¿Cómo afecta la economía social a la economía psíquica?

Por Yanquiel Barrios @her_barrios

Ayer viajaba en el tren, o tal vez antes de ayer, un vendedor cruzó el vagón ofreciendo linternas, vaticinando los cortes de luz que vendrán en el verano, para el cual falta aún atravesar la primavera, venían con baterias y todo, no obstante, bajó sin vender una sola linterna, a lo cual nos gritó, ya desde el andén agitando el brazo al estilo barra brava: Pónganle onda loco. Como si de un partido se tratara y viniéramos perdiendo la buena onda por goleada.

Una buena pregunta en el Facebook me hizo despertar y escribir y titular estas letras, ¿cómo afecta la economía social a la economía psíquica? Lo cierto es que en otro tiempo hubiera comprado una linterna, una chuchería, baratija, y me hubiera reído de los cortes de luz, pero últimamente en Argentina cuesta ver las desgracias con humor. Y ello se debe a que atravesamos por una gran incertidumbre en la economía. El dólar trepó a los sesenta pesos, la mayor inflación que conozco desde mi corta existencia.

Bueno, miento un poco, nací en el 84, y recuerdo la hiperinflación de Alfonsín, yendo a comprar con mi mamá a la verdulería, y l a angustia de no poder comprar porque no había precio en el mercado, la moneda era en australes, lo recuerdo a pesar de tener ¿cuánto? ¿Cinco años? Quise agarrar la mano de mi mamá, en esa misma verdulería, la de la esquina de mi casa, y agarré a otra señora, ¡el susto que me pegué! cuando vi que era otro rostro. Señora, no me lleve, pensé. Como buena niña ubicada en posición de objeto, temí que esa extraña me llevase. Temí perder mi valor igual que los tomates.

Una madre conoce a su hija, pero esa extraña... me miró sin conocerme y me asusté porque no me conocí. Y un niño extraviado pierde su identidad. En esa fracción de segundo, me angustié tanto por no reconocerme en los ojos de esa extraña, como mi mamá se angustiaba cuando miraba las monedas y no sabía qué cosa iba darnos de comer por esa suma indescifrable, ese montículo de angustias apiladas en la mesa, en forma de moneditas, que usaba para comprar.

La incertidumbre nos lleva a sacar lo peor, a espejos crudos. La semana pasada, un hombre salió de un supermercado sin pagar, se llevaba un queso, un chocolate, el hombre era un jubilado, para más datos: el resultado fue que lo mataron a palos las personas encargadas de vigilar la seguridad del mercado. En ese espejo nos vemos, al prender el noticiero. Un pedazo de queso y un chocolatín ¿valen más que una vida?

Un poco de razón tenía el vendedor ambulante, cuando reclamaba que le pongamos onda, porque al final lo único que no nos pueden robar es la alegría. Ayer justamente, una paciente, hablaba de cuidar sus estados como oro, porque ciertamente, si uno se deja llevar por el dolor, haciendo empatía de las cuestiones dolorosas, que otros han impulsado con su voto o defienden con sus acciones, como moler a palos a un jubilado por no tener para comer, se corre el riesgo de quedar arrasado en el dolor.

Uno puede pelear contra esa locura, enfrentarse a ¿quién? Y morir o desgastarse en el intento, o se puede, sostener las propias convicciones y crear en paralelo, desde el propio lugar una realidad compartida con personas iguales, porque este mundo es nuestro, tanto como suyo, y pelear no sirve tanto, como intentar hacer la nuestra, sin pedir permiso para ser feliz.

Porque se puede ser feliz en la pobreza, pero no se puede ser feliz en el desamor, en la intolerancia, en el odio, en la dejadez, en el abandono de sí mismo, en el olvido de las raíces, en la ausencia de un motivo que nos empuje a seguir.

Una postal del presidente electo, saludando en el balcón presidencial, junto a su esposa, vitoreado por una turba de gente que se movió para apoyarlo con cánticos y banderas. ¿Ustedes creen que es feliz? Bueno... Basta ver cómo le acierta un golpe de puño a su esposa, la primera dama, para que deje de agitar alegremente una bandera. Ella inmediatamente cesa, se la ve no entender lo que acaba de asentir como un golpe en su vientre, sutil, rápido, pero asertivo e inconfundible en su intención de pararla.

Otros hubieran sido felices en ese momento de supuesto encuentro con la gente que lo apoya, pero no este presidente, y por eso reprime la alegría de su esposa, o su forma de expresarla, tal vez por considerarla vulgar, o simplemente por una idea vulgar de sentirse opacado, jamás lo sabremos, pero triste y vulgar, feo y violento. Se puede googlear el video en youtube, de ese instante de infelicidad eternizado.

Entonces, para cerrar, aunque con otra idea, más allá de la incertidumbre económica, está también configurando la realidad, la certidumbre de los gobernantes, quienes están convencidos de llevarnos por este camino, así como en la edad media estaban convencidos de la esclavitud como forma social necesaria de relación. La terquedad, obstinación y decisión de un presidente tiene su correlato en la gente. Y con esa misma oscuridad un empleado de seguridad puede matar a un jubilado por irse sin pagar, en lugar de obligarlo, en tal caso a dejar los productos, o de llamar a la policía... o de pagar por él las cosas.

¿Quiénes somos? ¿Cuánto valemos? ¿Para quién? Son esas las preguntas que realmente importan, a no perder identidad en una pelea absurda, porque pelear con un necio es de igualmente necio.