Por Jorge Gómez
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Sábado de noviembre por la noche… Antes de ver Como bola sin Manija en el Gaumont, tengo dos horas para recorrer la calle Corrientes. El programa es excelente porque puedo conectar con el ambiente de los cafés, las librerías, los teatros y el bullicio de los paseantes.
Tanto estímulo inspira esta temeraria incursión en el comentario cinéfilo. Por el bien de Espectadores, espero que no se me haga costumbre.
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El anciano mantiene contacto con un sobrino que vive en la misma casa, con una vecina que le hace las compras y juega por él a la quiniela, y con dos sobrinas que lo visitan: una bibliotecaria bondadosa que se esfuerza por recuperarlo y una psicóloga esotérica que lo diagnostica con sesiones de tarot, extensas interpretaciones lacanianas y otros métodos new age.
Como no soy experto en lenguaje cinematográfico, trato de adivinar sentidos ocultos detrás de situaciones que me incomodan. Detrás de las largas intervenciones de la tarotista lacaniana, detrás de las quejas del sobrino por las molestias que le causa “el rengo” (así lo nombra) y detrás de algunas escenas exasperantes como un largo debate sobre el día del cumpleaños de quien nació en una fecha pero fue anotado 24 horas después.
Las sobrinas presionan al jubilado para que salga de su ostracismo o por lo menos se reconcilie con su amigo Manija, un solterón que parece conocer el secreto del encierro. Pero Rubén bloquea todos los intentos (“por ahora no”), pide tranquilidad y reafirma su condición de ermitaño.
Si al comienzo del largometraje debí esforzarme por entender la fábula del antihéroe que celebran las buenas críticas, sobre la media hora me sentí preso del tedio. Más que un documental, esta propuesta parece un reality show con la precariedad de un video familiar: suceden hechos sin importancia, que se escuchan y ven con dificultad, a tono con una presunta intención de veracidad.
Por si esto fuera poco, el público festeja escenas que me parecen horribles. En parte siento que todo está bien como siempre: los demás no ven lo que yo veo, y a mí no me importa.
En el final aparece el amigo Manija y la historia da una vuelta inexplicable. Rubén está de buen humor, igual que yo, porque la película terminó.
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PD. Ésta es la página de la sobrina psicóloga, esotérica, reikista.