En la segunda carta a los Corintios en el capitulo 1:3-4 dice: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que sufren, con el mismo consuelo que recibimos de Dios."
Toda consolación viene de Dios. Él es el nuestro descanso en el sufrimiento, el dolor o la desesperación que nos embarga; más aún nos dice que nosotros podemos ser consoladores para otros así como hemos sido consolados por él. Por tal razón, recuerda que aunque tus abrazos, tus palabras, tus caricias o tus demostraciones de afecto no te indiquen nada a simple vista, continúa, porque Dios mismo es quien está consolando.
Al consolar a un ser querido con palabras, en la mayoría de las ocasiones tratamos de hacerle entender el como funciona la vida: "Toda nuestra vida está en manos de alguien que se llama Dios y tarde que temprano tendremos que experimentar el tener que entregarnos a esas manos.", y hablamos de la voluntad de Dios, de su amor y de su misericordia, sin embargo, las palabras deben ser confortadoras, hay que hablarles de no darse por vencido, sin forzar a nuestro ser querido a escapar de su dolor, mejor unamos a él en su sufrimiento y poco a poco se irá aliviando el dolor.