“Sólo las ollas saben los hervores de su caldo” Nana Chencha
No me costó mucho trabajo decidir cuál sería la primera entrega de la nueva sección Cine y Gastronomía. Cierto es que fue algo así como un espíritu nacionalista el que me llevó a empezar por aquí. “Como agua para chocolate” representó todo un fenómeno en la cultura mexicana. Fenómeno que abarcó diferentes áreas, comenzando con la novela, que de inmediato entró a la categoría del Realismo Mágico latinoamericano. Después del éxito de la novela de Laura Esquivel, su esposo en aquel entonces, el director Alfonso Arau no tenía más remedio que aplicarse a darle forma a lo que se rumora es la historia de su propia familia.
A estas alturas dudo que alguien ignore la historia de amor entre Tita y Pedro en un México fronterizo en los inicios del siglo XX. Sus penas y glorias se tejen entre los hervores de la cocina, las emociones de Tita son el condimento que acompaña a todos los platillos que salen de ahí. La sal de sus lágrimas, la miel de sus besos y la sangre de su pasión se transforman a través del fuego para contagiar a quienes comparten la mesa.
Los mexicanos estamos unidos a nuestra tierra por el cordón umbilical, no por nada todavía hay personas que siguen enterrando esa pequeña tripa inerte en el jardín de su casa. Esa vía de nuestro primer alimento se extiende a cualquier parte del mundo en el que habite un mexicano. De seguro que en su familia hay alguien que trafica con un par de chiles escondidos en la maleta cada que viaja. ¡No falla!
“Como agua para chocolate” es el homenaje que hace el cine a aquellas mujeres que fueron criadas en la cocina y que a través de ella se comunicaron con sus seres queridos. De esas generaciones recuerdo con cariño a mi tía abuela Petra y sus tortillas perfectas que salieron de esa extrema técnica docente de ponerle las manos en el comal hirviente. A la fecha no conozco mejores quesos que los de mi tía abuela Rebeca, o sus jericallas, o su capirotada o su lo que quieras. Mi abuela logró “mixiar” las enseñanzas de su madre con la comida fronteriza cuando emigró pal’otro lado, en su casa es día de fiesta cuando hace tamales. De mi madre, ¡Uff! De mi madre tengo una vida de recuerdos culinarios y quien se ha sentado a su mesa tiene al menos algo que recordar.
Bella, demasiado empalagosa para algunos, para otros (como yo), tiene un montón de detalles que nos unen a la mesa familiar, a la añoranza de un platillo que más que el sabor representa un momento. Tal vez las familias no son perfectas y los guisos pueden estar pasados de sal, pero para los mexicanos no hay susto que un virote no cure, ni atole que no caliente el corazón. No importa que te obliguen a bajar las patas de la mesa o a terminar todo si no quieres que te lo metan con lavativa, porque en la mesa de los mexicanos se come lo que hay, ¡No es restaurante!