel régimen fascista y opresor. En la actualidad se encuadra en el pensamiento de derecha, conservador o neoliberal, sinónimos que designan la misma finalidad: retener el control del sistema en manos de la élite que detenta el poder, mediante una monarquía parlamentaria. Tan formidable es su capacidad de persuasión de la población, declarándose defensor de las esencias patrias, que ni siquiera protagonizando los mayores escándalos de corrupción en nuestro país deja de ser la primera fuerza política por número de votos. Frente a otras opciones aparentemente más favorables a la equidad e igualdad social, e incluso con menos casos de corrupción en su seno, sigue siendo el partido preferido por los españoles. Ni a pesar de haber ejecutado los mayores recortes económicos y sociales, con excusa de una crisis económica, que han empobrecido a la mayor parte de los ciudadanos, dejado orillados a los más desfavorecidos, pero beneficiados a los pudientes y poderosos, es abandonado por los que escogen la papeleta del Partido Popular en unas elecciones. Su influencia en la sociedad es tan abrumadora que narcotiza a las masas y les impide distinguir que el Partido Popular conjuga ideología con intereses particulares de las élites. Por eso se creen impunes y hasta autorizados para la corrupción, el latrocinio y la arbitrariedad más sectaria. Piensan que administran los intereses de la finca de su gente. Como Bárcenas, al que una comisión de investigación no le va a arredrar en la defensa de sus intereses ni a despeinar el engominado pelo que cubre sus convicciones ideológicas. Tampoco va a cambiar el sistema político.